Columnas >
El zorro y las uvas, AMLO y sus haters
Pobre zorro, pobres zorros. Bastardeando las palabras son idénticos a todo lo que critican
"Impulsado por el hambre voraz que tenía, un zorro intentó alcanzar unas hermosas uvas que colgaban en lo alto de una viña, pero aunque saltó con todas sus fuerzas, no pudo lograrlo".
Cuando el zorro se disponía a marcharse derrotado y abatido, se percató de que un pájaro había observado toda la escena, y se sintió avergonzado. Creyendo que había hecho un papel absolutamente ridículo, se dirigió al ave y le dijo:
"-No es que no haya alcanzado las uvas, lo habría hecho si merecieran la pena. Yo hubiera conseguido alcanzarlas si estuvieran maduras, pero cuando me di cuenta de que estaban verdes, he preferido desistir de agarrarlas. Las uvas así no son un buen alimento para un paladar tan refinado como el mío".
La zorra y las uvas es una de las fábulas atribuidas a Esopo. En mi interpretación de hoy, el zorro no acepta su impotencia, su incapacidad, su ineficacia. No asimila la que ocurre. Está en negación. No puede creer que las uvas, que siempre estuvieron a su disposición para que las gozara sin medida, para que las comiera o las vendiera cuando se le antojara, ya le sean inalcanzables a causa del cambio de estación.
El zorro no puede procesar la nueva realidad y entonces se avinagra, se frustra. El viñedo, que él sentía que era de su propiedad para administrarlo a su capricho, ahora le parece deprimente. El papel del viticultor, que él veía como el de un peón sexenal al que podía ordenarle quitar, poner o mezclar semillas y vides, ya le parece despreciable porque no obedece sus planteamientos, sus ideas, sus caprichos, sus arrebatos pontificios. Nada.
En ese estado de profunda perturbación e impotencia, el zorro simula que permanece ecuánime, aunque sus ruidosas y ácidas críticas exhiben que está furibundo por la infertilidad de sus peroratas que ya nadie escucha, salvo sus colegas zorros que, en medio de murmuraciones, pululan a su alrededor igualmente indignados.
El zorro se sume en incesantes cavilaciones, no duerme, escribe y escribe artículos enfebrecidos (los otros zorros también), acude a tertulias, comilonas, da charlas, entrevistas y conferencias; organiza ciclos, foros, coloquios, tuitea sin cesar, pero nada cambia: el país no regresa a su pasado idílico donde era amo y escribano, exégeta de sí mismo, tlacuilo imprescindible.
Atrapados en una estampa de Milo Winter, el zorro y sus zorros clones maldicen la realidad, no intentan entenderla, solo se escuchan entre ellos, se encierran en su parnaso, y colapsan mentalmente: tienen un severo problema político de disonancias cognitivas.
El zorro, que para fines de esta columna representa al eje único de los odiadores de López Obrador, a sus adversarios acérrimos, a quienes lo enjuician varias veces al día más con el hígado y la estridencia que con la sensatez de análisis sobrios e inteligentes (y propuestas sensatas y atractivas), está fuera de sí. ¿Por qué? Porque se ha dado cuenta (al fin) de que sus formas de ejercer la oposición son infructuosas, estériles, y que no solo no hacen mella en el viticultor y la mayoría de la gente, sino que tampoco han modificado la intención de voto rumbo al 2024: si hoy fueran las elecciones, cualquier candidato de Morena apalearía a la oposición.
Ante semejante frustración grupal, y absolutamente extraviados en sus nexos mentales, el zorro y sus émulos nos quieren venir a decir ahora cuándo y cómo debemos criticar al Presidente quienes desde el periodismo nos mantenemos alejados de uno y otro grupo.
Hágame usted el favor. Los independientes criticamos cuando se nos da la gana, a quien se nos da la gana, y como se nos da la gana.
Pobre zorro, pobres zorros. Bastardeando las palabras, son idénticos a todo lo que critican.