Woldenberg: Ser adversario del gobierno es legítimo en la democracia

Preocupa que el espacio público se empieza a degradar, que la tolerancia que debe presidir las acciones gubernamentales se guarda en un rincón, y se activan resortes autoritarios, afirma

Para José Woldenberg, en democracia ser adversario del gobierno es legítimo y advierte que en los regímenes democráticos, la pluralidad de pensamiento se ve como algo natural y se busca la libertad de expresión a diferencia de los gobiernos totalitarios o dictatoriales, cuyo objetivo es que impere sólo una forma de ver el mundo.

En entrevista con EL UNIVERSAL, quien fue consejero presidente del desaparecido Instituto Federal Electoral (IFE) en la primera transición presidencial del año 2000, señala: “Hay una pulsión gubernamental que quisiera que en el espacio público existiera una sola opinión. No son capaces de valorar lo que significa la diversidad política e ideológica que palpita en el país”.

Advierte que hay la percepción que desde el gobierno no se entiende una verdad elemental: que en un país con las dimensiones de México, masivo y contradictorio, no cabe ni puede caber bajo el manto de una sola ideología, concepción, interés, discurso o voz.

El académico de la UNAM reflexiona que en la década de los 70, los medios de comunicación estaban alineados al poder, pero desde entonces se ha avanzado un largo trecho hacia una mayor pluralidad e independencia.

Dijo que sus artículos los escribe con total libertad y aunque no le preocupa ser objeto de las descalificaciones a la prensa que a diario se hacen desde el Palacio Nacional, sí le inquietan los ataques a periodistas e intelectuales y también que ha tenido que volver a abordar en sus artículos cuestiones que se pensaban superadas como la separación entre Iglesia y Estado.

¿Qué efectos tienen sobre la libertad de prensa y de expresión los señalamientos del Presidente contra periodistas e intelectuales?

—Son muy graves porque [Andrés Manuel López Obrador] ejerce una enorme influencia sobre franjas muy considerables de ciudadanos y cuando descalifica y deslegitima a voces críticas sin discutir con ellas, con sus argumentos, lo que se genera es un espacio público muy ominoso. ¡Bueno! Ya hemos oído que el director del Fondo de Cultura Económica [Paco Ignacio Taibo II] ahora le dice a dos destacados intelectuales [Enrique Krauze y Héctor Aguilar Camín] que mejor se callen o se van del país. Hace décadas que en México yo no oía de un funcionario público una declaración tan ominosa como esa.

¿Fue una amenaza?

—Pero además, ¿en qué cabeza cabe hacer un planteamiento de este tipo? Tenemos que encontrar fórmulas para la convivencia y competencia de las muy distintas corrientes políticas que modelan al país. Ahí reside la riqueza de México que, salvo en una versión totalmente delirante, no puede alinearse bajo un solo partido, ideología o voz... ¡Caray! Hay que salir a las calles para darse cuenta.

¿A partir de qué momento hubo pluralidad en los medios de comunicación?

—La reforma política de 1977 permitió la entrada a la escena institucional de nuevos partidos políticos a los que se les mantenía marginados y pudieron aparecer en radio y televisión en los tiempos oficiales. Eso hoy puede parecer un anacronismo, pero en aquel momento tuvo un enorme impacto. De ahí venimos y poco a poco los medios se fueron abriendo a ese pluralismo. Nos fuimos acostumbrando a que en México los medios reproducían muy distintas voces, muchas de ellas confrontadas entre sí. Me preocupa que desde el gobierno no se valore ese proceso que tanto costó a tantas generaciones construir: un espacio público donde la diversidad pudiese expresarse, recrearse, convivir o competir.

¿Por qué mostrar sólo una versión de la realidad desde Palacio Nacional?

—¿Cuál es la diferencia entre la democracia y otros regímenes de gobierno? La democracia ve como algo natural, saludable, e incluso como una riqueza que existan diferentes corrientes de pensamiento y que éstas puedan recrearse en el espacio público. Los regímenes autoritarios, dictatoriales, totalitarios y teocráticos creen que hay una sola verdad, un solo discurso válido, una sola ideología, por ello combaten cualquier punto de vista o aproximación a la realidad que se aparte de su canon. 

¿Qué pasa en México?

—A veces da la impresión que desde el gobierno no se entiende esa verdad elemental: que un país con las dimensiones de México, masivo y contradictorio, no cabe ni puede caber bajo el manto de una sola ideología, concepción, interés, discurso o voz. No se necesita ser estudioso para saber que en México lo que palpitan son diferentes ideologías, puntos de vista o intereses... hasta en la familia. La democracia intenta darles cauce mientras que los otros regímenes buscan uniformar esa diversidad y eso no deja de ser una utopía muy conservadora. No hay posibilidad de que esta diversidad que existe en el país pueda alinearse a un solo ideario. 

¿Cuál es la diferencia entre quienes disienten y los que el Presidente llama adversarios?

—En democracia, ser adversario del gobierno es legítimo. El propio Presidente de la República, a lo largo de mucho tiempo, fue adversario crítico de los gobiernos establecidos. Lo hizo gozando de las libertades y prerrogativas que le otorgan la Constitución y la ley, y remando contra las voces oficialistas fue capaz de construir una alternativa que en 2018 se convirtió en gobierno. Una vez que es gobierno, es natural que existan otras voces que no estén de acuerdo con su gestión. Eso es lo propio de la democracia. En cualquier país democrático existe un discurso gubernamental y mensajes opositores. Eso es absolutamente natural.

¿Han cambiado sus consideraciones al elegir los temas sobre los que escribe?

—Escribo con absoluta libertad sobre el valor y la legitimidad de la pluralidad política, la necesidad de que la autoridad se ciña a la Constitución y a la ley, que el Poder Ejecutivo es uno, pero que no es el único. Volví a escribir que México es una República laica y que no debemos confundir los asuntos de la fe con los de la política... son temas que yo creía superados y que compartía en lo fundamental el mundo político mexicano. Sin embargo, he tenido que volver a ellos porque estoy preocupado, porque me da la impresión que desde el gobierno ni se les entiende ni se les aprecia.

¿Lo intimida la posibilidad de ser objeto de las denostaciones presidenciales?

—No está en mi arco de preocupación, pero el hecho de que no me pase a mí, no quiere decir que no me preocupe que le pase a otros. Son demasiados los periodistas, intelectuales, periódicos, revistas y sitios de internet que han sido atacados por el Presidente y eso va generando un ambiente muy preocupante para quienes ejercemos el periodismo. ¿Estoy preocupado? Sí, y no por mí sino porque veo que el espacio público se empieza a degradar y que la tolerancia que debería presidir las acciones gubernamentales es guardada en un rincón y lo que se activa son resortes autoritarios que no sé cómo lean o entiendan los grupos de fanáticos que giran en torno al gobierno actual.

¿Qué hacemos? ¿Resistir?

—Seguir ejerciendo la libertad de expresión. Esta se fortalece cuando se explota, cuando se ejerce, ojalá que los medios, escritores y reporteros sepan que defenderla, es uno de los primeros temas de la agenda nacional”.