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Provocación
El ´caso Ayotzinapa´ es uno de los más cruentos en la historia del país. Sin respuesta, sin que se cumplan los ofrecimientos del gobierno actual de esclarecer la situación, ¿es lícito hablar, como lo hace el presidente, de provocación?
El 7 de marzo, Andrés Manuel López Obrador calificó la acción de los normalistas de la Normal Superior de Ayotzinapa y la de los padres de familia de los 43 jóvenes desaparecidos hace casi una década en Iguala, como "una vulgar provocación". Jóvenes estudiantes y padres huérfanos derribaron, en señal de protesta y desesperación, una puerta del Palacio Nacional —en español no existe la palabra que califique el estatus de los padres que perdieron a sus hijos—. López Obrador denunció, como siempre lo hace —¿le faltan palabras o le sobran certezas?— que detrás del derrumbe de la puerta había "una mano negra": infiero que se refiere a extorsionadores y no a bandas criminales.
De las "manos negras" contra su régimen sabemos, vía sus ideas y las de sus camaradas, quiénes son los miembros de esos grupos. López Obrador aseguró que los instigadores —¡Eureka!— son los de siempre: organismos internacionales supuestamente defensores de derechos humanos, grupos de derecha, opositores, conservadores e incluso partidos que están en contra de la transformación; en esta ocasión, durante la matiné del 7 de marzo, ¡recórcholis!, no denunció a los neoconservadores ni a los periodistas pagados por los grupos de poder mexicanos o extranjeros que lo critican debido a los estímulos que reciben.
Tras el suceso, López Obrador, ¿quién es el provocador?, ofreció dialogar con los padres pero, advirtió que el encuentro será sólo con los progenitores, pues... "no me dan confianza los intermediarios". Lo de la desconfianza es inentendible. Los estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos fueron desaparecidos el 26 de septiembre de 2014. El episodio, uno de los más cruentos en la historia del país, representa un suceso abominable y terrible: durante el acto se violaron, ad nauseam, derechos humanos. Sin respuesta, sin que se cumplan los ofrecimientos del gobierno actual de esclarecer la situación, ¿es lícito hablar, como lo hace el presidente, de provocación? Siempre es ético y necesario colocarse en el lugar de los otros. En el affaire Ayotzinapa los otros son los padres huérfanos y los nuevos normalistas.
La provocación debe leerse en sentido inverso: tras una década sin respuestas, sin reuniones ad hoc, sin explicar quiénes son los verdaderos culpables, la provocación proviene del gobierno por su negligencia y omisión para resolver el caso.
Nuestro presidente incluso ha cuestionado la procedencia de los manifestantes que irrumpieron en la residencia presidencial. Ha sugerido que son grupos contratados, y advirtió: "Si es que están participando los jóvenes de Ayotzinapa, todavía está por verse sin son de ahí. En una de esas son gente que reclutan para llevar a cabo estas acciones, mercenarios, porros. Pero si fuesen los jóvenes de Ayotzinapa les diría que eso no es revolucionario, es actuar como contras a favor de los conservadores. Que no se dejen manipular, si es que son estudiantes, ya lo vamos a saber". A López Obrador también le sorprendió que algunos jóvenes calzaran tenis nuevos.
Bueno, bueno, bueno... Los decires del presidente, avalados por su séquito, inquietan: ¿por qué sospecha que fueron acarreados?, ¿qué tanto sabe de zapatos tenis?, ¿quién supone los recluta?, ¿de verdad considera que son mercenarios?, cuando habla de contras, ¿piensa en el siniestro Daniel Ortega, uno de sus compinches predilectos?
Los padres y normalistas de Ayotzinapa no provocan. Exigen, tras una década, respuestas. Quienes provocan son AMLO y sus ministros inopinados.