Columnas > EL MENSAJE EN LA BOTELLA
Papá, ¿puedes escucharme?
Hace unos días mi prima Ma. Elena Guerrero me envió una fotografía que se encontró en su casa. En ella, aparece su padre, el mío, y el que esto escribe. Yo debo tener ahí unos 5 años y, por lo tanto, mi padre, 65. Y como bien dijo otra prima al ver la foto, parece que ando disfrazado de presentador de circo, con unos pantalones ajustados metidos en unas botas vaqueras, que era como me encantaba andar en ese tiempo.
Mi padre sonríe, seguramente orgulloso de su pequeño vástago, sin importarle lo irrisorio de su aspecto. Esa actitud de apoyo y respaldo fue algo que siempre tuvo para mí.
Recuerdo que cuando estudiaba piano de niño, me compró una vez un libro de partituras donde venía "La Marcha de Zacatecas", que a él le gustaba mucho, y seguido me decía, "a ver joven, tóqueme la zacatecana". Y aunque no me salía nada bien, él se quedaba escuchando mis torpes intentos y al final siempre me aplaudía y me decía, "¡Excelente, muy bien, hijo!".
Cuando pienso en ese hombre, que había sido presidente y tesorero municipal, que se había sentado en concilio con regidores y funcionarios de todos los niveles, y recuerdo esa imagen en donde lo veo escuchando pacientemente a un niño que intentaba con dificultades tocar el piano, me doy cuenta de que tuve un padre muy especial, y añoro escuchar sus palabras de aliento.
Un mensaje entrañable
En la película "Yentl", Barbra Streisand interpreta una canción bellísima llamada "Papá, ¿puedes escucharme?" (Papa, can you hear me?). En cierto momento en que se siente temerosa, canta esta canción, que es una oración que lanza al cielo, a algún lugar en el que ella espera que su padre, que ya ha muerto, pueda oírla. Dice así:
"Papá, ¿puedes escucharme? Papá, ¿puedes verme? Papá, ¿puedes encontrarme en medio de la oscuridad? Papá, ¿te encuentras cerca de mí? Papá, ¿puedes ayudarme a no sentir temor? Volteo al cielo en la noche y me parece ver millones de ojos. ¿Cuáles son los tuyos, papá? ¿En dónde estás ahora que el ayer se ha ido y ha cerrado sus puertas? Las noches son más oscuras, los vientos son más fríos. El mundo me parece mucho más grande ahora que estoy sola. Papá, ¿puedes escuchar mi oración aun cuando la noche está llena de voces?
Recuerdo todo lo que me enseñaste, recuerdo todos los libros que me leíste. ¿Podrán todas las palabras de esos libros ayudarme a enfrentar lo que tengo por delante? Los árboles son ahora más grandes, y yo me siento más pequeña. La luna está más sola y las estrellas parecen brillar menos. Papá, cuánto te amo. Papá, cuánto te necesito. Papá, cuánto extraño tu beso de buenas noches."
Nunca dejen de animarlos
Creo que uno nunca deja de extrañar a su padre cuando se ha ido, sobre todo si fue un padre así. Y el mío fue un padre así. Un padre que me escuchaba y me aplaudía y me animaba. Un padre que no me decía que era importante que leyera, pero que se sentaba a leer cerca de donde yo jugaba, y al verlo, yo tendía a imitarlo. Un padre a quien amé, y a quien aún ahora, sobre todo en ciertos momentos, todavía necesito. Necesito su palabra sabia. Necesito verlo leyendo a mi lado. Necesito escuchar su "¡excelente, muy bien hijo!"
Así que, papá, si tú también puedes escucharme, si tú también puedes verme, si tú también estás cerca de mí, te pido que me abraces fuerte y me hagas sentir que no estoy solo, que tú sigues ahí, como en aquellos años en que te sentabas a escucharme, y que me des las fuerzas que en momentos parecen abandonarme, para redoblar mi esfuerzo y a la vez poder ayudar a mis propios hijos, esos nietos que te habría encantado conocer. Gracias por tu ejemplo de vida, y feliz día, papá.
Felicidades a todos los padres que están ahí para apoyar y animar a sus hijos. En esta ocasión solo les pido una cosa: por favor, hoy y siempre, abracen fuerte a esos hijos y, a la menor provocación, por torpes que sean sus esfuerzos, en tanto que sean genuinos, díganles "¡Excelente, muy bien hijo!". O algo así. Les aseguro, por experiencia propia, que será algo que ellos jamás olvidarán. Feliz día a todos.