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La cultura migrante

  • Por: JORGE SÁNCHEZ CORDERO
  • 15 AGOSTO 2022
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La cultura migrante

La municipalidad de Milán creó en 2011 el Foro de la Citta Mondo (Foro de la Ciudad Mundial), que congrega a más de 600 asociaciones representantes de 120 comunidades en esa localidad. Su edición del año previo estuvo dedicada a la historia de la diáspora de los núcleos comunitarios de la ciudad, y para ello ideó un comité encabezado por cinco mujeres milanesas y otras tantas de concentraciones de migrantes y de enclaves minoritarios. Entre los objetivos de este foro se encuentra el de reducir la brecha entre la cultura patricia, que resulta intimidante, y las expresiones culturales de esos conglomerados humanos.

En junio de 2019 se creó la iniciativa Multaka International Network, que agrupa a 15 museos de Alemania, Reino Unido, Italia y Suiza, y emplea a migrantes de diferentes orígenes con la finalidad primaria de impulsar el diálogo intercultural con el arte y con la historia en el entreverado del patrimonio cultural museístico.

El orientalista alemán Stefan Weber (1967), director del Museo de Arte Islámico, radicado en el célebre Museo del Pérgamo berlinés, no hizo menos: sostuvo con razón que todo museo contiene arcanos de importancia cultural e histórica cardinal mediante los cuales pueden arrostrarse los argumentos xenófobos impregnados de un aberrante lastre ideológico. 

Las experiencias mencionadas evidencian en la perspectiva multicultural las expresiones artísticas de las comunidades migrantes; son un facilitador de los procesos de aculturación a los que está sujeta la inmigración. 

En una obra capital, L´ethnicité dans les sciences sociales contemporaines, el etnólogo ítalo-belga Marco Martiniello (1960) sostuvo que los análisis han soslayado los vínculos entre cultura, migración y minorías étnicas. Al migrante, dice, se le percibe exclusivamente por su aportación económica; peor aún, en su nuevo entorno cultural se le estigmatiza no sólo por beneficiarse, supuestamente de manera impropia, de los servicios de salud y asistenciales, sino de poner en riesgo los valores sociales del país receptor. Así, ante la persistencia de sus costumbres autóctonas en un territorio que se estima ajeno y la dificultad en el aprendizaje de la lengua local, se le considera como un ser anonadado por la cultura dominante. 

Existe, pues, un franco desdeño por la potencial contribución del migrante al enriquecimiento de las expresiones culturales que legitima la veda en cuanto a su acceso a las instituciones y prácticas culturales, y, más aún, que refrenda el asentimiento de posturas perniciosas hacia él; las políticas migratorias restrictivas son consecuenciales de ello. Éstas subestiman, empero, que los fenómenos migratorios distan de ser actuales: la historia de la humanidad los registra con profusión, igual que lo hacen los procesos de aculturación en su estudio de las distintas disciplinas sociales, en los que la estética no es excepción.

En nuestra contemporaneidad, sin embargo, la mayoría de los análisis se concentran en la población migrante, pese a que los procesos de aculturación acaecen cuando diferentes grupos con distintos cánones culturales entran en contacto sin solución de continuidad. Estos procesos alteran en forma sustantiva los arquetipos de la cultura oriunda, pero también –inevitablemente, aunque de manera diversa– la cultura receptora.

En esa aculturación de alta complejidad puede observarse la resiliencia del migrante en diferentes perspectivas: en ocasiones mantiene los atavismos de su cultura autóctona con el ánimo de preservar su cultura e identidad, pero en otro extremo intenta compendiar su proceso de integración con la cultura huésped.

En esa travesía, por lo tanto, son fácilmente distinguibles algunas conductas de los migrantes: la asimilación, la integración, la separación o bien la marginalización (Modelo Berry). La puntualización es necesaria.

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