La historia de tres borrachines en Reynosa, 1925
Primero llegaron de paso a la fonda de don Francisco Pizaña buscando cena, que no hallaron. Enseguida los tres se dirigieron hacia el sur de la villa, para irse a dormir a la casa de Antonio. Fue frente a la casa de don Mateo Dávila, por donde iban que, les salió amenazándolos un individuo con pistola en mano, diciéndoles levanten los brazos. El individuo obligó a uno de sus acompañantes, el cuál iba muy borracho, a que lo siguiera...
La Cantina México Libre, al noroeste de la plaza Hidalgo. Su propietario, Lisandro Tijerina, contrató a Manuel González como su chofer, quien fue acusado en este caso.
Cronista Municipal de Reynosa
(Primera parte)
Esa tarde del 8 de agosto de 1925, Melchor Alanís, su hermano Lorenzo y un tal Luis llegaron con sus familias a Reynosa. Melchor era un artesano y agricultor de 48 años de edad, originario de los Aldamas, Nuevo León. Decía que era vecino de Congregación Ochoa en el Municipio de Camargo, pero que ya tenía seis meses trabajando en Mercedes, Texas.
Después que cruzaron el vado del río Bravo en Reynosa se les hizo tarde para llegar a la estación de Reynosa, donde pensaban tomar el tren para sus lugares de origen. Fue entonces cuando las familias buscaron un lugar en donde preparar la cena y en donde alojarse durante esa noche.
Ellos le pidieron permiso para hospedarse a Antonio Gutiérrez, quien vivía en la parte sur de la villa de Reynosa cerca de la estación. Éste era un hombre casado, originario del pueblo de Burgos, de 33 años de edad. Antonio accedió a la petición de los forasteros.
Alrededor de las ocho de la noche, Melchor invitó a Antonio y a su compañero de trabajo Luis, a pasearse hacia el centro de Reynosa para tomarse unos tragos. En ese momento el improvisado casero no sabía el nombre y apellidos de sus acompañantes, menos lo sabría horas más tarde. En esta historia nunca se supo el apellido del tal Luis, ni su lugar de origen.
Éstos se encaminaron a la cantina de don Catarino Benavides. Este salón y billar probablemente estuvo por la parte sur de la calle Guerrero enfrente del mercado Zaragoza, donde años más tarde la familia manejo una mueblería, una de las primeras ferreteras en el pueblo y su hijo homónimo el Hotel Jardín de Reynosa, entre otras cosas.
Los hechos etéreos
Los tres individuos tomaron en exceso hasta casi perder el conocimiento, especialmente el forastero, Melchor Alanís. Éste solo se acordaba que lo habían tomado del brazo unos individuos, pero no sabía si habían sido sus acompañantes. Lo que tenía presente en una forma muy vaga, era que en frente de una casa vieja un hombre güero, narizón, rasurado y con un bigote le había dado un golpe postrándolo en la tierra. El agricultor decía que enseguida le sacaron el dinero que traía. Se acordaba que había salido de Mercedes, Texas, con $35 dólares y que tal vez hubiese perdido $30 dólares, pues en la cantina gastó unos $3 dólares en tragos.
A las 7:30 de la mañana del día 9 de agosto, el Juez de Paz Lauro Herrera recibió el oficio del Ministerio Público sobre el robo a mano armada. Antonio Gutiérrez fue el primero en emitir su declaración ante el Juez. Antonio dijo que vino a dar una vuelta para el pueblo con dos de sus huéspedes, llegando a la cantina de don Catarino Benavides, en donde se puso a tomar uno de ellos, emborrachándose en exceso. Serían más o menos como las doce y media de la noche o la una, cuando los tres se retiraron de la cantina.
Primero llegaron de paso a la fonda de don Francisco Pizaña buscando cena, que no hallaron. Enseguida los tres se dirigieron hacia el sur de la villa, para irse a dormir a la casa de Antonio. Fue frente a la casa de don Mateo Dávila, por donde iban que, les salió amenazándolos un individuo con pistola en mano, diciéndoles levanten los brazos. El individuo obligó a uno de sus acompañantes, el cuál iba muy borracho, a que lo siguiera.
