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Carta a otras mujeres víctimas de violencia
Este es uno de esos textos que quisiera no tener que escribir. Pero si lo hago es para ayudar a otras mujeres a no sentirse tan solas. Porque en este 25 de noviembre nos dirán hasta el cansancio las cifras de las violencias que sufrimos, como si fueran números y cosas que pasan y que se pueden englobar en una cifra, pero no se hablará de la forma en que estas violencias nos transforman y marcan para siempre. Eso incomoda y es mejor no decirlo, mejor nos concentramos en las cifras y en los programas que se generan para ayudar o aparentar que se ayuda a otras mujeres víctimas de violencia de género. Desgraciadamente esos programas no están cuando una intenta dar sentido al dolor y al trauma. Tampoco están cuando se requiere financiamiento prolongado o una mejora a instituciones corruptas y misóginas como son las fiscalías y el Ejército.
Si algo aprendí después de ser víctima de violencia sexual y psicológica es que lo que más cuesta trabajo recuperar es la confianza. La confianza en una misma y en los demás. El saber con certeza que lo que intentamos narrar y entender verdaderamente pasó. Que esas violencias en nuestra contra que otros demeritan y niegan son reales y estructurales. Las que dejan huellas psicológicas tan profundas que nos hacen odiarnos y culparnos de formas injustificadas. Cómo pude ponerme en riesgo, por qué no me di cuenta antes, cómo dejé que me pasara esto, en qué momento pensé que podía confiar en esa persona, por qué caminé por ahí. Contra esto hay que hablar y escribir, hablar con otras mujeres, decir lo que nos pasa, intentar que deje de verse como un hecho aislado y normal.
Hablando con otras mujeres es como pude ir logrando entender que lo que me había pasado no había sido mi culpa en modo alguno ni algo provocado por mí. Todavía recuerdo con terror una conversación con un terapeuta en la que de modo sutil y perverso me insinuó que quizás lo que me había ocurrido había sido provocado o buscado por mí de forma inconsciente. No, no vamos por la vida pidiendo que nos violen, ni nos maltraten, ni nos violenten, no lo buscamos inconscientemente y no lo generamos ni provocamos en modo alguno. Pero desgraciadamente, esto es algo que cuesta trabajo entender porque si llegamos a denunciar lo primero que se pone en duda es nuestra palabra.
Otra de las cosas que tardé mucho tiempo en entender es que cada una decide qué hacer con estas vivencias. Denunciar ante autoridades o públicamente es una decisión extremadamente personal que no debe ser impuesta o cuestionada.
Siendo víctima de violencia de género aprendí que la culpa que se siente se manifiesta de formas muy diversas y persistentes. Que no es extraño que una termine autoagrediéndose o culpándose en un intento por recuperar algo del control y la agencia que nos fueron arrebatadas. Que lograr llegar a un punto en el que se puede hablar de esto sin culpa y miedo es algo que toma mucho tiempo.
Tampoco se habla usualmente de la depresión, la ansiedad, el miedo, que persisten después de estas violencias. De la forma en que tenemos que lidiar con nuestros cuerpos, trabajos, relaciones y responsabilidades a la par en que intentamos recuperar la tranquilidad y la paz, lo difícil que es aparentar que se está bien, por el miedo ante el prejuicio y la vergüenza que se asocian con estas violencias.
Por eso es importante que este 25 de noviembre hablemos entre nosotras y públicamente, las cifras se seguirán repitiendo, pero nuestras vivencias y nuestras palabras nos recordarán que estas violencias son estructurales, no son nuestra culpa y se sobreviven de muchas maneras. (Analista)
Twitter: @itelloarista