Columnas > HISTORIAS DE REPORTERO

Marcelo y el lobo

Marcelo Ebrard no quiere romper con López Obrador. Porque motivos tiene y desde hace tiempo. La cancha dispareja de la que se quejó Ebrard hace meses fue construida por el presidente. Ebrard sabe que, sin el aval de AMLO, la millonaria cargada a favor de Claudia Sheinbaum no hubiera sucedido. Claudia no le hizo nada. Se lo hizo Andrés Manuel. Pero Ebrard no toca al presidente. No lo culpa, no lo señala, no dice una sola frase negativa de él. Para no apuntar al verdadero responsable de que el gobierno federal, los estatales y el partido se pusieran a las órdenes de una de las corcholatas, Ebrard se lanza contra Claudia Sheinbaum, Mario Delgado y Alfonso Durazo.

El excanciller ha tenido varias oportunidades de romper y no ha querido. La más reciente fue ayer. Pero no la tomó. Ebrard parece que quiso comprar tiempo: anunció —como AMLO tras la elección del 2006— una gira por todo el país para denunciar el fraude que le hicieron dentro de su propio partido, presentó una denuncia formal ante Morena y dijo que va a esperar un mes a que resuelvan.

Marcelo y el lobo

Ah, y oootra vez amenazó con que, si el partido no hace nada, se va. Es la tercera vez que amenaza con lo mismo, y como el presidente y Morena no hacen nada, Ebrard va posponiendo su ultimátum. Marcelo y el lobo. Cada día que pasa, la amenaza asusta menos.

A Ebrard se le agotan los buenos escenarios. Pudo romper cuando la oposición no tenía candidato. Ahorita ya tiene, y entusiasma. Pudo romper antes de que las cinco encuestas —hasta la suya— lo mostraran en un lejano segundo lugar en la contienda interna de Morena. Ahorita es el perdedor y cada minuto se ve menos como el demócrata indignado y más como el hermano ardido porque papá le dio el juguete a la hermanita.

En Morena no van a quitar a Claudia para ponerlo a él. Y mientras Marcelo recorre el país clamando ¡fraude! sin el apoyo de la estructura ni de los gobernadores, Sheinbaum va a estar en plan sucesora, tomando decisiones y repartiendo candidaturas de la mano del presidente. Si termina arreglándose, a ver qué logra negociar a cambio de quedarse.

Y en la oposición no van a quitar a Xóchitl para ponerlo a él. Si realmente quiere cobrarse el agravio, que rompa con Morena y se sume al bloque opositor. Y a ver qué negocia a cambio.

Un escenario cada vez más remoto es que desde Movimiento Ciudadano pueda construir una candidatura que crezca a niveles competitivos. Así como va el ritmo de las campañas parece más probable que se quede en una candidatura testimonial de alguien que optó por la tibieza: en el momento de las definiciones, no quiso ser gobierno ni quiso ser oposición.

Nunca hay que subestimar la capacidad de sorpresa que tiene la política mexicana, pero en este momento, me da la impresión de que a Ebrard el tiempo le juega en contra. Y cuando cree que está comprando oxígeno, en realidad se le está agotando.