Antonio quiso intervenir para evitar que se lo llevara el de la pistola, pero éste le apuntó diciéndole: “retírese porque lo mato”. Por lo que se abstuvo de la intención de evitar que se lo llevara. Antonio y su otro acompañante fueron a avisarle al hermano del secuestrado que se había quedado en casa. Pronto lo encontraron que venía descalzo, pues seguramente se había dado cuenta del hecho. Pensaron que era un empleado del gobierno, por lo que fueron a la comandancia de la policía a denunciar lo ocurrido.
El enredo
Esa noche el comandante de la Policía Urbana, Tomás Peña, hizo su recorrido por algunas partes de la población como de costumbre. Estando parado enfrente de la cantina México Libre, la cuál se encontraba cerrada al noroeste de la Plaza Hidalgo, observaba los movimientos de los vecinos. De ahí partió para la comandancia, la que se encontraba en esos años en la Presidencia Municipal, al sur de la plaza.
En el lugar se encontró con Antonio Gutiérrez acompañado de otro individuo, el hermano de Melchor Alanís. Gutiérrez le informó al comandante que pocos momentos antes un sujeto desconocido lo había amagado a él y a dos de sus acompañantes. Uno de sus acompañantes, que se encontraba muy borracho se lo había llevado el asaltante y no sabían que habría hecho con él. El comandante Peña les pidió que hicieran indagaciones sobre el paradero del desaparecido.
El comandante salió en su automóvil a hacer su propia pesquisa. Recabó unos datos en la fonda de Gorgonia Peña, quién le mencionó que una hora antes había estado tomando café José María Tijerina con un desconocido. Éste último le había pagado las bebidas. Por los datos referidos por la fondera, el policía dedujo que el desconocido era Manuel González, un personaje que había llegado a la villa de Reynosa 10 o 12 días antes según calculaba y quién era el chofer de Lisandro Tijerina.
El policía empezó a buscar a Manuel durante la noche, sin poder encontrarlo hasta muy de mañana. Lo mandó aprehender como medida precautoria, avisando al Ministerio Público. Después, el comandante salió en su automóvil para los ranchos a cumplir una comisión, regresando a la villa como a las doce de la noche.
Mientras tanto, Antonio Gutiérrez y Lorenzo, el hermano del secuestrado, también entrevistaron a la fondera Gorgonia. Predispuestos por los hechos, Antonio y Melchor Alanís aseguraron y reconocieron a Manuel González como el malhechor. Antes del amanecer, Antonio y Lorenzo encontraron al secuestrado, tirado en una casa que estaba construyendo don Federico Cantú. El mismo Melchor manifestó que estaba golpeado y que le habían robado el dinero que traía.
El 9 de agosto de 1925, el Juez de Paz, Herrera, desde temprano hizo comparecer a Antonio Gutiérrez, a Melchor Alanís y a posibles inculpados del caso, entre los que estaba Manuel González. Cuando sacaron a este último de su detención, Antonio aseguró y declaró que era el mismo que los asaltó con pistola en mano. Lo mismo pronunció Melchor cuando se lo presentaron con otros individuos.
El inculpado le replicó a Antonio en estos términos: “¿Está usted seguro de que yo soy el individuo que dice usted, que los asaltó?” “Pues por la pinta me parece que es usted”, le respondió Antonio. El designado dice que cometió la torpeza de preguntarle a Melchor si él era a quien habían robado anoche, pues a mí no me inculpan ese delito. Manuel dijo que la pregunta se la hizo en presencia del policía José Garza.
El caso se complicaba, debido a que el comandante había tenido que salir de la villa por otras tareas de su oficio. La parte afectada se encontraba dramáticamente afectada por el Dionisio de los griegos o el Baco de los romanos, con el ritual de la locura y el éxtasis.
En la próxima nota contaremos el fin que tuvo el forastero robado y la suerte del inculpado.
Reliquia del pasado que sobrevive por la calle Guerrero, casi con Porfirio Díaz. El 8 de agosto de 1825, ahí existía la Cantina de Catarino Benavides, donde se desarrollaron los hechos de esta historia.