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El caso del robo de las 61 botellas de licor y de 4 cervezas, año 1927

No se encontraron ni siquiera marcas de huellas en el polvo que cubría el piso, asimismo no se encontró en el claro referido ni en la pared interior, evidencias que pudieran hacerles suponer que por ahí había entrado o se había dejado caer alguna persona

Cronista Municipal de Reynosa

El presidente municipal Francisco Garza Garza, presidió el acto cívico cuando se elevó Reynosa de villa a ciudad en enero de 1927. Fue en octubre de ese año que sucedió el robo de las botellas en la cantina de Manuel J. de Luna.El caso del robo de las 61 botellas de licor y de 4 cervezas, año 1927

Muy temprano en la mañana del día 20 de octubre de 1927, se presentó el empleado Alberto Salazar en la comandancia de la policía de Reynosa. Alberto informaba que al abrir la puerta del establecimiento donde laboraba, encontró que se había cometido un delito de robo, dado que había un faltante de botellas de licor en los casilleros.

El comandante de la policía, Tomás Peña, comunicó al Agente del Ministerio Público Manuel J. de Luna sobre el hurto de las botellas, este último en ese entonces tenía la función de primer síndico en el ayuntamiento; además el establecimiento que había sido robado en la noche era de su propiedad.

El establecimiento era una reconocida cantina en Reynosa, debido a su posición como Agente del MP y para practicar las diligencias relativas al robo y descubrir quién o quiénes eran los autores del delito para imponerles el castigo que marca la ley, se tuvo que designar al segundo síndico Demetrio Velasco Garza. La Ley de Procedimientos Penales impedía a de Luna su intervención en este proceso de averiguación criminal. Por lo que se notificó al Juez de Paz suplente Margarito Guerra, quién decretó se iniciara la averiguación.

La averiguación

En ese mismo día el señor Demetrio Velasco Garza, en funciones de Agente del MP constituyó su personal del juzgado en el establecimiento robado, para practicar las diligencias y dar fe de los hechos ocurridos. El joven dependiente Alberto Salazar llevó al personal del juzgado a uno de los cuartos del edificio donde se encontraba la cantina. Les mostraba el lugar donde suponía que habían entrado el ladrón o los ladrones.

En ese lugar en su parte superior había un piso donde se hallaba un claro en forma de triángulo como de 4 metros de largo y en su base 70 y tantos centímetros. Observaron que el claro era bastante amplio como para que un individuo, por muy grueso que fuera, pudiera introducirse al local. 

Determinaron que era bastante difícil bajar hasta el suelo del cuarto, sin dejar huellas visibles sobre la pared y el piso de arriba; sin embargo, no fue posible distinguirlas, aunque se había hecho un minucioso reconocimiento en la pieza de arriba, contigua al claro en mención.

No se encontraron ni siquiera marcas de huellas en el polvo que cubría el piso, asimismo no se encontró en el claro referido ni en la pared interior, evidencias que pudieran hacerles suponer que por ahí había entrado o se había dejado caer alguna persona. Adicionalmente, se menciona que entre la orilla del piso de arriba y el claro había una pieza de hojalata por donde tendría que pasar el ladrón, pero se encontraba sin marca alguna.

A juicio del juez y del segundo síndico no existía demostración alguna que hiciera presumir que los actores del robo se hubieran introducido por ese lugar como lo indicaba el empleado Salazar. Dedujeron que los actores habían entrado por alguna de las puertas del local, pero el joven insistía que había dejado todas las puertas cerradas la noche anterior y que esa mañana cuando llegó a abrir la cantina notó la falta de las muchas botellas en la armazón donde se guardaban éstas. En ese momento malició y empezó a hacer el reconocimiento de los departamentos o cuartos de la casa, encontrando que la puerta de uno de ellos estaba entreabierta. 

El joven suponía que por ahí habían salido los intrusos. El personal del juzgado y el síndico demostraron que el robo no había sido perpetrado por el claro mencionado arriba, por lo que concluían que los malhechores encontraron alguna de las puertas abiertas, ya que ninguna puerta se notaba que hubiese sido forzada.  

En esa inspección del edificio de la cantina intervino el Sr. Gregorio Gutiérrez como perito, apoyando al personal del juzgado.

La declaración

Horas más tarde, el Juez de Paz, Margarito Guerra, tomó la declaración al dependiente de la cantina, Alberto Salazar. Este era un joven soltero de 17 años de edad originario de Tampico, Tamaulipas, avecinado en Reynosa desde hacía 8 meses. Narró que serían como las 11:30 de la noche cuando él y Teodoro de Luna cerraron la cantina. Este último era el hermano del propietario, Manuel J. de Luna. 

