Editoriales > ANÁLISIS
Como mariposa, como avispa
Decir que fue el más grande de todos los tiempos es un lugar común que únicamente pueden entender en su exacta dimensión quienes lo vieron, aunque fuera por televisión; quienes lo escucharon, así fuera nomás por la radio; quienes leyeron en los diarios y revistas sus posturas indudablemente revolucionarias, en un mundo cerrado que las minorarías trataban de abrir en reclamo de sus legítimos derechos.
Sí fue el más grande; pero, en todos los sentidos posibles.
Nació el 17 de enero de 1942 en un pueblo llamado Louisville, Kentucky. Le tocó vivir en su juventud la enorme contradicción que de los negros fueran aceptados como soldados para pelear en la Segunda Guerra Mundial en la que tuvieron un papel decoroso, incluso ganando grados y reconocimientos; pero que, al volver a su tierra seguían siendo despreciados y vivían segregados, situación que no aceptó y que en su momento de gloria combatió con denuedo.
Mohamed Alí nació con el nombre de Cassius Marcellus Clay en el seno de una familia negra que se ganaba la vida pintando cuadros con cierto nivel artístico que era muy apreciado en su comunidad.
En la secundaria le molestó enormemente un letrero que decía: “Aquí no se vende a negros”. Mientras mayor era su educación, más grande era su indignación, especialmente cuando afectaba a su familia y mucho más cuando la discriminación afectaba a su madre.
Hay quien asegura que el destino alcanza siempre a todas personas; tal vez así sea. Cierto día, un ladrón se llevó la bicicleta de Marcellus y cuando estuvo frente al ladrón, que había sido aprehendido por la policía, gritó que lo molería a golpes. Al ver su enojo, el agente Joe E. Martin lo llevó al gimnasio de la corporación y le pidió que golpeara el costal de box para descargar su ira. El policía, que luego sería su manager, se percató de su gran potencial.
Ya en la universidad formó parte del equipo estadounidense en los Juegos Olímpicos de ¡960, en los que venció con relativa facilidad a sus rivales, ganando la medalla de oro.
Nuevamente, el boxeador de los Estados Unidos que brilló en la olimpiada y fue considerado la gran revelación, al volver a su país siguió siendo el negro con derechos muy limitados. No tardó en hacerse profesional y convertirse en el gran fenómeno del boxeo en la categoría peso pesado.
En 1964, contra todos los pronósticos, noqueó al gran campeón, el hasta entonces invencible Sony Listón, al que volvió a propinar una paliza en la pelea de revancha. Sus bonos se fueron a las nubes y empezó a manifestarse en contra de la segregación racial, por lo que fue llamado a enrolarse en el servicio militar para ir a pelear en la Guerra de Vietnam, como había hecho Elvis Presley. Se negó y para justificar su negativa se afilió al islamismo como Mohamed Alí.
El Consejo Supremo de Boxeo la retiró la licencia de boxeador, lo despojó del título mundial y le impidió volver a pelear en los Estados Unidos o en cualquier lugar del mundo donde el organismo fuera reconocido.
Alí no se amilanó; por el contrario, se unió a la lucha por el reconocimiento de los derechos civiles de los negros, al lado de connotados líderes como Martín Luther King, Malcom X y Rosa Parks. Dedicó un buen tiempo a dar conferencias en las universidades más importantes de su paìs y de fuera y en escenarios abiertos de gran afluencia en los que resonaron sus palabras cargadas de significado: “No entiendo porque tengo que ir a miles de millas fuera de casa y matar gente que no me ha hecho nada mientras son los míos los que me llaman negro”.
Mohamed Alí volvió al para seguir su brillante carrera que se ha convertido en leyenda. Se volvió un icono de su generación y de la posterior, a la que llegaron los ecos de su grandes victorias dentro y fuera del cuadrilátero.
A lo largo de su carrera, peleó profesionalmente en 61 ocasiones, con un récord de 56 victoria, 37 de ellas por nocaut y 19 por decisión. Solamente tuvo cinco derrotas, una por nocaut y cuatro por decisión. Fue precisamente en el ocaso de su carrera, en su penúltima pelea, frente a un poderoso Larry Holmes, cuando el juez paró la contienda en el décimo asalto, que no pudo completar la jornada. Se retiró el 11 de diciembre de 1981, luego de vencer a Trevor Berbick.
Dos de sus encuentros, con Joe Frazier y con George Foreman son considerados los combates más espectaculares en la historia del boxeo. Por la red aún circulan sus geniales declaraciones.