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Biden sí, pero sin Biden
Joe Biden ha sido un buen presidente y los demócratas le adoran, por eso le han dado apoyo casi unánime para optar a la reelección. Habríamos dormido tranquilos si le hubiéramos visto responder con agudeza al candidato más deshonesto de la historia reciente de Estados Unidos. Habiendo sido testigos del mal desempeño de Biden, quisiéramos creer, con Obama, que tan sólo fue "una mala noche".
Un mal debate en general tiene buen tratamiento: se prepara mejor el siguiente y se intenta olvidar el traspié con buenos mítines, el milagroso y habitual teleprompter siempre a mano, publicidad bien hecha, sobre todo para seguir advirtiendo del peligro que Trump supone para la democracia, cualificados apoyos de celebridades, titulares afilados, imágenes bien ejecutadas, legiones de voluntarios llamando a las puertas por la democracia y la dignidad del país... Los demócratas saben hacerlo como nadie y lo cierto es que aún quedan cuatro meses para la elección: una eternidad.
Pero el problema es que no fue solo una mala noche. Suponía el mundo entero que Trump haría lo que hizo: mentir no menos de 30 veces, justificar el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 instigado por él, alarmar sobre "los millones de inmigrantes que llegan de cárceles y manicomios", presumir de la infame legislación involucionista sobre derecho al aborto, presentar una visión apocalíptica y negativa del país y su sistema electoral.
La gran duda que se esperaba despejar era si Biden estaba capacitado para gobernar por su edad. La respuesta fue contundente: no, no lo está. Algunos líderes del Partido Demócrata y decenas de analistas y editoriales —también el influyente The New York Times— han señalado la conveniencia de su sustitución.
El 72% de los votantes registrados y el 45% de los votantes demócratas creen que no debería seguir, según una encuesta de CBS. En una campaña con ambos candidatos tan empatados, esos datos son una losa demasiado pesada, que no puede levantarse fácilmente. Si Biden decidiera seguir, que parece probable, su permanencia sería el gran tema de campaña. Ya se encargará de ello la galaxia Trump.
Y tendríamos por delante cuatro meses agónicos con millones de ojos pendientes de si el presidente tropieza, se le va la mirada, balbucea o hace algo inconveniente. Solo el cese inmediato de las especulaciones, una impecable campaña y el peligro de un presidente deshonesto y corrupto podría conceder a Biden la reelección. Demasiado riesgo.
Si Biden no lo deja, en el Partido Demócrata no habrá quien le desafíe a menos que quiera suicidarse. Si dimitiera como presidente, le sustituiría Kamala Harris, pero eso no implica que sea la nominada a la presidencia. Su problema es que tiene un bajo nivel de aceptación.
Si Biden decidiera dejarlo y no recomendara a nadie, se desataría un inédito y urgente proceso de sustitución, también muy arriesgado, en el que aparecerían alguno de los preferidos, como los gobernadores de California, Gavin Newsom; el de Illinois, J. B. Pritzker; la de Michigan, Gretchen Whitmer, o el senador Sherrod Brown, de Ohio. Quizá otros.
La opción ideal es que sea el propio Biden quien preste "su último servicio a la nación", como algunos le han pedido. Que sea él mismo quien proponga a su sustituto o sustituta. Los delegados que han de nominar al candidato demócrata en la Convención del 19 al 22 de agosto y que están ligados a Biden y a Harris, probablemente le obedecerían sin demasiado problema si el escogido es una pesona de consenso. Se ha hablado mucho de Michelle Obama, que no parece estar dispuesta, de Harris y de alguno de los mencionados.
Cualquier decisión será endiablada. Pero parece entrañar menos riesgos que sea el propio Biden quien, oídas las voces más autorizadas, señale alguien capaz de plantar cara a un candidato republicano con tanto rechazo popular.
Es improbable que tal cosa suceda: por el vértigo, por lo inédito de un cambio de estas características, por las dificultades de encontrar a alguien unificador, por los plazos. Pero si no ocurriera asistiríamos a una campaña de infarto, en la que no se hablará de los desafíos del país, sino tan solo del estado de salud de Biden. Y eso no es muy estimulante para nadie. Excepto para Trump.