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Chiqui-visita
Todo fue chiquitito: se juntaron poquitos afuera de su hotel, salió al balcón como si estuviera hablando a miles y eran unos cuantos, se echó un desayuno rápido con la vicepresidenta, Kamala Harris, y estuvo un ratito con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien tenía cosas más importantes que hacer. Horas después de recibir en la Casa Blanca al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, Biden emprendió un tenso viaje a Medio Oriente, donde va a tener que entenderse con Arabia Saudita, retrocediendo en su promesa de campaña de aislar a este país por su historial de violaciones a los derechos humanos.
Biden ni siquiera se tomó el tiempo de dar importancia a las groserías de AMLO. El mensaje de Estados Unidos es claro: la relación entre las dos naciones es más importante que los berrinches del actual presidente de México. La indispensable coalición binacional frente al repunte de la migración merece ser tratada con la seriedad de dos jefes de Estado, no con el lloriqueo de un político enamorado de un puñado de dictadores.
En la conclusión del lento mensaje de López Obrador en la chiqui-visita (30 minutos pausados con todo y menciones de "los conservadores"), Biden lanzó una broma cargada de ironía: agradeció por su aguante a una reportera que grabó todo con su celular. Deduzco que el mandatario americano padeció por un instante el tedio al que los mexicanos estamos sometidos tres horas diarias cada mañana.
La actitud del presidente mexicano —que no se atrevió a decirle nada a Trump pero se la pasa "cucando" a Biden— ha significado un grave costo de oportunidad para México. Las malas señales económicas de AMLO y su alianza con lo peor de la política mundial, han impedido que México absorba miles de millones de dólares en inversiones que están buscando salir de China. La oportunidad difícilmente se repetirá. El gobierno federal no ha sabido engarzarse en esta ola que podría significar para México un cambio estructural en su desarrollo económico.
Eso lo hubiera aprovechado un presidente con altura de miras, uno que entendiera su papel en el tablero de la geopolítica. México no tiene ese presidente. El nuestro es un mandatario chiquito, más preocupado por qué hace Calderón que Xi Jinping. Un presidente ahogado en sus obsesiones, desconectado del futuro y del presente, anclado en un pasado remoto, que se asume víctima de todo, orgulloso de seguir jugando a los subsidios, instalado en el permanente lamento del país que está condenado a ser pobre porque todos lo saquean.
De ese tamaño el Presidente. De ese tamaño su gira a Washington.
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