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Sujo. Imaginar un destino distinto

"Durante la noche escuchábamos a los animales, a los coyotes. Estaban esperando que nos muriéramos", nos dijo el chico con el que estábamos platicando. Había viajado a la frontera con Arizona para intentar cruzar. Pero el guía al que le habían pagado para hacer el cruce, los abandonó en la primera noche. Ellos continuaron solos, avanzando hacia el norte. Pero se dieron cuenta de que estaban perdidos. Luego se les acabó el agua y la comida. Entonces decidieron caminar hacia el sur y regresar a México. Si no lo hubieran hecho, habrían muerto. Lo que más nos conmovió de este testimonio es que era de un muchacho de 15 años. Seis meses después de esta conversación, ese chico solo contaba los días para realizar su segundo intento de cruzar la frontera como menor de edad.

En el proceso de investigación de Sujo escuchamos muchos otros testimonios de adolescentes, no solo de migración, sino de desplazamiento, de huida a las grandes ciudades del país, y otros muchos más de quienes permanecían en sus comunidades de origen y comenzaban el proceso de incorporarse a las filas de los cárteles locales. "Yo nada más les digo quién pasa por el camino". "Yo reparto en las tienditas". Había muchas historias aparentemente inocentes. Algunas otras, más graves. "Yo sí ando con los de las cuatro letras", nos confesó un joven. Nos confesó también, que de ahí no parecía haber salida. Todas eran crónicas del proceso de crecer, como si crecer como un hombre joven de escasos recursos en México estuviera necesariamente vinculado al peligro. La migración, el desplazamiento y el reclutamiento al crimen organizado como un rito de paso hacia la edad adulta.

Sujo. Imaginar un destino distinto

Las lecturas que nos acompañaron en aquellos días fueron principalmente de periodistas. Y marcamos como un antes y un después el momento en que llegaron a nuestras manos los libros de Javier Valdez, que había sido asesinado poco tiempo antes. Levantones. Los morros del narco. Malayerba. Los huérfanos del narco. El gran periodista Javier Valdez, que desarmó con sus crónicas los juicios sociales fáciles, nos permitió encontrar rutas insospechadas entre víctimas y victimarios a través de la empatía. En la suma de esas experiencias, vividas y leídas, nació la primera de idea de Sujo.

Sujo indaga en un fenómeno olvidado de la crisis social en la que vivimos: los miles de niñas y niños huérfanos por la violencia del crimen organizado. No hay cifras oficiales. Algunas organizaciones estiman entre 40.000 y 100.000. Otras, cerca de un millón. Algunos son los hijos y las hijas de las víctimas. Otros, son los hijos de quienes activamente participaron en actos de violencia. ¿Qué les espera a todos ellos? ¿Qué les espera sobre todo a los hijos de los perpetradores? ¿Están condenados a repetir la vida (y la muerte) de sus padres?

Para nosotras, el cine es la posibilidad de participar de una conversación que nos parece relevante y en este caso urgente. Tras más de veinte años de la guerra contra el narcotráfico, de estar en contacto diario con imágenes y noticias de horror y brutalidad, nos preguntamos con Sujo cómo mirar más allá de este abismo, sin ingenuidad. Las historias de violencia son las historias de nuestro tiempo. Pero pertenece también a nuestro tiempo la necesidad de pensar formas de darle la espalda a esa violencia. Sabemos que el cine no cambia la realidad, pero creemos que si las alternativas no son posibles en la imaginación, nos damos por vencidos a construirlas en la vida.

En la historia de un niño llamado Sujo, que intenta cambiar su destino, buscamos hablar de los Méxicos que parecen ser contradictorios, pero que coexisten: el de las desapariciones forzadas, los desplazamientos internos y los huérfanos del narco; pero también el de la lucha de muchas generaciones por la educación gratuita, el de la sociedad que ha recibido con empatía exiliados de otros países, el de las universidades públicas que rompen en sus aulas prejuicios y barreras de clase y género. El México de la violencia y la impunidad sexenio tras sexenio. Y el México que aspira a una vida donde las personas puedan darle sentido a sus vidas sin violencia y en libertad.

Como decíamos más arriba, no somos ingenuas. Nosotras alcanzamos la edad adulta al inicio de esta crisis humanitaria, hace más de veinte años. Ahora, hay varias generaciones de jóvenes que nacieron en ella. Por esa violencia continuada es que insistimos en la posibilidad de pensar, discutir e imaginar alternativas. Por esa urgencia hicimos Sin Señas Particulares, que partía del pasmo ante el horror. Por esa misma urgencia, con Sujo, ahora imaginamos que un chico pueda sentarse en un aula en vez de ser reclutado. No dejaremos de creer que el poder del cine está en cuestionar la realidad. La cuestiona al acompañar a los personajes en su viaje, sintiendo con ellos. Esto lo decimos como cinéfilas y no tanto como cineastas. Al seguir a otro que no soy yo, aunque sea imaginario, nos obligamos a salir de nosotros mismos, a sentir de forma distinta, a poner en duda lo que nos parecía evidente. Es por la empatía que el cine es esencialmente disruptivo.

Con Sujo intentamos abrir preguntas que deseamos compartir con los espectadores. ¿El contexto en el que nacemos nos determina? ¿Somos libres de elegir nuestras vidas? ¿Por qué es más fácil decir que yo puedo ser libre, pero no los demás que son distintos a mí? ¿Qué tanto nuestros prejuicios son cómplices de la violencia? ¿Hay espacio para que la sociedad civil haga una diferencia en esta crisis que lleva tantos años? ¿Y el Estado, más allá de la demagogia partidista, dónde está?

Y sobre todas estas preguntas, Sujo es una carta de amor, una invitación a imaginar un destino justo para los huérfanos de este país en llamas.


Fernanda Valadez

Fernanda Valadez

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