El INBA: Los impactos de la pandemia
La directora general del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), Lucina Jiménez, ofrece a Proceso su propio balance de los impactos del confinamiento y las formas en las cuales están afrontando el regreso, en medio de un forzado avance en cuestiones de tecnología
Abordada en torno a la actitud del Instituto Nacional de Bellas Artes frente a la colección de arte del pintor Pablo O’Higgins –ya publicada–, su directora Lucina Jiménez habló con detalle sobre los problemas ocasionados por la pandemia hasta el día de hoy, ante la cauda de interrogantes en múltiples aspectos: laboral, técnico-operativo, educativo, los espacios… En esta segunda parte de la entrevista, que se reproduce enseguida, la también antropóloga explica el proyecto de la Bodega Nacional de Arte que ocupará la antigua Fábrica Nacional de Cartuchos en el Bosque de Chapultepec.
La pandemia encontró en el sector cultural un caldo de cultivo para multiplicar sus impactos: una crisis transexenal agravada por recortes presupuestales, falta de mantenimiento y actualización de la infraestructura, precarización del trabajo y el impulso al megaproyecto Chapultepec, al cual se destina al menos una tercera parte de los recursos.
Pero cada uno habla como le fue en la feria, reza el dicho. Y la directora general del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), Lucina Jiménez, ofrece a Proceso su propio balance de los impactos del confinamiento y las formas en las cuales están afrontando el regreso, en medio de un forzado avance en cuestiones de tecnología.
Cuenta asimismo que durante su gestión al frente de la institución fundada en 1946, ha logrado solucionar añejos problemas que sus antecesores prefirieron evadir por requerir de mucho diálogo y negociaciones: la regularización de las prestaciones laborales que la Secretaría de Hacienda y Crédito Público no quería reconocer, la basificación de personal y la disminución del déficit presupuestario de 290 a 24 millones de pesos.
En su oficina del último piso del Palacio de Bellas Artes, la doctora en Ciencias Antropológicas habló de la herencia intestada de Pablo O’Higgins, pero también abordó el tema de cómo el INBA encaró la pandemia que, “igual que a todo el mundo”, les tomó por sorpresa porque no esperaban que fuera tan profunda, extendida ni tan prolongada.
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Esa parte, por su extensión y múltiples aristas (la tensa relación laboral, las adecuaciones técnicas en los espacios, la impartición educativa, las necesidades artísticas, por ejemplo), es la que ahora se reproduce.
Empezando por el confinamiento, debido a que no fue fácil ir cerrando los espacios –asevera–, pues la pandemia, en efecto, llegó “de un día a otro” y había que atender antes las especificidades de cada uno. En los museos, por ejemplo, implicó revisar condiciones de seguridad, clima (temperatura y humedad), que eran diferentes con personas que vacíos.
En las escuelas se registraron las materias cuyo contenido cambiaría para adaptarse a los ciclos a distancia. Cuentan con 10 mil estudiantes y se requirió darles seguimiento, no sólo académico, sino incluso de su situación personal, pues muchos se vieron obligados a volver a sus lugares de origen para sobrevivir porque aquí no podrían hacerlo sin familia.
En los teatros se hizo inventario de las funciones y de los contratos con las compañías, para garantizarles que se les sostendrían en cuanto la pandemia lo permitiera.