El proyectil en el glúteo de Francisco Anzaldúa, 1931
Serían como las 13 horas del 5 de noviembre de 1931, cuando el chofer de sitio en Reynosa, Francisco Anzaldúa, se presentó ante el síndico primero del Ayuntamiento del Municipio de Reynosa, Manuel de la Viña
Cronista Municipal de Reynosa
Este último tenía también las funciones de Agente del Ministerio Público. Anzaldúa le manifestó que esa madrugada lo habían herido con un proyectil de arma de fuego en la jurisdicción del Estado de Nuevo León.
erían como las 13 horas del 5 de noviembre de 1931, cuando el chofer de sitio en Reynosa, Francisco Anzaldúa, se presentó ante el síndico primero del Ayuntamiento del Municipio de Reynosa, Manuel de la Viña. Este último tenía también las funciones de Agente del Ministerio Público. Anzaldúa le manifestó que esa madrugada lo habían herido con un proyectil de arma de fuego en la jurisdicción del Estado de Nuevo León.
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Manuel A. de la Viña nombró a peritos médicos para que revisaran al herido al Dr. Santiago Leal y al práctico Daniel Macías, el primero profesionista y el segundo empleado público. En el departamento de sanidad de la Comandancia de Policía ambos revisaron a Francisco, concluyendo que presentaba una herida hecha por un proyectil de arma de fuego en la región glútea y sin orificio de salida. De acuerdo con el Dr. Leal, a su juicio la herida podía poner en peligro la vida de Anzaldúa. El doctor aconsejaba la aplicación de fotoradio (rayos X) para localizar con precisión el alojamiento del proyectil.
El viaje
Francisco Anzaldúa era un hombre casado de 30 años de edad, originario de esta ciudad. Explicó que desde el día 2 de noviembre se había entrevistado con su agresor para que lo llevara en un viaje en su automóvil al poblado de General Bravo, Nuevo León. El acuerdo era ir a dicho poblado a traer a la mamá de éste individuo, la cual se encontraba enferma. El monto acordado por el viaje de ida y vuelta era por la cantidad de $25.00 pesos. Temprano en la mañana del día 4, el chofer levantó a su pasajero en la casa del representante del Restaurant Aztec Club, al noroeste del cruce de las calles Allende y Juan B. Chapa. El pasajero cargaba un veliz bolsa de mano como equipaje.
En General Bravo llegaron a una casa donde se suponía estaba la madre de su pasajero. Éste salió de ese lugar prontamente, para informarle que su señora madre se había ido a atender a Doctor Coss. Le dijo que continuaran para dicho lugar a recoger a su mamá. Cuando le dijo que el trato era solo hasta General Bravo, el individuo le respondió que Dr. Coss no estaba lejos y que además se lo gratificaría.
Fue consecuente con las indicaciones de su pasajero, llevándolo hasta ese pueblo que se encontraba en las orillas del río San Juan. Una vez ahí, volvió a hacer la misma cosa que en General Bravo. Cuando salió de la finca, le informó al chofer que, su madre se había ido para General Terán con su hermano.
El chofer le preguntó que si en Terán tenía la seguridad de conseguir todo el dinero que le había ofrecido por el viaje y algo extra. El pasajero le dijo que le interesaba ver a su mamá, por lo que el chofer accedió. Se regresaron nuevamente de Doctor Coss para General Bravo, pasando por China y saliendo ya tarde para Terán. Ahí le informaron al pasajero que la mamá se había trasladado a Allende. Eran las 8 de la noche, cuando el chofer Anzaldúa condujo a su pasaje rumbo a Allende.
El intento de homicidio
Fue en ese trayecto del camino que se reventó la banda del abanico del carro, viéndose en la necesidad de suspender la marcha. Declaró el chofer, que temía se fundieran los focos o que sufriera un desperfecto el automóvil. Fue por esto que resolvieron quedarse en el camino. El pasajero se acomodó para dormir en el asiento trasero del carro. Mientras que el chofer no durmió, quedándose sentado en el asiento delantero.
Serían como la una de la mañana cuando salió la luna y fue entonces que “recordó” (se despertó) el pasajero. Inmediatamente le dijo al chofer que convenía seguir la marcha, aunque fuera despacio. Le manifestó que era arrojado y además le faltaba agua al carro. El pasajero le indicó que a muy poca distancia había observado en donde podían proveerse de líquido.
Ambos se dirigieron a pie hacía un pequeño charco. El pasajero le dijo a Anzaldúa que viera si aquella agua podía servirles, mientras que él iba a hacer sus necesidades. El conductor se acercó en la obscuridad al charco, inclinándose para observar al tacto si podía coger agua. Fue en el instante que hizo por agacharse, cuando observó a su compañero dispararle con un arma de fuego.
Ese fue el único tiro que hizo explosión, acertándole en su persona. Pues, aunque el pasajero continuó accionando la pistola, ya no hubo más disparos. Tal vez fue porque ya no traía más parque o porque le falló la pistola. Al atinarle el primer disparo, le indicó que le entregara las llaves del carro. Anzaldúa le contestó que no se las entregaba, aunque no portaba ninguna arma. Al ver que su agresor corría para alejarse del lugar, el chofer decidió poner en marcha el coche rumbo a la población de Reynosa.
