Dos casos de robo de equinos persogados y maneados en la villa de Reynosa, 1777
Cronista Municipal de Reynosa (Segunda parte de dos)
El día 27 de agosto de 1777, el Justicia Mayor de la villa de Reynosa, Juan Antonio Ballí, mandó sacar de la cárcel al reo Francisco Gonzáles, alias “El Tlaxcalteco”, para tomarle declaración sobre el robo de caballos y mula que le hurtaron a don Ignacio Ramírez y al indio Pedro. Gonzáles contó que a él y a dos compañeros los habían convidado para que fueran a matar una o dos reses, de las alzadas que, merodeaban sueltas en el agostadero que conocían como Las Nuevas. Tal vez pensaron cazar un marrano de los cimarrones en las inmediaciones del río, explicó “El Tlaxcalteco”.
Juan Agustín Molina, “El Vaciero”, y él venían a pie, pues no tenían cabalgaduras. Solo su compañero Juan Joseph Lerma venía montado en un potrillo enclenque. Así llegaron al Rancho de Peñitas, una comunidad que sobrevive hasta nuestros tiempos, en el lado de Texas. Ahí los había citado el dueño del rancho a donde iban a carnear reses, de don Toribio Zamora. Este último personaje recibió la porción número 49, durante el primer repartimiento de tierras a los vecinos de Reynosa en 1767 y 1768. Este protocolo de la primera repartición es conocido como los Autos de la General Visita. Esta era la segunda porción al poniente del Ejido Colonial de la antigua Reynosa, en lo que es el actual Condado de Hidalgo, Texas.
Al no encontrar a Toribio Zamora en Peñitas y mientras que venía, “El Tlaxcalteco” contó que los tres cazadores se fueron costeando el río Bravo en busca de vacas o de marranos salvajes. Fue después de haber andado un trecho que, hallaron la mancuerna del caballo y la mula de don Ignacio Ramírez.
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Francisco “El Tlaxcalteco” declaró ante el Juzgado que había sido Juan Joseph Lerma, quien había dicho “que de allí se aviaban de caballo.” Notó que el fierro que tenían aquellas bestias era de alguien de la villa de Mier. Lerma le ordenó a “El Tlaxcalteco” que lo desmancornara, mientras que “El Vaciero” amarró la mula a un palo. A esta bestia no la llevaron porque consideraron que no era apta para correr. Lerma le dijo a Francisco que llevara estirando el caballo hasta el paraje del “Olmar”, adonde se citaron para juntarse.
Mientras Lerma se fue a dar una vuelta por la orilla de un carrizal, Juan Agustín Molina, “El Vaciero” se apartó en busca de otro caballo. Cuando llegaron al paraje citado, llegó Agustín montado en el caballo del indio Pedro, mientras que Lerma en su potrillo. Este último ensilló el caballo que habían desmancornado, dándole el potrillo a Francisco Gonzáles.
Sucedió que con estas bestias fueron a correr a una punta de ganado que encontraron. Resultó que, en esa cacería Lerma se apartó del grupo y no lo volvieron a ver hasta que regresaron a la villa de Reynosa, declaró “El Tlaxcalteco”. Con ellos trajeron una becerra, la cual cargó Juan Agustín en el caballo del mencionado indio Pedro de la nación tejones.
Francisco Gonzáles, “El Tlaxcalteco”, era un indio soltero de 30 años de edad, hijo de Pedro Miguel y de María Nicolasa Salazar ya difuntos. Entre sus oficios se expresaba como peón, sirviente y vago. Declaró que no sabía nada sobre el paradero de la mula que habían dejado amarrada.
Una declaración encontrada
Ese mismo día, el Justicia Mayor de la villa de Reynosa pidió traer de la cárcel a Juan Joseph Lerma, para tomarle su declaración. Explicó que había sido su cuñado Toribio Zamora, quien determinó que fueran a ayudarle a coger una o dos reses de las alzadas que se encontraban en el agostadero de Las Nuevas. Debido a que no tenían otras cabalgaduras, más que un potrillo, sus compañeros Juan Agustín Molina “El Vaciero” y Francisco Gonzáles “El Tlaxcalteco” lo acompañaron a pie.
Declaró que habiendo llegado a Peñitas donde estaban citados con Toribio Zamora, pero no lo hallaron. Viéndose él y sus dos compañeros a pie, Agustín “El Vaciero” les dijo que era mejor bajaran a los pasos del río a “buscar bestias en que ir, aunque fueran del diablo”. Los tres se vinieron costeando el río, encontrándose con la mancuerna del caballo y la Mula de don Ignacio Ramírez.
Según en su declaración, Lerma expuso que había sido “El Vaciero”, quién le dijo cogiera el caballo con el fierro de un vecino de Mier, y lo ensillara. Por lo que le pidió a “El Tlaxcalteco” para que lo llevara estirando hasta que salieron a un “Olmar”. Ahí lo ensilló y le dio a este último su potrillo para que fuera en él. “El Vaciero” salió a alcanzarlos aviado con el caballo que estaba maneado en un carrizal, del indio Pedro.
