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Mi noble Palm

  • Por: EL CONTADOR TÁRREGA
  • 28 MAYO 2017
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Mi noble Palm


Recientemente mi celular cumplio´ diez an~os de fiel y abne- gado servicio. Es un tele´fono marca Palm que gane´ en un concurso. Es de u´ltima generacio´n. Bueno, esta´bien, lo era en ese entonces. Ahorita, con la rapidez que evolucionan los celulares, estimo que ya habra´n pasado unas 20 generaciones (mi´nimo).

Podri´a pensarse que a mi´ me ocurre lo mismo que a aquel escritor (no recuerdo de momento su nombre) que publico´ un delicioso ensayo en el que disertaba sobre el hecho de provenir de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida, y no consegui´a andar por el mundo tirando celulares y cambia´n- dolos por el modelo siguiente solo porque a alguien se le ocurrio´ agregarle una funcio´n o achicarlo un poco.

Como bien dice este autor, provengo de una e´poca en la que se trataba de aprovechar todo, y al ma´ximo. En aquel tiempo (me sono´ a lectura de liturgia de la santa misa) se guardaba todo. Yo recuerdo que mi madre teni´a unos anaqueles en donde guardaba hasta lo que no se imaginan, “porque alguna vez puede servir”. Y encontrabas ahi´ desde navajas Gillete partidas (que podi´an servir de sacapuntas) hasta los alambritos con que se cerraban las bol- sas del pan que, en un derroche de creatividad que ya lo hubiera querido McGiver (jo´venes, pregu´ntenle a sus abuelos quie´n era e´se), se les daba una multitud de usos bastante ingeniosos. Eso si´, cuando no sabi´as co´mo hacer algu´n trabajo para la escuela y tu madre lo resolvi´a con un “cachivache” de ese monto´n, co´mo agradeci´as tener una madre tan previsora.

Todavi´a cuando nacieron nuestros hijos, influenciados por aquella mentalidad “guardativa”, guarda´bamos su ombliguito, el primer dientito que se le cayo´, su primer rizo (asi´ deci´amos aunque tuvieran los pelos de aguacero), y solo porque Dios es grande no guardamos tambie´n el oloroso producto de su primera evacuacio´n.

Entonces, sera´ por eso, sera´ porque me siento co´modo, el caso es que yo quiero mucho a mi celular y lo sigo usando, au´n cuando mis hijos, que siempre han insistido en lanzarme de cabeza a ese abismo profundo que representan para mi´ las nuevas tecnologi´as, hace tiempo me regalaron un smartphone. Y es que ese aparatejo del demonio resulto´ ser una fuente inagotable de abundante estre´s. Que si la pila le duraba muy poco, que si se saturaba la memoria, que si el monto´n de whatsapps de los mu´ltiples grupos en donde fui a caer, etc. Eso sin mencionar la tentacio´n de querer estarlo checando cada 15 minutos y el engarrotamiento mental que me provoco´ saber que ya habi´a salido un modelo nuevo que habi´a vuelto obsoleto el mi´o a tan solo 6 meses de haberlo recibido. O´igame no, no sean asi´, tengan compasio´n de este humilde terri´cola que prefiere transitar por la vida a pie, y no en el tren bala en que este mundo se ha convertido.

Mi noble Palm me ha ensen~ado la importancia de ser servicial, al seguirme permitiendo la comunicacio´n, au´n cuando esta´ tan deteriorado que ya no puede timbrar, solo emite un sonido que parece un perro afo´nico (y agonizante).

Mi noble Palm me ha servido para ensen~ar lecciones a mis hijos. Algunos recordara´n lo que comparti´ en uno de mis prime- ros mensajes (“Usar las cosas; amar las personas. No al reve´s”), cuando mi pequen~o Manuel (pequen~o en aquel entonces) me pidio´ que fue´ramos por una nieve y en el camino el tele´fono se me cayo´ y se rompio´. Ante la evidente angustia que vi en la cara de mi hijo al sentirse culpable, le hice ver que eso no importaba, que si hubiera habido algu´n accidente en el bulevar tan transitado por el que i´bamos, podri´a haber sido e´l (Manuel) el que se me rompiera, y le dije: “El tele´fono lo mando arreglar, pero a mi nin~o ¿quie´n me lo regresa?”.

Asi´ que co´mo no querer y apreciar a mi noble Palm (que por cierto, no lo tiene ni Obama). Se´ que eventualmente tendre´ que desprenderme de e´l, cuando ya sus funciones se agoten y no tenga ma´s posibilidades de reparacio´n. Cuando tal cosa suceda, le rendire´ un homenaje, tal vez le escribire´ un poema y lo dejare´ ir, rogando que a mi´ me despidan con el mismo carin~o cuando ya mis funciones se agoten y no tenga ma´s posibilidades de reparacio´n. Pero por lo pronto, de´jenme seguirlo usando y disfrutando, con todo y su sonido de perro afo´nico. Y ya me voy, porque tal vez pase por una tienda a comprar un pastel con diez velitas.

jesus_tarrega@yahoo.com.mx Facebook: El Mensaje en la Botella

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