En el carro se quedó el veliz bolsa del agresor, el cuál fue entregado a la Agencia del Ministerio Público de Reynosa. Aunque pasó por varios pueblos en Nuevo León, el chofer no quiso pararse a denunciar los hechos. Temía por la gravedad de su herida y pretendió llegar hasta su domicilio en Reynosa. Inmediatamente después de su arribo, a la una de la tarde se presentó ante la autoridad correspondiente.
La averiguación
Ese mismo día 5 de noviembre, el Agente del Ministerio Público sitó al Sr. Porfirio Ibarra para tomarle su declaración. Éste hombre, originario de Monterrey de 42 años de edad, era el propietario del negocio conocido como Restaurant Aztec Club. Él vivía con su esposa en el lugar donde Anzaldúa había recogido al pasajero que llevó a General Bravo. Su hogar estaba localizado al noroeste del cruce de las calles Allende y Juan B. Chapa en esta ciudad.
El Sr. Ibarra contó que, en los últimos días del mes de octubre llegó a su hogar una persona buscando a don Eligio Cavazos, quién era dueño de la propiedad donde vivía. Éste último habitaba en las piezas contiguas a su casa, el famoso capitán de la revolución mexicana y quien fuera suegro del recién laureado comerciante (póstumamente), Antonio Nassar Hatem.
Cuando llamó, la esposa abrió la puerta y le explicó al individuo que la persona que buscaba vivía enseguida. Fue en ese diálogo, que la esposa de Ibarra reconoció a su interlocutor, pues tenía amistad con su madre y hermanas. Ella lo conocía con el nombre de Enrique G. Garza, el mismo que fue el pasajero del chofer Anzaldúa.
Cuando la esposa del restaurantero le preguntó a Enrique por su madre y los de su casa, contestó que él no venía de Monterrey. Él había estado en Edinburg, Texas, y anteriormente en Matamoros. Buscaba a don Eligio Cavazos para presentarle una carta de cobro de un dinero que debía a una casa comercial en Edinburg, Texas.
El dueño del restaurante, Porfirio Ibarra, sabía que el pasajero se había entrevistado con Eligio Cavazos, pero explicó que éste último no le cubrió la comisión a Enrique. La esposa de Ibarra le ofreció la casa a Enrique, donde permaneció dos días, para posteriormente viajar a Matamoros en el automóvil de un tal Raúl Garza.
Después de dos días regresó cargando el veliz de mano, hospedándose de nuevo en la casa de Ibarra donde se le dio dormitorio y alimentos por cuatro o cinco días. En esa casa recibió correspondencia de la dirección 1050 calle G. Salazar poniente, de Monterrey, N. L. También recibió $8.00 pesos de su mamá para el pasaje en el ferrocarril a esa ciudad. La hermana de Enrique le escribió a la esposa de Ibarra dándole las gracias por las atenciones con su hermano, manifestándole que era un capricho de él andar aventurando, pues allá nada le faltaba.
Esa noche antes de su partida, Enrique G. Garza no fue a dormir a la casa de Ibarra. En la mañana regresó para agarrar su veliz, diciéndoles que viajaba a Monterrey en un carro que había contratado. El propietario del Club Aztec declaró que no tomó la numeración de la licencia del sitio, ni supo quién era el chofer. Pero cuando le presentaron el carro y el veliz, inmediatamente los reconoció. Recordó que su esposa le había entregado los $8.00 pesos a Enrique, explicándole que eran suficientes para el pasaje de segunda en el tren a Monterrey. Pero esto le había causado disgusto a Enrique.
Los Sres. Alfredo Isassi y Porfirio Ibarra sirvieron de testigos cuando la autoridad revisó las pertenencias del inculpado, una bolsa de mano de cuero con broches de presión. Dicho veliz contenía dos pantalones de cotonada con marca a tinta negra e interior del forro “Henry”, cinco camisas de percal a colores, cuatro calzoncillos de percal a colores, cuatro camisetas blancas de punto con las iniciales E.G.G., una corbata, dos pañuelos, un cinto, una gorra, varios papeles, correspondencia y fotografías entre otras cosas. Se halló entre sus cosas una credencial expedida por la Inspección de Tráfico de la Ciudad de Monterrey, de donde se obtuvo la media filiación del tal Enrique G. Garza.
La búsqueda del inculpado
El mismo día 5 de noviembre de 1931, el Agente del Ministerio Público, Manuel A. de la Viña, solicitó el apoyo del presidente municipal de Reynosa. Pedía la ubicación del incriminado Garza por vía telegráfica. Esto se solicitaba para la pronta administración de justicia, notificando a los presidentes municipales de Monterrey, General Bravo, China, Terán y Allende, en el estado de Nuevo León. El siguiente día 6 noviembre, el Juez de Paz Mixto, Salvador Guevara, libró la orden para la búsqueda y aprehensión del referido Enrique G. Garza.
El documento que sobrevive en la Sección de Juzgados del Archivo Municipal de Reynosa se limita a dar los datos de la averiguación sobre este caso. No tenemos datos sobre la persecución o captura de Enrique G. Garza. Ni tenemos idea de lo que andaba haciendo de pueblo en pueblo, con el pretexto de encontrar a su madre que se encontraba en Monterrey. Tampoco sabemos sí a Francisco Anzaldúa le extrajeron el proyectil de arma de fuego de su glúteo derecho.
El Aztec Club era administrado por el Sr. Porfirio Ibarra en 1931, pero el predio fue siempre propiedad de la Cervecería Cuauhtémoc. Al fondo se observa una de las dos torres de la radio XEAW, en la calle Morelos.