Habiendo encontrado una punta de vacas las corrieron, pero en la carrera se apartó porque se le atrojó el caballo. A este lo trajo al paraje donde lo encontró el sirviente de su dueño, allí lo desensilló y lo dejó suelto. Declaró que la mula no la vio donde había quedado amarrada y no sabía de ella. El venía a pie el día que lo aprehendieron.
Este personaje de 24 años de edad era hijo de Luis Lerma y de Tomasa Solís de la villa de Mier. Declaró ser de casta coyote, soltero y sin oficio.
Los castigos en Reynosa
Ese día 27 de agosto de 1777, el Justicia y Teniente de la villa, después de haber visto las declaraciones, encontró culpables a los tres agresores del robo de los caballos y la mula, los cuáles eran demandados por don Ignacio Ramírez y el indio Pedro. El Justicia Juan Antonio Ballí consideraba que eran excesivos los robos que estaban experimentando en la villa de Reynosa. Los robos eran en cuantas bestias persogaban y las sillas que dejaban en la orilla del río, los que pasaban para la villa. El Justicia Ballí argumentaba que ya no había nada seguro en los portales de las casas en Reynosa.
Juzgaba a estos reos por incurrir en el delito de ladrones cuatreros que salían en cuadrillas a robar, causando inconvenientes con tantos daños. El Justicia mandó restituirlos a la cárcel y que en un horcón fueran amarrados, para que se les dieran quince azotes a cada uno sin perjuicio de causa. Esto era para que sirviera de escarmiento a los demás que se ocupaban en hacer tales daños. También pedía que se continuaran las diligencias del caso conforme a justicia hasta que aparecieran las bestias robadas y que se las entregaran a sus dueños.
Fue hasta el día 29 de agosto de 1777, debido al auto firmado por Juan Antonio Ballí que, se les dieron los azotes determinados a dichos reos. El teniente mandó que permanecieran en la prisión.
En ese mismo día apareció el indio Pedro, dueño del caballo robado por el reo Juan Agustín Molina, alias “El Vaciero”.
Pedro de la nación de los tejones, dijo que ya se le había entregado su caballo, que, aunque estaba muy maltratado y pasmado, así lo recibió. Pero pedía justicia, demandando se le pagara por el estropeo y el trabajo de su caballo. El Justicia hizo que el susodicho que se lo robó le saldara al dueño. “El Vaciero” pagó con una frazada, con la cual quedó contento y satisfecho el indio Pedro.
El 1º de septiembre compareció el dueño del caballo y la mula, don Ignacio Ramírez, expresando que solo había podido recuperar al caballo. Esto por haberlo encontrado su mozo inmóvil, sumamente trabajado, inmediato al rancho viejo de los Zamora. Expresó que no apareció la mula y que los reos robadores no daban razón de ella. Argumentaba que debido a que, el caballo lo encontraron donde dejaron amarrada a la mula, especulaba que Juan Joseph Lerma lo había largado ahí, remudando en la dicha mula.
Súplicas para que
soltaran al reo Lerma
Fue entonces bajo las súplicas de Toribio Zamora, el cuñado de Lerma, que pedía se “le diera suelta” al inculpado para que fuera a buscar a la bestia y la entregara. Este último por saber en dónde la dejó. Debido a estos ruegos, el Justicia soltó a dicho reo, con la condición de que lo fiara el referido Toribio Zamora.
La dicha fianza se hizo ante la presencia del Justicia y se dejó como constancia en las diligencias de los autos que se llevaban en este caso. Se hacía responsable a Toribio de la obligación de entregar al reo con la dicha mula o sin ella. En esos términos se soltaba al “robador”. De su voluntad, Toribio Zamora compareció para decir que quedaba a derecho de entregar a su cuñado Juan Joseph Lerma, cada y cuando se le fuera pedido por el Justicia Juan Antonio Ballí u otro Juez competente, en caso de no aparecer la mula él se hacía responsable.
Con el antecedente de la fianza y admitida por la parte actora, el Justicia ordenó se levantara la prisión al reo Juan Joseph Lerma y sus otros dos compañeros por haber sido ya castigados. Se les ponía en libertad, con el apercibimiento que se les notificara de que, ejecutando otro delito como el presente, serían castigados con mayor rigor, así lo proveía, mandaba el Justicia Mayor de Reynosa, firmando con los de su asistencia.
En este expediente de 1777, como en otros del Archivo Municipal de Reynosa, nos muestra a esa sociedad multiétnica novohispana del bajo río Bravo. De españoles (criollos) pobres, indígenas locales cazadores y recolectores de la misión culturizados por los misioneros, indígenas mesoamericanos como los tlaxcaltecas o de castas como los coyotes. Todos alineados bajo el régimen de la Corona Española. Una sociedad ecuestre, que se aprovechaba de animales domesticados, convertidos en cimarrones desde el siglo XVII en las Llanuras del Golfo de México.