Columnas > EL MENSAJE EN LA BOTELLA
Pedro González 810 Departamento 4
En ese lugar viví mis primeros 13 años de vida. Fueron años felices, no hay duda. El otro día pasaba por ahí e, invadido por la nostalgia, no pude evitar pararme y descender del carro para contemplar el que fuera mi hogar en aquellos años.
El tiempo inclemente ha dejado su huella. El edificio de 4 pequeños departamentos sigue ahí, pero el deterioro es notable. La herrería invadida por el óxido, la pintura desgastada, algunas ventanas rotas, todo ello parecía indicar que el lugar ha dejado de ser refugio de familias como en antaño lo fue. Mi primer hogar parecía llorar como un perro herido que ha sido abandonado.
Y en mi imaginación tuvo lugar una escena similar a la del final de la película Titanic, en donde, desde los pasillos llenos de lama del barco hundido, la cámara empieza a correr mientras todo parece irse restaurando hasta llegar al gran salón lleno de gente y de vida, esperando a que Rose se una a ellos en una gran celebración donde su amado Jack la ha esperado por años, para tomarla de la mano y darle un amoroso beso ante la ovación y el júbilo de los espíritus presentes.
Usando la imaginación
Me pareció que algo así ocurría mientras ascendía por las escaleras para llegar al departamento 4; poco a poco los materiales se restauraron, y el silencio sepulcral fue dando paso a ruidos, voces y algarabía de niños y padres que ahí habitaron.
Al atravesar la sencilla puerta de madera del departamento, a mí no me esperaba Jack, pero sí algunos personajes que han viajado en el barco de mi vida.
Me esperaba mi madre para darme un abrazo, recostarse a mi lado en la cama y decirle adiós a las luces de los carros que pasaban por la calle, como hacía cuando de pequeño tenía miedo de la oscuridad, hasta que me quedaba dormido.
Me esperaba mi padre para jugar conmigo a las "luchitas" y después ponerme un libro en las manos y sentarse a leer a mi lado, también como lo hacía desde que tenía yo un año de edad.
Me esperaba la niña que fue mi hermana, y la vi de rodillas al lado de mi cuna siendo yo un bebé, tomando mis manos y cantándome mientras yo balbuceaba alegremente, inmersos ambos en un amoroso diálogo infantil que solo nosotros entendíamos.
Me esperaba "mi Camela" para decirme que no me ha olvidado, y que nada le agradaría más que poder volverse a sentar conmigo a ver caricaturas y llevarme de la mano a comprar tortillas.
Me esperaba mi amigo Chanis, con la capa y el antifaz de Robin, esperando que me pusiera la capucha de Batman para seguir peleando contra "los malos". Mi amigo Erwin, emocionado porque al día siguiente iríamos al circo.
Muchos otros seres queridos vi, que innumerable cantidad de veces atravesaron esa humilde puerta de madera. Abuelita, tía Tere, Juanita Carrizales y varios más que, en cada visita, depositaban en mi corazón una porción enorme del cariño que había en el suyo.
"Viendo" más personajes
Me he asomado por la ventana de la sala y he "visto" a los trabajadores de la Junta Local de Caminos, que vivían en el departamento de abajo. Al igual que cada noche en aquellos años, escuchaban en la radio el programa "Serenata en la noche", sembrando en mí el gusto por las guitarras y la música romántica.
He subido a la azotea del departamento y ahí me esperaban, finalmente, la "Cacha" y la "Canela", mis perritas falderas, ansiosas por que tendiera otra vez mi "sleeping bag" y me durmiera con ellas, acariciándolas mientras contemplaba las estrellas y soñaba con lo que quería llegar a ser cuando fuera grande.
Un día, sin tener cabal entendimiento del por qué, tuve que dejar aquel que era mi hogar. Tuve que aprenderme una nueva dirección. Pero un trozo de mi corazón se quedó ahí, y hago votos porque cada niño, no importa la ciudad, no importa la colonia donde viva, pueda recibir la misma clase de amor que yo recibí en ese lugar. Un amor tan grande que dejó impregnadas las paredes, se metió en las estructuras y alcanzó cada rincón de ese humilde departamento y que hoy, gracias a la magia de la imaginación, pude volver a sentir.