Un costoso regalo para víctimas de deslaves en El Salvador

Eulalia García se sorprendió al abrir el sobre. En su interior, una invitación del presidente Nayib Bukele anunciaba que al día siguiente un autobús pasaría a recoger a su familia para llevarlos a un lugar en el que se les entregaría un regalo de Navidad

SAN SALVADOR 

García sobrevivió a un deslave en el que murieron cuatro parientes y que se llevó por delante su casa de adobe en la ladera del volcán de San Salvador. “Será una buena manera de terminar el año después de todo lo que hemos sufrido”, le dijo a su marido, Ramón Sánchez Erroa. “Ni siquiera sé cómo estamos vivos”.

Una de sus vecinas en el caserío Los Angelitos, Inés Flamenco, se sintió tan agradecida que gastó lo que gana en tres días de trabajo para regalarle al presidente un ramo de rosas rojas y blancas, que se convertiría en la oportunidad de una gran foto para Bukele. “Quería mostrarle lo contenta que estaba”.

Pero esa alegría navideña no duraría mucho. Flamenco y varias más de las invitadas a aquella ceremonia no tardarían en descubrir que los regalos no salen gratis.

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Esta historia es parte de una serie, Después del Diluvio, producida con apoyo del Pulitzer Center on Crisis Reporting.

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La temporada de huracanes de 2020, una de las más mortíferas registradas en la historia de América Central, destruyó viviendas, cultivos y dejó a más de medio millón de personas desplazadas en toda la región. Honduras y Guatemala fueron los países más golpeados por dos huracanes que llegaron con dos semanas de diferencia y ante gobiernos incapaces de responder a una serie de tragedias que acentúan otro problema: el incremento de la migración a Estados Unidos.

Pero incluso cuando un gobierno decidió actuar en ayuda de los damnificados, la respuesta quedó opacada por su uso político, la falta de respeto al estado de derecho y la incapacidad de comprender una realidad compleja, formada por múltiples capas.

En el caso de El Salvador, un presidente populista logró convertir una tragedia en una oportunidad de elevar su figura. Cuando las tormentas golpearon al país, Bukele actuó rápidamente para demostrar que era capaz de ofrecer respuestas a cientos de personas en dos comunidades afectadas, Los Angelitos y Nueva Israel, y que esa respuesta sería apreciada por todos los salvadoreños.

Y así comenzaron los problemas.

Bukele se olvidó de preguntar a los damnificados qué era lo que necesitaban para salir adelante. Algunos se sienten satisfechos con la ayuda presidencial, otros se sienten excluidos y otros critican abiertamente sus decisiones. Dicen que son claro ejemplo de cómo el presidente utiliza fondos públicos para fines propagandísticos.

“Actúa rápido, no pide opinión, no planifica, no escucha a nadie”, dijo Francisco Altschul, exembajador de El Salvador en Estados Unidos.

La noche del 29 de octubre, llovió tan fuerte sobre el techo de la casa de Ramón Sánchez Erroa, que cayó, como hipnotizado, en una sensación que llama “el sueño de la muerte”.

Un aluvión formado por árboles, roca y tierra había creado un tapón durante la tormenta en la ladera del volcán. Varios días de intensa lluvia se sumaron a la acumulación de agua del invierno y rompieron el dique artificial. El deslave destruyó Los Angelitos.

Sánchez Erroa recuerda aquella noche. “Me despertó una explosión”. Dice que una roca chocó contra un árbol atrás de su casa, luego temblaron las paredes y empezó a entrar el agua a su vivienda.

Sánchez y su esposa tomaron a los niños y salieron luchando contra la fuerza del agua que rodeaba su casa para buscar refugio en una posición elevada. ”Las casas se estaban yendo abajo”.

En cuestión de minutos, la bola de tierra, troncos y agua que había recorrido casi cuatro kilómetros hacia la falda del volcán se detuvo. “Todo terminó tan rápido como había comenzado”, recuerda Sánchez.

La madre de Sánchez, su hermano y sus dos sobrinos, que dormían en la casa de al lado quedaron sepultados.

En total, murieron 11 personas y desaparecieron 78 casas.

Su vecina Inés Flamenco, de 73 años, se despertó sólo para ver cómo su cocina había desaparecido y sus cabras balaban, como pidiendo ayuda, pero dijo que supo que si intentaba acercarse podría ser arrastrada y morir “con ellas”.

Comenzó a correr. Se detuvo sólo cuando se encontró el cuerpo de un vecino destrozado por el aluvión. Llora cada vez que lo recuerda.

Tras el diluvio, todo se precipitó, como en una película. Al contrario de lo que suele suceder en América Central, llegaron las respuestas, acompañadas de las cámaras del gobierno de Bukele, que lo retransmiten todo a través de sus redes sociales.

Una hora después del deslave, el Ministro de Defensa René Merino apareció en el lugar y etiquetó al presidente Bukele en Twitter para anunciar que se ponía al frente del operativo de rescate. Cientos de soldados y presos de confianza de un penal cercano comenzaron a remover el barro en búsqueda de supervivientes y cadáveres.

