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´Señores: no hay vuelta´
Lo que este día voy a relatar no es histórico: es verídico. Uso esa expresión, aprendida de mi inolvidable maestro don Arturo Moncada Garza, porque la historia de México que se nos ha contado, ésa que preconizan los actuales historiadores, los favoritos del círculo más cercano al Presidente, es un tejido de mentiras que llevan a incurrir en mayúsculas majaderías, como la de retirar la estatua de Colón de su glorieta o de enviar cartas con absurdos pedimentos de perdón. Es verídico pues, y no histórico, lo que seguidamente narraré. En cierto pueblo del sureste había una costumbre conocida con el nombre de "la vuelta". Cuando una pareja de novios se casaba, a la mitad del banquete nupcial el novio se llevaba a la novia a la choza que estaba frente a la enramada donde la fiesta se llevaba a cabo, y ahí consumaba el matrimonio. Si la desposada era virgen el novio salía y comunicaba a su padre la noticia. El hombre se ponía en pie y anunciaba a los invitados: "Señores: hay vuelta". Salía en seguida la muchacha, vestida nuevamente con su atavío nupcial, y del brazo de su feliz esposo daba la vuelta, orgullosa, a la enramada, entre los aplausos de los invitados. En ocasiones sucedía que la novia no llegaba doncella al matrimonio. En ese caso el papá del defraudado novio hacía el anuncio contrario: "No hay vuelta". Ipso facto quedaba roto el compromiso matrimonial, y los padres de la frustrada esposa, lo mismo que ésta, eran obligados, llenos de vergüenza ante los asistentes, a beber pozol en un bule o guaje agujerado, y en adelante quedaban excluidos de todo trato en la comunidad. Aconteció que una joven que gozaba de aprecio general por su virtud contrajo matrimonio. Para sorpresa de todos, la noche de la boda, después del obligado trance conyugal, el padre del novio anunció: "Señores: no hay vuelta". Los papás de la muchacha se consternaron, y hablaron con su hija. Ella juró y perjuró que había llegado virgen a su desposorio. El papá de la joven se opuso, pues, al dictamen del consuegro. Conocía a su hija, declaró, y estaba seguro de que decía la verdad. Se armó el alboroto entre los asistentes. Alguien propuso que se llamara a la comadrona del lugar, experta en achaques femeninos, y ella certificó la virginidad de la doncella. Luego la interrogó detenidamente acerca de lo que había sucedido en la intimidad del lecho. La comadrona, entonces, habló aparte con el padre del recién casado. "Señores -dijo éste a los invitados-, sí hay vuelta. El novio andaba muy borracho, y envainó por donde no debía envainar". El sucedido que he narrado me sirve para ilustrar una afirmación: los usos y costumbres de las etnias pueden ser muy pintorescos, pero muchas veces son muy cabrones. De ellos derivan violencias que ya no se pueden permitir, así sean acostumbrados y habituales, como el del matrimonio forzado de niñas y adolescentes, o la venta que de ellas hacen sus progenitores. Se deben conservar las tradiciones de esos pueblos, pero sólo aquellas que no entrañen actos de barbarie. Eso de "los inditos", término paternalista semejante al del salvaje inocente de que habló Rousseau, es un mito inventado por los indigenistas propugnadores de la leyenda negra de España, en su tiempo la mayor potencia del mundo, y por tanto la más atacada, a la que debemos la cultura en que vivimos. A tal cultura han de pertenecer también nuestros pueblos indígenas. Mantenerlos al margen de ella so pretexto del respeto a esos tan decantados usos y costumbres es una forma de discriminación que no podrá prevalecer, pues la modernidad se impone por encima de dogmas y mentiras, Y ya no digo más, porque ya dije de más. FIN
MANGANITAS
Por AFA
"...'No somos iguales',
afirma AMLO
una y otra vez..."
Lo dice y repite a gritos
en términos muy formales.
Clama: "No somos iguales".
Y es la verdad. Son peorcitos.