¿Postizos o putativos?
Durante ocho años, trabajé tranquilo en la universidad, sin más preocupación que preparar mis clases, dar mis conferencias y cumplir con los reportes que nos solicitaban.
Pero después de ese tiempo, un buen día, de buenas a primeras, me informaron que en adelante, tendría la nada envidiable asignación (así lo veía yo) de ser tutor de un grupo de nuevo ingreso de la generación 2012. Cuando entré al salón correspondiente el primer día, sentí el peso de 32 miradas expectantes sobre mi persona y yo dije: “Recórcholis, ¿y ahora qué hago?”.
Después de algunos días, y ya entrados en confianza, empecé a referirme a ellos como “mis hijos postizos” o “mis hijos no deseados”, pero rauda para corregirme, mi amiga Teté Rocha me comentó que el término correcto debía ser “hijos putativos”.
Como no era cosa de dejar que les anduvieran diciendo leperadas a mis muchachos, me puse a investigar qué significaba la palabrita ésa. La primera definición decía: “Reputado”, lo cual estaba peor, pero más adelante aclaraba el diccionario que “putativo” es alguien que se tiene por padre, hermano, etc., sin serlo. Como luego dicen, así ya la cosa “cambea”, por lo que si estos chamacos iban a ser “mis hijos” sin serlo, hubo que admitir que Teté tenía razón, por muy feo que sonara el término. Lo que sí no ha sido postizo ni putativo son los regaños que me he llevado por parte de la directora cuando estos ingratos no hacen las cosas como se les pide, pero ésa es otra historia; ellos han aprendido a soportar estoicamente los regaños, y a veces hasta se crecen al castigo, como los buenos toros de lidia.
Poco a poco, después de debutar como tutor, empecé a conocerlos más y fui descubriendo aspectos de su vida que aumentaron mi aprecio por estos muchachos.
Encontré ahí al muchacho (la muchacha) que vinieron de lejos, dejando allá a sus padres, para buscar un futuro mejor, así que ahora trabajan todo el día, van a la escuela por la tarde-noche, y le roban horas al sueño para cumplir con tareas y proyectos. Ruego a Dios que nunca pierdan el entusiasmo y vean, más temprano que tarde, el fruto de su esfuerzo.
Encontré a la joven que padece del corazón (desde el punto de vista físico), y vive cada día como si fuera el último, porque sabe que para ella, más que para el resto de sus compañeros, eso parece tener más probabilidades de que sea verdad. Ruego a Dios que le siga dando su aliento de vida, y que su corazón se ponga a la altura de su espíritu.
Encontré también a la joven que padece del corazón (desde el punto de vista emocional), e incluso ha requerido atención especial para superar esos dolores, que muchas veces duelen más que los dolores físicos. Ruego a Dios que ella aprenda a ver en su interior el enorme valor que tiene y la belleza que puede agregar a su mundo, independientemente de sus circunstancias.
Encontré a la chica de frágil figura y tierna voz que le gusta practicar el box como deporte. Ruego a Dios que siempre resista los golpes que reciba, y que en todo caso, éstos le duelan menos que los golpes que la vida en ocasiones le propinará.
Está también ahí “mi patroncita”. Así le digo porque se la pasa regañándome. Están las risueñas, las serias, las melancólicas, las complicadas. Y desde luego están los “desparpajados” que nunca faltan en un salón, pero que ayudan a mantener la alegría y a provocar las risas que a veces tanto se necesitan.
A cada uno lo he conocido más de lo que ellos creen, y me parece que he aprendido a identificar los sueños y los anhelos que se reflejan en sus miradas. Ruego a Dios que todos esos anhelos se les concedan, pero sobre todo, que ellos sepan aferrarse a sus sueños en tanto que logran convertirlos en realidad.
El mes pasado que cumplí años, me sorprendieron muy gratamente con una fiesta sorpresa en mi propia casa. Llegué de la universidad esa noche y ahí estaban, volcando todo su cariño en este “papá rezongón”. Era final de su último tetra; andaban bien gastados: Proyectos finales, fotos y trámites de titulación, pago del tetra de estadías, libros, etc. Y aún así, se cooperaron para hacer una manta preciosa con una collage de fotografías que nos hemos tomado, comprar todo lo de la cena, pastel, y todavía regalos. Ese gesto realmente me conmovió, y por cosas como ésas es que a veces les digo: “¡Cómo los quiero, condenadotes!”.
Así que después de casi tres años de esta “adopción forzosa”, he descubierto tres cosas: que yo estaba equivocado al pensar en esta asignación como algo “nada envidiable”; que mientras haya jóvenes como éstos seguirá habiendo esperanza en un México mejor; y que más que hijos postizos o hijos putativos, yo preferiría llamarlos “hijos de mi corazón”.
Gracias, mis queridos chamacos. Recuerden salir de esta escuela “con un diploma en la mano…y una pasión en el corazón”. Que Dios los bendiga donde quiera que vayan, y si bien les parece, vuelvan a casa (su escuela) de vez en cuando.
jesus_tarrega@yahoo.com.mx
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