Al amanecer, el ministro del Interior, Mario Durán, se sumó a los trabajos, rodeado de cámaras y con un dron que lo filmaba todo. Cuando habló ante los medios ya tenía la cara llena de barro, la mejor prueba de que el gobierno estaba asumiendo sus responsabilidades.

Casi al mismo tiempo, Adolfo Barrios, alcalde de Nejapa, del opositor Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, llegó con sus propia cámara e interrumpió al ministro de Interior. “Sólo quiero hacerle algunas preguntas al ministro”, decía.

No pudo terminar la primera pregunta cuando el mismísimo director general de la Policía, Mauricio Arriaza Chicas, le pidió con tanta educación como firmeza que se fuera del lugar. El alcalde organizó su propia conferencia de prensa para anunciar que él también disponía de fondos con los que ayudar a las familias.

Una vez celebrados los funerales y entierros, las familias que habían perdido sus hogares fueron reubicadas en escuelas. En 48 horas, la ministra de Vivienda, Michelle Sol, llegó con una promesa: el gobierno les daría casas a quienes las habían perdido. Y mientras esperaban, les entregó dinero para que alquilaran y no tuvieran que quedarse en las escuelas.

No había pasado un mes desde el diluvio y las familias ya vivían en las casas alquiladas en las que recibirían un mes más tarde la invitación para reunirse con el presidente.

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El viaje fue corto, apenas 15 minutos. Pero les llevó a otro mundo. Cuando el autobús salió de la carretera principal y vieron que estaban rodeados de camiones y grúas, García dijo en alto: “Creo que el regalo es una casa”.

Su marido, hombre de pocas palabras, aún traumatizado por lo sucedido pocas semanas antes, contestó: “¿Cómo van a darnos una casa?”.

Cruzaron una barrera de seguridad y entraron en Ciudad Marsella, una residencial inmensa en construcción, una sucesión casi infinita de casas nuevas, blancas, relucientes. Tan limpia y perfecta que no parecía real. Con la boca aún abierta por la sorpresa, los bajaron del autobús y les pidieron que formaran una fila.

García recuerda que “fue muy rápido”: había un guía por familia que verificaban los nombres y de inmediato los llevaron a las casas. “Nos dieron las llaves, nos dijeron que era nuestra”, dice. Y luego les pidieron esperar a que llegara el presidente.

Cada familia recibió un cheque de 25.300 dólares para comprar la casa y junto al cheque una larga lista de condiciones que nadie leyó antes de firmar. En un abrir y cerrar de ojos estas familias sin casa, agricultores de subsistencia, vendedores de gas o mujeres con una pequeña tienda de venta de huevos pasaron a formar parte de una comunidad de clase media.

En tiempo récord, 50 días después de la tragedia, el gobierno había entregado su ayuda. Los supervivientes de Los Angelitos y Nueva Israel, otra comunidad inundada en la capital en junio de 2020, habían recibido 272 casas nuevas y amuebladas en una urbanización privada con patio de juegos para los niños, piscina, cine al aire libre, visitas médicas, apoyo psicológico, bolsas de comida, un bono de 250 dólares al mes que dura hasta agosto y la exención temporal de pagar los gastos comunes de mantenimiento y seguridad.

El Presidente Bukele llegó rodeado de cámaras, se tomó fotos con los damnificados y ofreció un pequeño discurso en el que criticó al Congreso por negarse a aprobar una declaración de emergencia que le permitiera disponer de los fondos públicos sin control legislativo.

Explicó entonces que había destinado 5 millones de dólares “ahorrados” de la construcción de un hospital en la capital para gastarlos en un desarrollo urbanístico residencial privado ya construido en el que quedaban casas disponibles. Sin licitación. Les daba dinero a los damnificados y ellos compraban las casas en Ciudad Marsella.

Sabía que muchos creían que la decisión era inconstitucional. Pero como dijo aquel día, “La lluvia no puede ser inconstitucional”.

García se muestra agradecida. “Vivíamos en una casa de adobe en una quebrada. ¿Cuándo íbamos a poder comprar una casa nosotros? Nunca.”

Entonces comenzaron los problemas.

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Tras el abrazo y el ramo de rosas para el presidente Bukele, Inés Flamenco recordó que debía regresar a Los Angelitos para alimentar a sus animales. Ordeña cada día las cinco vacas y algunas cabras que sobrevivieron al deslave y vive de lo que gana vendiendo esa leche.

Se dio cuenta de que el autobús de ida y vuelta hasta allá cuesta tres dólares. Cuando “me dijeron todos los gastos que íbamos a tener allí... me sentí como en pánico”.

Los guardias de seguridad de la residencial no entendían por qué tenía que salir en medio de la noche para ir a cuidar a sus animales. Sintió que a la gente como ella la trataban de manera muy diferente al resto de residentes de clase media que habían comprado sus casas allí.

