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La lección del Estado de México ¡cuidado!
Todavía estamos a distancia de las elecciones del 2024, en las que podremos obtener un resultado que resuelva los gravísimos problemas que nos agobian. El camino será largo y azaroso. Avanzamos entre luces y sombras. La 4T cuenta con la fuerza descomunal del gobierno —y la debilidad de algunas instituciones— que se aplica en favor de quienes encarnarían la continuidad del desorden y el autoritarismo. ¡Vaya amenaza! El Frente Amplio por México ha ofrecido una alternativa democrática que reconduzca al país por la ruta del derecho y la razón.
En esta circunstancia quiero compartir mi preocupación por factores que pudieran empañar las elecciones del 2024. Me valgo de la lección que nos dejaron los recientes comicios en el Estado de México. Aquí se enfrentaron —como sucederá en 2024— la 4T con su arsenal de recursos, por una parte, y la alianza democratizadora, por la otra. No hubo equivalencia de fuerzas entre las que trajo el gobierno federal a las elecciones mexiquenses, y las que movilizó la alianza de los tres partidos. Fue evidente la superioridad de la candidata de la alianza, pero no pudo remontar el poderío de su competidora, a pesar de que sobre ésta pesaban, entre otras cosas, manejos irregulares en procesos electorales precedentes.
Las elecciones del Estado de México habrían tenido otro desenlace —para bien del país y de esa entidad— si hubieran concurrido algunos factores que no llegaron. El resultado fue la derrota de la opción democrática. Me refiero a esto porque temo que una situación similar se podría presentar en las elecciones del 2024, que es indispensable prever y corregir desde ahora. Hay tiempo, pero es preciso formular diagnósticos, sembrar certezas y preparar participaciones que contengan y reviertan la tempestad morenista, desencadenada por un caudillo empecinado en ser jefe de facción y no presidente de una república plural y democrática.
Corremos el riesgo de que la concurrencia a las urnas no sea suficiente, como no lo fue en el Estado de México. La abstención pudo deberse —y podría deberse en 2024— al desaliento, la desconfianza, la impresión de que el gobierno todopoderoso determinará los resultados. También se observó que muchos ciudadanos, militantes o simpatizantes de un partido que no encabezó la alianza democrática, se abstuvieron de votar por una candidata con origen en un partido diferente. Igualmente, se advirtió que no pocos electores cuestionaron con acritud a las dirigencias de los partidos aliados y se negaron a votar por éstos, que sería tanto como expresar solidaridad con esas dirigencias cuestionadas. Todo eso, y más, restó votos. Ojalá no suceda en el 24, año en el que tomaremos decisiones de enorme trascendencia, que debemos ponderar más allá de nuestras filias y fobias tradicionales.
Creo que estos tres problemas, entre otros, deben ser identificados y resueltos desde ahora. Es indispensable notar que muchos ciudadanos de buena fe, cuyas convicciones queremos atraer y cuyos votos necesitamos obtener, pudieran cuestionar —o seguir objetando— los términos del proceso electoral en marcha. Si esto ocurre, como sucedió en el Estado de México, corremos el peligro de que el resultado incline la balanza en favor del autoritarismo, la discordia y el retroceso. Es preciso que lo adviertan a tiempo los posibles abstencionistas, los votantes duros de alguna organización política y los críticos de los partidos. (Profesor emérito de la UNAM)