México ante Trump: es la estrategia, no la retórica
Sheinbaum deberá calibrar las consecuencias del trumpismo 2.0 porque, hablando cada mañana hacia la galería doméstica, no ha tenido el incentivo de entender cómo opera la complejísima relación bilateral
La presidencia de Claudia Sheinbaum enfrentará el trance más difícil de su novel mandato en medio de desventajas de distinta magnitud que le dificulten la concentración necesaria para el diseño, formulación y ejecución de su relación con la Administración Trump. La temporada ha sido abundante en dichos, opiniones, ocurrencias y consejos surgidos desde todos lados sobre los aspectos técnicos, legales, políticos y operativos de los capítulos más delicados -seguridad, fronteras, migración y comercio-, pero al mismo tiempo no se advierte que el Gobierno tenga una estrategia puntual, robusta y organizada para lidiar con los escenarios que surgirán en torno a cada uno de esos temas, ni tampoco un equipo de alto nivel con las competencias necesarias para instrumentarla.
Para empezar, recordemos el contexto de casi nulo crecimiento económico, finanzas públicas en los huesos, deterioro del Estado de Derecho y crisis de violencia en que inició la nueva Administración mexicana para no caer en la tentación de atribuir todo lo que suceda a la llegada de Trump.
Frente a esa carga, la presidenta no ha presentado hasta ahora un genuino programa de gobierno, elaborado e integral, salvo diversas acciones en la misma tesitura de su antecesor -aumentar gasto social y dar respiración artificial a entidades públicas en coma- y un conjunto de buenas intenciones dirigidas a impulsar la reactivación económica. Al llegar el relevo en la Casa Blanca, el Gobierno de Sheinbaum deberá calibrar con rigor las consecuencias del trumpismo 2.0 porque hablando cada mañana hacia la galería doméstica, donde se siente cómodo, no tuvo el incentivo de entender cómo opera la complejísima relación bilateral ni de considerar que ahora deberá jugar en ligas mayores. Pero una cosa es verbalizar ese reto con muletillas y conducirse con lugares comunes propios de un gobierno acostumbrado a controlar el pódium, y otra controlar los hechos duros.
Las cartas de Trump están boca arriba desde hace tiempo y no hay engaño: "What you see, is what you get", decía una canción de The Dramatics de los años setenta. Algún presidente norteamericano solía repetir que en el primer mandato se gobierna para la reelección y en el segundo para la historia. De ser así, y suponiendo que Trump no busque un tercero (en estos tiempos surrealistas todo puede pasar) en abierta violación de la Constitución estadounidense, es muy probable que efectivamente quiera materializar lo ofrecido en relación con frontera sur, migración, organizaciones terroristas internacionales, aranceles, canal de Panamá, entre otras cosas. Por supuesto, otra cosa es que pueda.
En ese teatro, ¿qué podría hacer un Gobierno mexicano pragmático, juicioso y en lo posible inteligente? Por lo pronto, como no tiene un gran margen de maniobra y el tiempo le corre en contra, dejar en reposo la arenga soberanista, nacionalista y patriótica, que excita a la tropa y lubrica las redes pero no provee soluciones reales, tomarse muy en serio las cosas, concentrarse en una verdadera estrategia y reflexionar sobre sus componentes críticos. En política la sensatez ayuda.
Lo primero es pensar, y colectivamente mejor. Con alguna dosis de humildad política, afán de concordia y reconocimiento de sus limitaciones, la presidenta podría convocar de manera informal a un grupo técnico de buenas cabezas -incluidas sus fobias y némesis-, plural, capaz, especializado y con experiencia directa del terreno binacional y en ciertos temas laberínticos, como el comercio (solo en el T-MEC la lista de aranceles llena más de mil páginas) o el aspecto migratorio (que en México es tierra de nadie), para escuchar puntos de vista razonables sobre cómo hilar fino, comprender el proceso mental y político de un personaje poderoso extravagante y peligroso y como tejer con él y su administración una relación estable. CS podrá hacer caso o no a lo que escuche, pero el ejercicio mismo puede ser útil, exhibir seguridad y, con suerte, recolectar buenas ideas. Nada se pierde.
Lo segundo es despejar una interrogante genética en los gobiernos principiantes: ¿quién manda?. El Ejecutivo, dice la Constitución, dirige la política exterior, pero como abajo hay una maraña de burocracias, normas, egos, intereses y cadáveres en el closet, necesita un director en jefe que tenga habilidad política, densidad intelectual y si se puede técnica, un primus inter pares que coordine a las dependencias involucradas en la relación bilateral y que, en los hechos, bajo el liderazgo presidencial, conduzca la orquesta para que toque como sinfónica y no como mariachi caótico.