De ahí, Alberto Salazar acompañado con Alberto L. Gómez Tijerina comenzó su periplo nocturno por la recién nombrada ciudad de Reynosa, diversiones que eran populares entre los jóvenes de esa época. Se encaminaron a la zona de tolerancia, que se encontraba por la calle Colón al sureste de la esquina que hace actualmente con la calle Mina. Su primera parada fue en el salón de baile de la señora Marta Lozano, esperándolo su amigo en un automóvil. 

Al entrar al salón se quedó parado en la puerta, observando algunas de las mujeres, pero no habló con ninguna de ellas. De ahí se pasó para la cantina del Copetón, en donde se sentó con los músicos del lugar, el de la batería que le decían el Güero y con el pianista que lo nombraban el Negro. Se marchó para el “congal” de Lucía Fuentes, donde se sentó a platicar con el músico conocido como el Borrado, quién tocaba la batería en ese lugar.

Alberto contó que se fue a la cantina del finado Guillermo Martínez, regresándose con el Güero y el Negro al lugar de Lucía Fuentes. Dejando a estos dos en ese negocio, pasó a la cantina de Marcelino Cantú, en donde estaba Ramón García alias el “Cónsul”. Desde allí se “montó” en el carro del “Cónsul” para regresar a la ciudad. 

Con ellos venía también don Nazario Cantú. Fue antes de llegar al comercio de Luz Peña que pararon el carro, “apeándose” Alberto para seguir su camino para la casa de su patrón, Manuel J. de Luna, en donde se hospedaba. 

Ahí le avisó a la madre de su patrón, Francisca Martínez, que había llegado. Antes de acostarse tocó en la habitación de Teodoro de Luna, pero ya no le respondió. Por lo que fue a dormir en un automóvil, avisándole a la mamá de su patrón. 

Al otro día en la mañana se levantó para ir a abrir la cantina, en donde encontró que faltaban muchas botellas de licor.

Se dirigió al cajón del mostrador en donde había dejado un peso nacional y una peseta americana, las cuales ya no las encontró. Alberto declaró que cuando fue a revisar la cantina encontró que, en el último cuarto, la puerta estaba abierta, la única que daba al patio.  Afirmó que la había dejado bien cerrada la noche anterior.

En ese momento había llegado su compañero de trabajo Rodolfo Cantú, a quién le dijo: “mira robaron la cantina y por aquí salieron por esta puerta y por consiguiente déjame ir a dar parte a la policía.” La noticia se la dio al empleado Lázaro Verdín, quién más tarde envió al cabo Isabel Ortega y a otro policía. 

Los dos anduvieron reconociendo el edificio, manifestándoles Alberto, que suponía los autores del robo habían entrado por el claro que se encontraba en la parte alta de una de las habitaciones y que por la puerta abierta del patio se habían salido. 

Alberto Salazar informó que faltaban 61 botellas de diferentes tipos de licores. Esto lo sabía debido a que en el armazón se encontraban huellas en el polvo donde habían estado colocadas. Posteriormente se especificó en el inventario de las botellas de licor, que se incluían 14 de jerez, 6 de oporto, 12 de wiski, 10 de durazno, 7 de aguardiente, 6 de vermut quinado y 6 de membrillo. Los ladrones se tomaron cuatro botellas de cerveza en el patio, donde abandonaron tres envases enteros y uno quebrado. 

Desde el día primero de enero de 1927, Reynosa había sido ascendida políticamente de villa a ciudad, bajo el decreto No. 259, el cual había sido promulgado desde el 24 de noviembre de 1926 por el XXIX Congreso Constitucional del Estado Libre y Soberano de Tamaulipas. 

A mediados de ese año en Reynosa se había inaugurado el Puente Internacional Hidalgo-Reynosa, propiciando el auge turístico de juegos de azahar y venta de bebidas espirituosas; ya que en el país vecino se encontraba en vigor la Ley Seca con la correspondiente prohibición de todas las bebidas alcohólicas.

El documento de esta averiguación nos deja con más preguntas que respuestas, por ejemplo, en el lugar faltaba también una manta, con la cual posiblemente la habían usado los ladrones para transportar las botellas. La operación para mover las 61 botellas con licor probablemente les costó buen trabajo. Tal vez utilizaron algún vehículo motorizado para llevarse la pesada carga sin dejar ningún rastro de ella. No sabemos si los ladrones se tomarían todo el contenido de las botellas o si las vendieron a terceros. 

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Documento donde se encuentra la rúbrica del síndico primero Manuel J. de Luna, propietario de la cantina donde se robaron las 61 botellas. También se incluye la rúbrica del segundo síndico Demetrio Velasco Garza, quien fungió como Agente de Ministerio Público en el caso del robo de las 61 botellas de licor.



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