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Los ´malvotantes´ de América Latina

  • Por: JAVIER LAFUENTE
  • 13 DICIEMBRE 2022
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Los ´malvotantes´ de América Latina

La situación era un poco delirante. El corresponsal del Financial Times, Andrés Schipani, y yo habíamos terminado de entrevistar a Evo Morales. Estábamos en Cochabamba y supuestamente un autobús con más periodistas nos llevaría a la zona de El Chapare donde el expresidente acostumbraba a invitar a comer a los medios la víspera de una elección. En ese caso era un referéndum para decidir si el presidente boliviano podía volver a presentarse a unas presidenciales. "No, ellos se vienen conmigo", dijo Morales a su jefa de gabinete, para conducirnos a un estacionamiento donde nos llevaron a una camioneta. El jefe de seguridad nos descolocó al subirse en el asiento del copiloto. Con Morales al volante transcurrieron las siguientes tres horas. En uno de los peajes, el presidente boliviano compró a una señora unas bolsas de habas, y no aceptó el cambio —"la próxima vez me los das"—, y en otro, recogió periódicos que repartían unos chicos. Al bajar los vidrios tintados y ver la cara de sorpresa, Morales sonrío y solo les dijo: "Prohibido equivocarse mañana, eh". Al día siguiente, Evo perdió el referéndum.

Me acuerdo mucho de aquel momento en la autopista boliviana cada vez que leo o escucho a ciertas personas hablar de lo bien o mal que se ha votado en un país, especialmente en América Latina, donde son más proclives las lecciones de moralidad y superioridad. También cuando veo a los mandatarios progresistas que invocan continuamente al pueblo en declaraciones que, automáticamente, dejan fuera a una parte de la población con la que no conviven y para la que muchos se empeñan en no gobernar o, cuando menos, desdeñar. Como si se refiriesen más a la acepción de "población de menor categoría" y no a la de "conjunto de personas que viven en una población".

El caso más reciente es el de Pedro Castillo, que esta semana ha inaugurado una modalidad de daño a la democracia con el autogolpe más rápido que se recuerde. La astracanada, que pudo haber llevado a la población peruana a una situación de peligro, dejó un reguero de ´yoyalodije´ y de invocaciones al pueblo. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, recurrió a la retórica para no condenar la maniobra de Castillo y tampoco apoyarla explícitamente, pero sí pidió que se respetaran "los derechos humanos y haya estabilidad democrática en beneficio del pueblo". El mandatario colombiano, Gustavo Petro, mucho más enfático que su homólogo mexicano a la hora de condenar el intento de Castillo de disolver el Congreso, se mostró sorprendido de que el presidente y su esposa se hubiesen quedado "encerrados en el Palacio, aislados del pueblo que los eligió".

Castillo ganó las elecciones por poco más de 40.000 votos a Keiko Fujimori, que trató por todas las vías —poco democráticas algunas— de no reconocer el triunfo; Petro logró la victoria con una diferencia de 600.000 votos y López Obrador, que triunfó abrumadoramente, se empeña en golpear día tras día a los que no están con él. No son de extrañar, por tanto, los datos de los últimos Latinobarómetros, que aseguran que cerca del 50% de la población no confía en el sistema democrático, que los ciudadanos se alejan de las ideologías y que, sobre todo, crece la indiferencia ante el tipo de gobierno. Revertir estas cifras es un reto mayúsculo, más aún desde la izquierda, pues desde la derecha —y cada vez más la extrema derecha— se da por sentado que tratarán de mantener los privilegios de las élites como primera medida. Mientras, bien harían los aleccionadores en dejar de considerar bobos a millones de personas y los gobernantes en invocar a una parte de la población en nombre de toda. Seguro que el pueblo, y la democracia, se lo agradecerán enormemente.

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