Eduardo Lizalde: El último gran poeta
Figuras de la cultura destacan valor de la obra de Eduardo Lizalde para quien la posteridad estaba asegurada desde sus primeros libros
Monterrey, México.- De personalidad formidable, y artífice de una poética desgarradora y contundente que hendió los entornos oscuros de la realidad humana, Eduardo Lizalde pareciera indisociable de aquello mismo que él reconocía en la figura del tigre.
"Nadie representa tanto una figura elegantemente animal, en el buen sentido, como él. Para todos nosotros, él era EL TIGRE, con mayúsculas", dijo el poeta Marco Antonio Campos, evocando la forma en que solían saludarse: "Hola, 'Tigre', ¿cómo estás?".
"Me entristeció mucho (la noticia de su muerte). Con él se va el último de los grandes poetas mexicanos", añadió. "Los poetas nos vamos quedando cada vez con menos referentes esenciales. Yo le agradezco mucho su gran poesía".
El tigre, asimismo, era para Lizalde (Ciudad de México, 1929) emblema, signo y símbolo de la actualidad, de la fidelidad; también del olfato y del sentido de la orientación, a decir de Adolfo Castañón.
"En ese sentido, también el tigre es uno de los señores, dueños, del bosque, de la selva, y Eduardo Lizalde, en cierto modo, compartía todo esto. Pero también el tigre es una figura seductora, una figura fascinante, y Eduardo era capaz de fascinar con su voz, con su mirada, a sus amigos y amigas", destacó el escritor.
Más de la sección
'Generación casi extinta'
Adolfo Castañón tuvo la fortuna de saludarlo el pasado 23 de febrero cuando le llevó a Lizalde un libro de ópera -la otra gran pasión en la vida del poeta, narrador, ensayista y traductor- para que se lo dedicara como había hecho en otras muchas ocasiones quien ostenta una importante colección de sus títulos.
"Todavía pude platicar con él, aunque sí lo noté un poco débil", compartió.
"Sabía que últimamente estaba un poco retirado", dijo, por su parte, Margo Glantz, quien a pesar de ello no pensaba que este desenlace -anunciado el pasado miércoles en Facebook por el hijo del poeta, Eduardo Lizalde Farías- fuera cercano.
"Pero, como se ve, mi generación está totalmente casi extinta. Y me da una pena muy grande", agregó la escritora. "(Lizalde) es uno de los más grandes poetas que han nacido en México. Es una gran pérdida; tiene libros extraordinarios. El tigre en la casa, por ejemplo, es uno de los mejores libros que se han escrito en el País".
Fue con esa obra, acaso su poemario más resonante y definitivo -que mereciera a su autor el Premio Xavier Villaurrutia en 1970-, con la que Lizalde obtuvo el reconocimiento como poeta, cuando pasaba ya de los 40 años, y el sobrenombre que lo identificaría toda su vida: "El Tigre".
"Es su libro más original. Está muy bien escrito, también con mucho humor, un humor de la vida cotidiana conyugal, de la relación a largo plazo. Es un libro profundo y también un poco lúdico; tiene muchas imágenes de un humor muy seco, casi, pero también muy agudo", resaltó, por su parte, el también poeta Homero Aridjis, quien atesora la memoria de las partidas de ajedrez que le llegó a ganar tras conocerlo en el taller de Juan José Arreola.
"Él era muy caballero. Como persona, era muy serio, muy ecuánime; no era nada arbitrario ni malicioso, sino era siempre muy justo", continuó. "Lo recuerdo como un hombre muy justo y un intelectual muy sereno; apasionado también, pero esta pasión de los hombres serios, de los lectores que leen a fondo".
Poeta vital
Veintisiete años tenía Lizalde cuando publicó su primer libro de poemas: La mala hora, quien desde niño había aprendido a construir sonetos bajo la guía de su padre. Cofundador, además, junto con Enrique González Rojo y Marco Antonio Montes de Oca, del Poeticismo, movimiento en el que Luis de Góngora fungía como modelo de aquellos que intentaban ser "supergongorinos".
La poesía de denuncia también sería una marca de Lizalde, formado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y militante de los partidos Comunista Mexicano y el Obrero Campesino, antes de fundar junto a José Revueltas la Liga Espartaco Leninista.
La fatal futilidad de lo humano, el nihilismo, la misantropía, odio, muerte, amor y desamor, son parte de las amargas decepciones que asoman en su poesía de cuidada urdidura, reconocida con premios como el Aguascalientes, en 1974; el Iberoamericano Ramón López Velarde, en 2002, o el Internacional de Poesía Jaime Sabines, en 2005.
También ganó los premios internacionales Alfonso Reyes, en el 2012, y el Carlos Fuentes en el 2016.
"Una poesía muy clara, tajante, contundente, verdadera, franca, y magníficamente escrita", encomió Glantz, compañera del poeta en la Academia Mexicana de la Lengua, a donde Lizalde ingresó en 2007, quizá tardíamente, a decir de su director actual, Gonzalo Celorio.
El escritor dijo que Lizalde, prodigioso conocedor de la literatura de otras lenguas, supo combinar dos maneras de la poesía que no suelen ir juntas.
"Por un lado, era un poeta de gran cultura, de gran desarrollo intelectual, con un conocimiento profundo; y, por otra parte, era un poeta que llegó incluso a tener un lenguaje coloquial y que pudo imprimirle a su poesía un signo de vitalidad, de sensualidad, de erotismo, que compaginaba muy bien con esta otra profunda y seria que tenía.
"Eso, de alguna manera, lo singulariza y le da una personalidad propia, que hoy es una voz propia, en la tradición poética mexicana", definió Celorio sobre el también Premio Nacional de Ciencias y Artes 1988 en el área de Literatura.
Un hombre, reconoció Castañón, con una valentía para entrar y salir de mundos, y que también trabajó por la cultura mexicana desde distintas trincheras, como la Biblioteca de México, que dirigió por dos décadas, o desde sus múltiples contribuciones en revistas y suplementos culturales.
Ante un merecido homenaje aún sin fecha en el Palacio de Bellas Artes, una enlutada comunidad literaria evoca su memoria y sus letras, en particular aquellas que ya había legado como epitafio: "Sólo dos cosas quiero, amigos, / una: morir, / y dos: que nadie me recuerde / sino por todo aquello que olvidé".