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Los muertos de la arrogancia
Los números de la pandemia mexicana hablan por sí solos. En 410 días desde que oficialmente inició aquí la pandemia, ya alcanzamos las 210 mil muertes por la covid-19 y los casi 229 mil casos confirmados. Todas las proyecciones del gobierno estallaron en pedazos y, por lo que estamos conociendo ahora, de manera innecesaria. Según el Instituto para las Ciencias de la Salud Global de la Universidad de San Francisco, en un reporte que preparó para por la Organización Mundial de la Salud, de haberse actuado con liderazgo, asertivamente, sin confusiones en el mensaje y buenas estrategias durante la pandemia, habría 190 mil muertos menos.
Este informe debía de ser un escándalo. Hipotéticamente hablando, de haberse actuado con diligencia y responsabilidad, como sugiere el documento, sólo habrían muerto 20 mil personas en México, el 10% de las que tenemos, sin añadir los poco más de 110 mil adicionales de decesos relacionados con el virus, que aún no ingresan en el casillero del cómputo oficial. ¿Por qué nadie grita ante esta atrocidad? De haber tenido un buen gobierno, México no sería el tercer país de mayor número de muertes absolutas, sino el 25, de acuerdo con el mapa de la Universidad Johns Hopkins, ni habría tenido el 43% de exceso de mortalidad al esperado para 2020. Sin embargo, no lo tuvimos y no lo tenemos.
La evaluación del Instituto señala como parte de las fallas en el proceso de toma de decisión y el modelo de la administración de la emergencia de la pandemia, lo siguiente:
· La excesiva concentración de autoridad y capacidad para tomar las decisiones, junto con la discusión insuficiente de las decisiones y la marginación de los órganos colegiados relevantes responsables de la salud pública, que revela el error de origen del presidente Andrés Manuel López Obrador al haber conferido a López-Gatell la autoridad suprema para hacer lo que se le pegara en gana, a sabiendas que en Palacio Nacional estaba la fuente de su poder y el blindaje contra la rendición de cuentas.
· La falla para someter las decisiones clave de salud pública a supervisión independiente, así como implementar mecanismos efectivos para la revisión constante de la evidencia científica que fuera surgiendo, dados los altos niveles de incertidumbre, para asegurar la adaptación oportuna de las políticas correspondientes, lo que no es extraño ante la nula cientificidad de López Obrador y la claudicación de López-Gatell, por quedar bien con su jefe, ante la ciencia.
Esto llevó a la politización de los aspectos técnicos de la evaluación de riesgos, de su planeación e implementación, acentuada por la falta de autonomía de las instituciones de salud y la erosión de los procesos institucionales en el aparato burocrático, lo que dibuja no sólo el momento del manejo de la pandemia, sino el estilo presidencial de gobernar a través de la anarquía institucional.
· La marginación de los grupos de científicos y las universidades, de las organizaciones de la sociedad civil y el sector privado, en varios aspectos de la respuesta a la pandemia, con la excepción parcial de la reconversión hospitalaria y los servicios de salud, que no es algo extraño en López Obrador, porque la exclusión observada en la crisis sanitaria, es normal en todos los otros aspectos de la vida pública.
"Buena gobernanza implica la formulación y el reforzamiento de las políticas en beneficio del público", dijo Jaime Sepúlveda, director del Instituto para las Ciencias de la Salud Global, y maestro del zar del coronavirus y responsable de la estrategia para enfrentar la covid, Hugo López-Gatell. "Esta es premisa de la fortaleza institucional y un liderazgo efectivo. Países que tuvieron ambas condiciones, como Nueva Zelanda y Noruega, actuaron bien. Un pobre liderazgo y la debilidad institucional son, por supuesto, una mala combinación, como es el caso de México", que condujo a "consecuencias desastrosas en 2020".
Pero, ¿cómo no íbamos a caminar hacia ese resultado? López Obrador simplemente no creía en la seriedad de la pandemia, y provocó con sus imposiciones, demoras en las medidas de contención que provocaron dos picos en la pandemia en julio del año pasado y este último enero. Se pueden adjudicar a errores en la toma de decisión, como lo hace el informe, las consecuencias, pero hay otros factores, también subjetivos, que ayudan a entender lo que sucedió. La arrogancia, se puede argumentar, sobre todas las cosas.
Esta arrogancia, sobre la base de creencias, en el caso del presidente, y de jugar a la par, política, pero no científicamente López-Gatell, produjeron disparates comunicacionales. Por ejemplo, y publicada en el reporte, el 15 de marzo del año pasado la Secretaría de Salud difundió una infografía que decía: "Coronavirus covid-19. No es una situación de emergencia. No hay necesidad de cancelar eventos masivos, actividades laborales ni escolares. Tampoco hay que hacer compras de pánico. Sigue con tus actividades normales, pero refuerza las medidas de prevención. Recuerda. La enfermedad causada por el coronavirus covid-19 no es grave".
No fue una tontería, como no lo fueron los detentes y la fuerza moral para matar al virus, ni utilizar filtros solares, como recientemente sugirieron para evitar el contagio, sino un acto de arrogancia de López Obrador y López-Gatell, que domaron la pandemia y veían la luz al final del túnel cuando en realidad la oscuridad apenas comenzaba. La pareja de Palacio Nacional confrontó una crisis de salud con presunciones equivocadas, sin evaluación suficiente y malos juicios, junto con su desprecio por la vida de los mexicanos, en la forma de una política de austeridad con ausencia de acciones vigorosas y apoyos fiscales, y de una negativa a técnicas para detectar brotes y contagios.
Cuántas muertes se habrían evitado si ambos hubieran actuado con la humildad y la inteligencia que deben tener quienes tienen el poder para cambiar las cosas, pero no lo hicieron. Más allá de la retórica, nos queda para el análisis y eventuales acciones legales, su posible negligencia criminal.
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