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La pesadilla de Woldenberg: apuntes sobre las pre-precampañas

Quienes son fieles creyentes de la democracia liberal dirán que este proceso fue antidemocrático, pero para muchas personas de mi región no es así

Se acercaba el 6 de septiembre de 2023. El camino hacia la Sierra Norte de Oaxaca estaba lleno de pintas que decían "Es Claudia" y lonas en donde Claudia Sheinbaum aparecía junto a Andrés Manuel López Obrador con la frase "Claudia, yo te AMLO". Cada pinta mencionaba además el nombre de la brigada que la había financiado, no fuera a ser que el político del lugar se quedara sin la correspondiente estrellita en la frente.

La pesadilla de Woldenberg: apuntes sobre las pre-precampañas

Suelo explorar la percepción local sobre la política nacional, pienso que en esas opiniones es posible aprender el modo con el que la gente entiende las dinámicas del poder más allá de lo que las leyes, las instituciones, la opinión de los expertos y las reglas que la democracia liberal dicta. El "sentir del pueblo sabio", diría López Obrador, aunque en mi caso siempre prefiera describir los lugares de enunciación concretos, tan distintos y matizados, que no pueden quedar simplificados como un solo pueblo homogéneo. De estas exploraciones y conversaciones, mis conclusiones fueron claras.

La percepción en esta región del país era casi unánime, se iba a conocer el nombre del próximo presidente o presidenta de México el día 6 de septiembre de 2023. No había persona que no percibiera que lo que se estaba desarrollando era ya una campaña electoral por la presidencia de la República. Había quienes preferían al "candidato" Gerardo Fernández Noroña por percibirlo con ideas más radicales, la mayoría desconfiaba de Marcelo Ebrard y, con respecto de Claudia, no había tanto consenso. Lo que sí era un hecho es que el 6 de septiembre se sabría quién sería el sucesor o sucesora del presidente, lo demás era mero trámite por más que, para evadir las reglas del propio Estado mexicano, el partido Morena se negara a reconocer que aquello era una campaña y que insistieran en que solo estaban eligiendo a la persona que iba a coordinar los trabajos de los comités de defensa de la llamada Cuarta Transformación. A ras de lo local, esto se trató de una elección presidencial, con campañas, pintas, lonas, despliegue de personas en campo alentando a uno u a otro candidato. Algo parecido se estaba llevando a cabo del lado de la oposición, un proceso adelantado.

La democracia mexicana es, por así decirlo, algo bastante peculiar y muchas veces hasta resulta hilarante. Después de 80 años de un partido de Estado que controlaba él mismo las elecciones, ciertos expertos y entusiastas del llamado "ideal democrático" lograron establecer principios y reglas para que las elecciones tuvieran cierta credibilidad y ciertas garantías para una competencia lo más justa posible; al menos ése era el sueño de los entusiastas al estilo José Woldenberg. La desconfianza es tal, que hacer esto resulta tremendamente costoso. La operación del Instituto Nacional Electoral y sus correspondientes locales, el Tribunal Federal Electoral y todo su sistema, la Fiscalía Especializada en Delitos Electorales, los gastos ordinarios que genera la existencia de los partidos políticos, los gastos de campaña de los mismos y el mobiliario electoral de características especiales, entre muchos otros rubros, hacen que garantizar cierta "normalidad democrática" genere gastos exorbitantes, de los más altos entre los países del mundo.

Me parece gracioso incluso que hasta la fabricación de las boletas electorales esté influida por una profunda desconfianza: en este país las boletas pueden llegar a tener fibras ópticas, marcas de agua, microimpresiones, tintas invisibles, impresión visible, impresión invertida e imagen latente entre otros tantos mecanismos que tratan de paliar las ansiedades que nos despiertan las elecciones en las que nunca terminamos de confiar del todo, es como si tantas marcas nos pretendieran dar una seguridad que debería más bien proceder de otro lado, construirse de otra manera. A estas alturas ya no me queda claro qué tiene más marcas de seguridad, si un billete de mil pesos o una boleta electoral.

Como un niño que prefiere jugar con una caja de cartón en lugar del juguete más caro del mercado que le acaban de regalar, México eligió a la próxima presidenta del país fuera del sistema que tanto dinero le cuesta y que, sí, le acaban de regalar hace algunas décadas apenas. Al menos esa es la percepción en esta región del país, la próxima jefa del Ejecutivo fue elegida el 6 de septiembre mediante un proceso controlado por Morena escudada en la desconfianza que le generan las instituciones electorales; lo que sigue solo causa bostezos y se antoja un largo proceso bastante anticlimático y aburrido. La oposición hizo algo parecido con la elección de Xóchitl Gálvez, los procesos se anticiparon y fueron concebidos como campañas.

Quienes son fieles creyentes y entusiastas de la democracia liberal dirán que este proceso fue antidemocrático, pero para muchas de las personas de mi región no es así, simplemente se adelantaron las elecciones presidenciales y les resulta evidente el gran apoyo electoral y social que tiene Morena. Casi en cualquier escenario este partido habría ganado la presidencia de la República.

Habrá personas que digan entonces que la solución está en regular no solo las campañas y las precampañas sino también estas preprecampañas de facto, de modo que sea un organismo ciudadano independiente quien las controle y no un partido político y casas encuestadoras de la iniciativa privada neoliberal. Todo esto, claro, haría aún más costosa la de por sí carísima democracia mexicana. Y vuelta a empezar.

Quienes a lo Woldenberg aman la democracia liberal se rasgan las vestiduras, otras personas vemos en estos problemas la consecuencia natural del funcionamiento del Estado-Nación y la búsqueda activa del poder, el problema está desde la concepción, el problema es el modelo. Por otra parte, no hay que olvidar que en México, el antiguo funcionamiento del PRI se ha convertido ya en una ontología que atraviesa a toda la clase política de la cual pareciera difícil desprenderse y, si algo enseñó el PRI, es que cualquier regla establecida se puede saltar.