En México, las rivalidades y conflictos entre la cancillería y las dependencias sustantivas son inveteradas, sobre todo cuando se trata de la agenda bilateral. En teoría, porta la batuta la cancillería, pero por lo general carece de músculo político, presupuestal y, en estos días, de peso, porque su titular no tiene experiencia diplomática real (en la ONU el representante permanente se limita a cumplir instrucciones de voto, leer textos rígidos que le envían desde México y poco más), no conoce Washington ni su complejísimo policymaking, y en las mismas o peores circunstancias está el actual embajador, que para todo efecto práctico no ha existido estos años. Ni uno ni otro mandan mensaje alguno, a diferencia de sus contrapartes que claramente encarnan el perfil que quiere el nuevo jefe de la Casa Blanca.
Cabe repetir entonces una pregunta: ¿quién llevará las riendas del día a día con el trumpismo 2.0? ¿Y bastará con eso para trabajar en un entorno salvajemente enredado como el de la Administración de EEUU?
Aquí entra la tercera asignatura: disponer de un GPS. Cuentan que cuando Henry Kissinger quería hablar con Europa se topaba con que "nadie me dice qué teléfono marcar". ¿Sabe México a quién llamar hoy en el Distrito de Columbia? Como suele pasar, hay centenares de ofrecidos que pretenden vender el hilo negro a la presidenta y le dicen que conocen "al amigo del amigo del otro amigo" y así ad aeternum. De allí al extravío hay un paso.
Solo en materia de agencias federales, por ejemplo, Washington es un archipiélago más que un continente (hay 441 de toda clase, según el Federal Register), y saber qué timbre tocar puede hacer toda la diferencia. México necesitará un GPS muy eficiente para identificar a sus interlocutores clave lo mismo en las oficinas y alas de la Casa Blanca y el Departamento de Estado que en las agencias clave de inteligencia, seguridad nacional, justicia, energía y un largo etcétera. Difícilmente lo podrá hacer solo con su actual equipo, asumiendo que lo mantenga, y tendrá que invertir (léase recurrir y contratar) en expertos y profesionales en ese ajedrez, como suelen hacerlo muchos Gobiernos extranjeros y casi todos los Estados de la Unión Americana.
Piénsese también en otro ecosistema estratégico: el Congreso. Aunque tiene mayoría en ambas Cámaras, el trumpismo 2.0 se verá tentado a seguir recurriendo a los "decretos ejecutivos" para operar sus decisiones, pero hay asuntos que tendrán obstáculos legales en los tribunales o en las cámaras legislativas. México deberá identificar muy bien la genealogía política (y los intereses) de los legisladores y comités más influyentes y moverse con soltura y habilidad, al más alto nivel posible, en el Capitolio.
Un ejemplo. Según Bruce Ackerman, de la Universidad de Yale, parece incierto el control absoluto de Trump en la cámara de Representantes, aún con mayoría. Hay 31 republicanos que "son miembros del Freedom Caucus y poco más de 100 se identifican como republicanos MAGA", los conservadores más radicales, pero eso suma apenas 135 escaños sobre 436 miembros en total. Ackerman calcula que podrán pasar iniciativas presidenciales "solo si hay apoyo de una coalición mayoritaria compuesta por centristas pragmáticos de ambos partidos, sin importar cuánta presión aplique Trump" .
El panorama, como puede verse, es sumamente difícil, y no será un día de campo para el Gobierno de Claudia Sheinbaum por más que avive el verbo incendiario de sus legisladores, que su tasa de aprobación sea del 1000%, que cada día insulte a sus opositores y culpe al neoliberalismo, o que llame a sus seguidores a envolverse en el lábaro patrio. Eso, quizá, irrigue la autoestima, pero no solucionará los problemas específicos de una relación bilateral que ha sido y seguirá siendo por muchas décadas la más importante para el país.
Quien hace política, dijo Max Weber, "pacta con los poderes diabólicos que acechan en torno de todo poder". Y este es un asunto político y de poder. México deberá hacer un trabajo impecable de relojería fina y actuar en todos los frentes en Estados Unidos para construir una estrategia inteligente, efectiva y que arroje resultados concretos para el interés nacional.