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Necesitamos un Mandela
La referencia es inevitable. Este 18 de julio se cumplió un aniversario más del nacimiento de Nelson Mandela. Su legado indiscutible se engrandece cuando hoy el estilo de gobernar se asocia a un discurso polarizador y de confrontación. Si alguien tenía razones para la venganza era él: 27 años encarcelado, su pueblo masacrado, el apartheid, los líderes de su movimiento perseguidos, asesinados, o también presos. Todo eso sería más que suficiente para considerar justo que una vez libre, se postulara a la Presidencia de su país y enarbolara la bandera de la división, exclusión y persecución de los que eran responsables de tanta infamia. Pero su condición de estadista lo llevó a lo contrario. Entendió que la única manera de que Sudáfrica saliera adelante era con la unión, sin importar creencias políticas o religiosas, color de la piel o clase social. Una vez ganada la Presidencia, inició un proceso de reconstrucción y reconciliación, e incluso incorporó a su acérrimo enemigo De Klerk como vicepresidente. Mandela era un convencido de que sólo así lograría la Paz, sin renunciar con ello a buscar la verdad y la justicia sobre las atrocidades cometidas durante el apartheid.
Por eso bien vale la pena traer a colación su recuerdo, porque en México el Presidente se olvida de que, en lugar de colocar epítetos, está obligado a gobernar para todos y que la unidad en la diversidad es la única manera de que el país pueda sostener la situación crítica que lo agobia. Por el contrario, lo que ha hecho confrontar: a la Iglesia católica, a la comunidad médica, a los que exigen un replanteamiento en la estrategia de seguridad, a los opositores al Tren Maya, a los periodistas, a las feministas, a la oposición, y a nuestro principal socio comercial, etcétera. La falta de reflexión y autocrítica desde luego afecta la toma de decisiones. No hay cabida para el cambio de rumbo. La política de seguridad es tal vez la evidencia más contundente. De acuerdo al Inegi, el 67.4% de los encuestados perciben que hay más inseguridad en el país. Esta cifra aumenta 72.9 cuando se les pregunta a las mujeres, y cómo no, si se ha llegado al grado de que en una plaza pública se queme a una mujer con toda impunidad. Pero el presidente insiste en que su estrategia es la correcta y que se basa en atacar las causas con los programas sociales, algunos que ya existían, como el de los adultos mayores de 65 años. Y cuando ha desaparecido otros de gran importancia como Prospera, las escuelas de tiempo completo, las estancias infantiles, los comedores comunitarios, etcétera, cuando lo que prevalece es la inflación, la carestía de productos básicos, empleos mal pagados y un nulo crecimiento económico.
Otra prueba de esta narrativa del héroe y los villanos es la forma en que se ha enfrentado la postura de Estados Unidos y Canadá sobre la política energética y su impacto en el T-MEC. ¡Qué mejor enemigo que el Tío Sam! Por eso, quien no dialoga con los maestros de Chiapas, para no afectar la investidura presidencial, no tiene empacho en denigrarla al decir al ritmo del Chico Che, "Uy, qué miedo", en lugar de decir la verdad sobre las consecuencias de esta situación, y su impacto inmediato en la inversión privada. Su respuesta se esconde bajo un discurso supuestamente nacionalista, cuando en realidad es un mecanismo legal (aprobado, por cierto, por el Senado con mayoría de su partido) que, en caso de concretarse, afectaría significativamente nuestras exportaciones y nuestra economía y, en consecuencia, las condiciones en las que vive la mayoría del pueblo mexicano. Ante este panorama, es momento de reflexionar, y si se quiere conmemorar a Mandela es pertinente recordar que lejos de lo que dice el libro de cabecera, "el fin (en este caso la preservación del poder) no justifica los medios", que el viaje es tan importante como el destino.
(Política mexicana, feminista)