Crónica de dos desafueros

Andrés Manuel López Obrador fue desaforado. Cuauhtémoc Blanco, en cambio, conservará su escaño y protección. Así de lejos estamos del origen
Veinte años y 12 días separarán a los dos procesos de desafuero más célebres de nuestra historia. El tiempo y su poesía.
Cada uno apunta en dirección contraria, como en aquel famoso jardín de senderos que se bifurcan. Uno es el reflejo torcido del otro.
El primer juicio de desafuero que traigo a la memoria fue el que encumbró a Andrés Manuel López Obrador: un proceso ilegal fabricado por Vicente Fox por intentar abrir una calle que conectara con un hospital. El segundo, en cambio, sirvió para blindar a un personaje acusado de desvío de recursos, vínculos con el crimen organizado y hasta de intentar violar a su media hermana.
De entrada, el contraste ofende.
Andrés Manuel, en su momento, compareció ante la Cámara de Diputados y pronunció un discurso que cimentó las bases de un movimiento y quedó grabado como acto fundacional. Sus reproducciones se cuentan por millones en el archivo digital de nuestra memoria colectiva.
No en vano, la presidenta Claudia Sheinbaum inauguró su toma de protesta con una referencia a aquel episodio:
—Hace exactamente 19 años, en este mismo recinto, en un atropello a la libertad, el jefe de gobierno de entonces [...], pronunció un discurso que cimbró para siempre la lucha por la democracia.
El martes, en cambio, el discurso que se ofreció ante el Congreso fue uno lejano de lo diestro. Uno que no solo no será histórico, sino que preferiríamos olvidar:
—Nada más quiero que me escuchen un poquito —comenzó el exfutbolista y exgobernador de Morelos.
Aquel lejano 6 de abril de 2005, Andrés Manuel subió solo a la tribuna. Blanco, su némesis, lo hizo escoltado por un grupo de diputadas que lo arropaban con un grito prestado: "¡No estás solo!"
Una consigna nacida 20 años atrás para acompañar al entonces jefe de Gobierno, fue el martes utilizada para acompañar a un bravucón.
En aquel entonces, Andrés Manuel López Obrador llegó al Congreso —llegamos todos— con la certeza absoluta de que no se le juzgaba por haber violado la ley, sino por su manera de pensar y por lo que representaba para el futuro de la patria. Por eso, el macuspano se negó a entrar al terreno jurídico que se pretextaba para enjuiciarlo. Sabía —sabíamos todos— que aquello era una persecución política.
El exfutbolista, en contraste, hizo de lo legal su argumento toral: que el exfiscal de Morelos, Uriel Carmona, había integrado la carpeta de investigación de forma deficiente. Un criminal arrodillado con fervor ante la cruz de la ley y el altar del Estado de derecho.
Puede usted destronarse de la risa.
El Gobierno encabezado por la presidenta —la misma que se lanzó al ruedo contra Uriel Carmona por encubrir el feminicidio de Ariadna Fernanda, aquella joven a quien la fiscalía de Morelos intentó reducir a una causa etílica— hoy extiende su manto sobre un acusado de violación en grado de tentativa. Las piezas no encajan.
El mismo pretexto legaloide que salvó a Carmona, rescató al tiburón Blanco: la carpeta estaba mal armada. Sorprende entonces que el partido que alguna vez prometió una nueva legalidad para México no tenga, ni en el tintero, un plan claro para reformar nuestras inútiles —y autónomas— fiscalías.
No importa el testimonio de la media hermana que estuvo a un tris de ser violada. No importan las observaciones de la Auditoría Superior de la Federación. No importan las denuncias de la actual gobernadora morelense por desvío de recursos. No importan, tampoco, las acusaciones sobre vínculos con el crimen organizado.
Lo que importa —lo que verdaderamente importa— es la unidad de Morena y el bienestar de Moreno. Alito, creo que le llaman.
—Acuso al presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Mariano Azuela Güitrón, por supeditar los altos principios de la justicia y de la Constitución a las meras consignas políticas ordenadas por los intereses creados del momento —pronunció en aciagos tiempos el popular tabasqueño.
Quienes entonces lo difamaban eran quienes se creían amos y señores de México. Hoy esos mismos —los Monreales que se creen los mandamases del partido— han protegido al tepiteño mientras intentan asesinar el cambio verdadero.
Legisladoras guinda —que en sus oficinas cuelgan retratos de López Obrador como santo patrono— intentan limpiarse la cara tiznada con un acto de equilibrismo. Quedar bien con todos, aunque nadie les crea. Se dicen solidarias con las víctimas, al tiempo que exigen a Temo su renuncia y comparecencia ante la fiscalía.
Tonto es el que piensa que el pueblo es tonto.
Así, los dirigentes del partido que prometía una patria para el humillado, nos han ofendido desde la máxima tribuna. Aunque ya nos recordaba Andrés Manuel que aquella no es la máxima tribuna.
—Lo cierto es que estos personajes no solo están envileciendo a las instituciones, sino haciendo el ridículo —señalaba en tiempo pretérito el fundador del partido.
El ridículo es un límite para quien conoce las barreras de lo ético. Pero al diccionario de Monreal —quien no dudó en endosarle el problema a la presidenta y afirmó imperturbable que su bancada votaría en libertad— alguien le arrancó hace tiempo la página donde figura el término.
—Hacía falta conocer a fondo a los que hipócritamente hablaban de buenas conciencias y del bien común. Hacía falta que esas personas se exhibieran sin tapujos, con toda su torpeza, frivolidad, desparpajo, codicia y mala fe para saber con claridad a qué atenernos—resaltaba entonces quien observa hoy desde Palenque.
A partir de ahora —decía Andrés Manuel— no podremos ser ingenuos. "Sabremos que nuestros legisladores votarán como se les indique. Que ya recibieron la orden de los jefes de sus partidos y van a actuar por consigna".
"Aunque se hagan llamar representantes
populares".
Finalmente, para ir cerrando esta comparación que parece tragedia, Andrés Manuel fue desaforado. Blanco, en cambio, conservará su escaño y protección. Así de lejos estamos del origen.
Hace 20 años, Andrés Manuel López Obrador cerraba su discurso con una frase que aún resuena: "Qué viva la dignidad, que viva México". Lástima que sus herederos en el Congreso la han extraviado.
Ustedes —Morena, PRI y Verde— eligieron proteger a Blanco; pero no olviden que todavía falta: que ustedes, y a él, los juzgue la historia.