Columnas > A PUERTA CERRADA
Operación cicatriz; ordenar el caos
El modelo de trabajo en equipo constituye una herramienta básica en cualquier organización que quiera conseguir los resultados y objetivos propuestos y que además los deba lograr dentro de parámetros de eficacia y calidad guardando incluso la cohesión interna. La elección del 2018 y su apabullante resultado exhibió una reacción y rechazo a los abusos, excesos y a un genuino hartazgo de políticas fallidas, impunidad y corrupción. El movimiento encabezado por López Obrador cristalizó su llegada al poder que no hubiera sido posible sin el voto de sectores alejados de la ideología que profesan los seguidores de la cuatroté. Andrés Manuel logró convencer y vencer resistencias de la mano de los conservadores, fifís, clase media, académicos, religiosos, radicales, actores de otros partidos políticos y un larguísimo etcétera.
El equipo que decidió formar para construir la transformación no cumplía —en la mayoría de las áreas— el perfil para el enorme reto que significa gobernar un país como México, pero ese puñado de personas fueron quienes lo acompañaron fiel y lealmente en su camino a la presidencia. El paso de los años ha mostrado que lealtad no es sinónimo de buen gobierno y que el resultado de decisiones erráticas, con fobias y un espíritu revanchista que impide construir un futuro porque se vive en el pasado, pasará una factura política.
En los últimos años el caos en materia de seguridad, uno de los temas que prometió resolver tan pronto empezara formalmente su sexenio, es evidente y constituye una amenaza no sólo para el país, sino para la región. Los ejemplos sobran y no hay maroma institucional que alcance para justificar la escalada de violencia y el empoderamiento de organizaciones criminales que desafían al Estado y los abrazos obradoristas. El Ejecutivo está cerca de comenzar su quinto año de gobierno y la estrategia distractora de las mañaneras de dividir, acusar, amenazar, exhibir y polarizar tendrá que ser administrada y matizada.
El contexto del 2024 no será el del 2018 por ende López Obrador empezará a reagrupar su núcleo moreno —sumido en una cruenta disputa por la candidatura presidencial— y desplegar ese pragmatismo político que lo caracteriza; la hora de la operación cicatriz con aquellos a quienes denostó, calumnió, agravió y señaló en su mañanera distractora y en los pasillos del palacio está por comenzar. El polarizado panorama político sumado al fracaso en materia de seguridad y la incertidumbre generada por el convulso contexto económico —que pegará de lleno en el 2023— sugieren que se requerirá algo más que un porcentaje (indiscutible) de popularidad y un movimiento personalista y de culto a la imagen del Presidente para imponer sucesor(a).
El desgaste del modelo cuatroté en rubros estratégicos tendrá un costo pese a la soberbia que acompaña a la burbuja de operadores que hoy sin pudor alguno ya reparten las zanahorias del pastel dando por hecho una victoria morena.
No sorprende la ausencia de una autocrítica ante el evidente desastre en esferas estratégicas sin embargo, en todos los escenarios hay variables que no pueden ser controladas y se arriesga lo más importante que López Obrador necesita para pavimentar la candidatura de su "corcholata" presidencial; la cohesión interna que requiere un grado de tal madurez y trabajo en equipo que permita consolidar la continuidad de su proyecto estableciendo una escala de prioridades. Pero además, convencer a todos los sectores y actores, domésticos e internacionales que también ha agraviado a lo largo de sus casi cinco años de gobierno por comportamientos carentes de ética. Sin ello(s) se compromete el resultado.
Aunque muchos hoy, no lo crean.
Twitter: @GomezZalce