“Con esta ropa humilde, sentimos que los guardias abusan de nosotros y nos preguntan siempre”, explica.

Con mucha inocencia, pidió permiso para traer a sus animales a la residencial. Podían pastar en las zonas comunes, propuso. La miraron como si estuviera loca.

“No sabía a quién hablarle”, dice. Así que fue al alcalde y le preguntó “¿De qué voy a vivir?”

El 15 de enero, el alcalde convocó a otra rueda de prensa para criticar al presidente y se presentó rodeado de una docena de personas que dijo estar lista para devolver las casas.

La primera en hablar fue Flamenco. “La casa es hermosa, pero me siento deprimida, no es para mí”, dice y cuenta que pidió al gobierno si podían buscarle un lugar en el campo.

Siguieron otras quejas. En Ciudad Marsella, dijeron, no pueden tener animales y eso significa, por ejemplo, que no hay pollos ni huevos para comer o vender. Tampoco pueden vender los productos de las huertas, ni plantar árboles que les den sombra y fruta para comer.

Desempleados, desplazados, ganando, cuando los ganan, trabajando en el campo, tres dólares diarios, no van a ser capaces de afrontar los 70 dólares mensuales de gastos comunes de Ciudad Marsella cuando el gobierno retire los subsidios.

Y no hay ningún trabajo agrícola alrededor de la urbanización para recuperar la media de 200 dólares mensuales que podrían llegar a ganar.

“La ministra me llamó ese mismo día, enojada, preguntándome cómo podía ser tan desagradecida con un gobierno que me había dado tanto”, cuenta Flamenco, triste y sollozando,

“Me llevaron a un lugar sin preguntarme y me acusan de ser desagradecida con un regalo que nunca pedí”.

Eulalia García y Ramón Sánchez no tienen pensado devolver sus casas, pero les preocupa lo mismo que a quienes las han devuelto. “No tenemos ingresos, no tenemos idea de cómo sobreviviremos, el gobierno tendrá que ofrecer soluciones”, dice García.

La abuela de Ramón Sánchez, Victoria Crisóstoma, añade: “No nos dejan cocinar con madera y tenemos que pagar por el gas... No podemos moler maíz, no puedo hacer mis tortillas, tengo que comprarlas. No tengo con qué, no tengo ingreso”.

En julio, al menos 28 familias habían devuelto sus casas. Algunas, como Flamenco, para regresar a Los Angelitos.

“Tengo miedo de morir aquí cuando empiece a llover de nuevo”, se lamenta Flamenco.

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Por ahora, el apoyo popular cae del lado de Bukele. Al contrario de lo que sucede en Honduras y Guatemala, muchos reconocen que ha entregado viviendas a las víctimas de los deslaves provocados por las lluvias torrenciales.

Pese a sus intentos por detener los planes del presidente desde la misma noche de la tragedia, el alcalde de Nejapa perdió la reelección ante el candidato de Nuevas Ideas, el partido de Nayib Bukele.

Pero los problemas siguen.

La familia Orellana es una de las que aún reside en Los Angelitos. No recibió la invitación del presidente y siente que nadie los escucha. El lugar donde viven, hecho de maderas y láminas de aluminio, sobrevivió a la tormenta tropical. Ahora esperan la llegada de la próxima temporada de huracanes con miedo.

“Dicen que estamos en peligro”, se queja Lourdes Orellana, de 27 años. “¿Cómo saben hasta dónde subirá el agua la próxima vez que llueva?

La madre de Cecilia Flores, enferma, recibió una casa en Ciudad Marsella. Tenía una vivienda a su nombre en Los Angelitos que no fue destruida por el deslave.

Pero la mujer, que no quiere ser identificada por miedo a represalias, no puede vivir sola debido a su estado de salud y la casa recibida no permite acoger a los 11 familiares que viven con ella.

Si Flores quiere mudarse para acompañarla, tiene que dejar a sus hijos atrás. Además, no podría atender el puesto en el que vende comida a los trabajadores de una fábrica próxima a Los Angelitos. Perderían el único ingreso familiar.

Les habría gustado alquilar la casa entregada por el presidente y con ese dinero poder arreglar su casa antigua. Pero resulta que entre aquellas condiciones que firmaron sin leer, está que las casas de Ciudad Marsella no pueden alquilarse.

“¿Qué propiedad es esa que no puede venderse ni alquilarse?” se pregunta Flores. “O es nuestra o no lo es”.

Así que la casa regalada está vacía y la familia continúa en su casa de adobe de siempre. En peores condiciones. Las obras de reparación realizadas por el gobierno en Los Angelitos han dañado las paredes, atravesadas por grietas visibles. No sólo eso. El suelo se hunde.

“Había opciones de tierra cerca de esta comunidad que se adaptaban a nuestras necesidades”, se queja Flores. “Pero en lugar de sentarse a escucharnos y pensar en las opciones posibles, Bukele vino a hacerse una foto y puso un problema sobre gente que ya tenía muchos problemas”.