El presidente estadounidense Joe Biden lleva a cabo una campaña pública y privada para disipar las dudas sobre sus capacidades cognitivas.
Pero las dudas públicas sobre su aptitud para el cargo no cesan, por lo que cada movimiento de Biden está ahora bajo un microscopio implacable, ya que cualquier posible tropiezo corre el riesgo de magnificarse y asestar otro golpe a su candidatura.
Por ejemplo: Al presentar al presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy en una cumbre de la OTAN el jueves, Biden se equivocó y le llamó "presidente Putin", provocando exclamaciones entre el público.
"Estoy tan centrado en derrotar a Putin", dijo, corrigiéndose antes de ceder el atril. Poco después, en una rueda de prensa, Biden se refirió erróneamente al "vicepresidente Trump", un desliz que ensombreció lo que, en opinión de sus asesores, fue un desempeño sobresaliente.
Y una entrevista con George Stephanopoulos, de la cadena ABC, una semana antes, con la que se pretendía demostrar que Biden podía hacer frente a las preguntas de los medios, no hizo más que aumentar la preocupación de los demócratas sobre si podría seguir siendo el candidato del partido.
"Si vas a subir la apuesta en una entrevista, no puede ser otro ejemplo de que eres difícil de entender, y no porque sea blando, no porque murmure, sino porque su línea de pensamiento no tiene sentido", dijo esta semana el exasesor de Obama en la Casa Blanca Jon Lovett en su podcast "Pod Save America", refiriéndose a la entrevista con Stephanopoulos.
"Todo el mundo dice, ¿por qué no está ahí fuera, por qué no está ahí fuera, por qué no está ahí fuera? Sale y ofrece un rendimiento mediocre que acaba siendo lo peor de las dos situaciones", agregó Lovett.
Sin embargo, conseguir que Biden se presente en contextos más improvisados ha sido una petición constante de los demócratas, que quedaron desconcertados por su debate de 90 minutos del 27 de junio y buscan garantías de que la actuación fue un desliz inusual y no un signo de deterioro mental más amplio. Quieren ver los apretones de manos, los saludos y los largos intercambios con los periodistas que han caracterizado a Biden, especialmente durante sus 36 años en el Senado.
Desde entonces ha ido de un acto a otro: Charlando con simpatizantes en un restaurante de Detroit; reuniéndose con votantes en Wisconsin; deteniéndose en una cafetería de Harrisburg, Pensilvania; respondiendo a las preguntas de donantes, legisladores y alcaldes en llamadas virtuales privadas. Ha recibido a gobernadores demócratas en la Casa Blanca, al tiempo que ha acelerado su ritmo de entrevistas periodísticas, entre ellas con Stephanopoulos, el Houston Chronicle y NBC News, que se emitirán el lunes.
"Desde antes del debate, muchos de nosotros animábamos a la campaña a que dejara a Joe ser Joe", dijo el senador demócrata por California Alex Padilla, uno de los legisladores que habló en privado con Biden tras su desastrosa actuación en el debate.
"Que salga ahí fuera, sin guion —ya sea en formatos de asamblea pública, o mítines, lo que sea— eso es lo mejor de él, ese es el Joe Biden que la mayoría de la población en Estados Unidos ha llegado a conocer y adorar", añadió Padilla.
Sin embargo, algunas de sus recientes salidas y mítines han dejado resultados desconcertantes.