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Autodefensas y sicarios calentanos: diez años de guerra... y todo peor
Los gobiernos criminales dan sentido al concepto de Estado fallido
Justo hace diez años, la Tierra Caliente de Michoacán se convirtió en una especie de segundo hogar para mí y varios compañeros fotoperiodistas y camarógrafos, quienes me acompañaban en incursiones reporteriles que buscaban narrar el levantamiento armado de civiles contra el cártel de Los Caballeros Templarios, grupo criminal que llevaba largo tiempo asolando la región con la complicidad de autoridades municipales, estatales y hasta federales.
Ese grupo literalmente gobernaba toda la zona. No había autoridad que se le resistiera. En algún momento obtuve la nómina templaria y era un mapa del horror en forma de cifras: ahí estaban enlistados los dineros que el cártel entregaba mensualmente a alcaldes, jefes policiales, funcionarios estatales y policías federales.
También se enumeraban los cobros de piso que el cártel imponía a los ayuntamientos para permitirles que realizaran obras públicas.
En los hechos, el narco michoacano era alcalde, tesorero, jefe policial, secretario de obras, inspector sanitario, cobrador de diezmos y todo lo que hiciera falta.
Los productores la pasaban muy mal: quienes se dedicaban al aguacate, al mango, al limón, a la madera, al ganado, a la minería —a lo que fuera—, todos tenían que pagar pisaje, pero no solo eso: muchas veces eran despojados de sus tierras.
La parte más jodida se la llevaba la población, que literalmente padecía un sitio de guerra: a la zona levantada en armas no ingresaban alimentos, medicinas, gasolina, gas, programas sociales. Nada libraba los retenes templarios.
Pero eso no era lo peor, lo que detonó la rebelión fueron los abusos, las violencias contra las mujeres.
—¿Qué hacía yo, señor, qué podía hacer yo? —apenas contenía las lágrimas un hombre del municipio de Buenavista que se desahogaba conmigo en un billarcito—. Vino escoltado por unos 40 hombres armados, todos con fusiles de asalto. Mirándome a los ojos, como si nada, me dijo: "Su hija va a ser mi novia". ¿Qué hacía yo, señor, qué podía hacer? -se dolía el pobre hombre, a la búsqueda de una exculpación.
No podía hacer nada. El tipo que mancilló a su hija era uno de los más feos y despiadados líderes de La Familia Michoacana que más adelante acabó preso, pero antes embarazó a la hija de ese hombre.
En Tepalcatepec pasó lo mismo: "Ahí me baña a su hija, al rato vengo por ella", avisaban los sicarios, según me narró su desgracia un ganadero. Y luego otro y otro y otro.
Coalcomán, idéntica estampa, se convirtió en el municipio sin quince años, bodas y fiestas, el lugar donde ya nadie bailaba: los hombres ocultaban a sus niñas, jóvenes y mujeres para que los capos y sus sicarios no las vieran, no las desearan, no las raptaran, no las desaparecieran.
—¿Hoy, cómo están las cosas diez años después? –le pregunto al líder de las primeras autodefensas, las de La Ruana. Hipólito Mora, a quien narcos locales trataron de asesinar nuevamente a principios de este mes, no tiene la menor duda:
—Peor. Todo está peor, extorsiones, despojos, reclutamientos, desapariciones, ataques a las mujeres. Los narcos gobiernan aquí peor que antes y ahora nadie se levanta en armas porque todos tienen miedo y nadie dice nada. Estamos mucho peor que hace diez años, sí.
La prevalencia de gobiernos criminales en Tierra Caliente, se llamen Cárteles Unidos o Cártel Jalisco Nueva Generación (ambos se disputan la zona), le da cabal sentido al concepto de Estado fallido.
Es una vergüenza que los gobiernos de Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador no hayan sido capaces en dieciséis años de liberar del terror a los michoacanos.
(La entrevista con Hipólito Mora, en la versión digital de la columna)