Columnas > EL MENSAJE EN LA BOTELLA
El centurión
"Mujer, ayúdame a quitarme la armadura, vengo muy cansado. No, gracias, no quiero cenar, no traigo hambre. Hoy ha sido un día difícil. En mis muchos años al servicio del emperador de Roma, tú lo sabes, he peleado cientos de batallas al lado de soldados valientes y aguerridos, he encontrado también entre mis adversarios hombres increíblemente fuertes, pero valor más grande nunca he visto, como el que hoy percibí en el rostro y la actitud del nazareno que crucificamos esta tarde.
"Fue acusado de blasfemia, de afirmar que él era el mesías, el ungido de Dios. Yo no sé si lo sea o no, pero mayor majestuosidad no he visto jamás, aun cuando fueron tremendas las condiciones en que me ha tocado conocerlo. Cuando estaba atravesando sus manos con los clavos ha puesto sus ojos en mí, y me ha hecho estremecerme, al grado de que estuve a punto de arrojar el mazo lejos de mí. Es increíble, pero en sus ojos, lejos de ver odio, casi me pareció que había perdón y amor, y me miraba como alentándome a que siguiera con lo que estaba haciendo, parecía decirme ´adelante, esto es algo que tienes que hacer´. No te imaginas el trabajo que me costó terminar esa ingrata tarea. Hubo un momento en que se me rodó una lágrima, me la tuve que limpiar discretamente. Yo hubiera preferido que este hombre me maldijera, que gritara y me escupiera, como hace la mayoría de los condenados a muerte, como hicieron los otros dos reos que junto a él fueron ejecutados, pero no lo hizo, e incluso más adelante le pidió a su dios que me perdonara, pues no sabía lo que hacía. ¿Puedes creerlo?
No sé qué haya hecho este hombre para incitar el odio de su propio pueblo, pero nunca había visto nada parecido. Se reían de él mientras lo veían agonizar; se burlaban alegando que había salvado a muchos y a él mismo no podía salvarse; le dieron a beber vinagre con hiel. Yo hubiera querido tener a la mano un vaso con agua para calmar su sed, pero sé que de poco hubiera servido ante el sufrimiento tan espantoso que experimentaba en la cruz. Y él parecía no tener oídos para todas esas voces llenas de odio. Solo en un momento lo vi llorar, pero no por el dolor que él estaba sintiendo; lloró cuando puso su vista en una humilde mujer que comprendí que era su madre, pues lloraba desconsoladamente; entonces sí, sus ojos se nublaron, pero estoy seguro que fue por ver el sufrimiento de ella. En momentos, la mujer volteaba a verme con ojos suplicantes, como pidiéndome que de alguna manera ayudara a su amado hijo, pero yo he tenido que permanecer inmutable en mi puesto. Ah, mujer, qué duro día ha sido éste.
¿Has sentido el terremoto que hubo en la hora novena? Tal vez no lo creerás, pero el temblor ocurrió en el preciso momento en que este hombre murió. Desde algunas horas antes, el cielo se había oscurecido, parecía que la Tierra estuviera viviendo sus horas más sombrías. Y al morir, cayeron del cielo gruesas gotas de lluvia, como si el dios de este hombre derramara también, al igual que su madre, grandes lágrimas de pesar por su muerte.
Para asegurar que estuviera muerto, he tenido que atravesar su costado con mi lanza, y al hacerlo, brotó sangre y agua por su herida, las cuales salpicaron mi cara. Te prometo, mujer, que he sentido algo, no sabría cómo explicarlo, pero sentí algo maravilloso cuando su sangre cayó en mi rostro. He sentido como un influjo de gozo y esperanza. He sentido como que algo me decía que, aunque en este mundo tengamos que presenciar cosas tan terribles como las que he visto en este día, todo esto pasará, y entonces vendrá algo mejor.
Así es, mujer, nosotros los romanos mantenemos por ahora el poder debido a la fuerza de nuestras armas, pero este nazareno (creo que se llamaba Jesús), me ha hecho entender, sin siquiera abrir la boca, que hay una fuerza mucho más poderosa que las armas, y es la fuerza del amor. Ojalá que todo el mundo llegue a comprender esto algún día.
Y ahora ven, acompáñame a darles un beso a nuestros hijos que ya duermen. Mañana les hablaré del nazareno, y también trataré de investigar entre el pueblo las cosas que él enseñó, estoy seguro que deben ser grandiosas, y nos dedicaremos a aprenderlas, porque ¿sabes qué? Ahora estoy convencido. Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios".
jesus_tarrega@yahoo.com.mx
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