Carolina del Sur
Con sólo 14 años fue el condenado a muerte más joven de la historia de los Estados Unidos. La silla eléctrica era demasiado grande para él, y le tuvieron que sentar sobre su biblia para poder matarle. Setenta años después, la revisión del juicio estableció que la sentencia carecía de cualquier legitimidad. Este es el dramático e injusto caso del pequeño George Stinney.
A veces la fatalidad, el odio y la ignorancia se alían para dar lugar al monstruo de la injusticia. Y el protagonista de nuestra historia real de hoy, el pequeño George Junius Stinney, sufrió la injusticia más bárbara, descomunal y brutal. Siendo solo un niño, con catorce años, George murió ajusticiado en la silla eléctrica, condenado por un crimen, sin pruebas ni testigos, y que, como se demostraría años después, era imposible que él hubiera cometido. Pero George fue ejecutado sin defensa, sin familia y sin la más mínima humanidad.
En la cárcelEsta triste historia sucedió en Alcolu, una pequeña localidad de Carolina del Sur, en 1944, cuando el racismo y las leyes segregacionistas todavía imperaban en el sur de los Estados Unidos. Las vías del tren marcaban la frontera entre la zona de los blancos y las casas de los trabajadores negros de la localidad. Una mañana de marzo, dos niñas blancas, Betty June Binnicker y Mary Emma Thames, de 8 y 11 años, cruzaron estas vías con su bicicleta y se adentraron en la zona de los negros: querían buscar flores silvestres para hacer infusiones. Pocos metros más allá se encontraron con el joven George, de 14 años, que cuidaba la vaca de su familia. A George le preguntaron donde podían encontrar las plantas, el niño les dio las indicaciones y las dos pequeñas siguieron su camino.
El infierno se desató en la misma noche, cuando las familias de June y Mary Emma se alertaron al ver que las niñas no regresaban. Se organizó una búsqueda comunitaria en la que participó todo el pueblo, incluso el pequeño George. Pero no fue hasta la mañana siguiente cuando alguien encontró los cuerpos de las dos pequeñas a pocos metros de la Iglesia Bautista Misionera Green Hill, conocida como “la iglesia negra”. El informe del forense estableció que las dos chicas habían sido asesinadas a golpes: sus cabezas presentaban enormes contusiones realizadas con algún objeto pesado. Una de ellas también mostraba signos de abuso sexual. Unos metros más allá apareció el arma del crimen: una pesada viga de madera llena de sangre.
Las niñas asesinadasPero la policía del condado pronto halló “al culpable”: pocas horas después del asesinato, detuvieron a George Stinney, quien inocentemente había relatado durante la búsqueda que se había encontrado a las niñas. Esto le convertía, según la policía, en la última persona en tener contacto con las pequeñas y por tanto, en el sospechoso número uno de las muertes. Se lo llevaron a la comisaría y le sometieron a un interrogatorio durante el que estuvo solo con los agentes; ni un abogado, ni sus padres: nadie pudo acompañar a George. Según declararon los agentes, le dieron al niño un helado, y este voluntariamente confesó el crimen. Según la policía, George declaró que había matado a la niña pequeña para violar a la mayor, y que luego también asesinó a esta. Sin embargo, nunca hubo un registro escrito de esta supuesta confesión. Por el contrario: la hermana del chico, Amie, aseguraba que había estado en casa junto a ella. Pero Amie no pudo hablar: el mismo día de la detención, el padre de George fue despedido del aserradero en el que trabajaba y la familia entera tuvo que salir huyendo de la localidad por las amenazas recibidas.
George Stinney con las menores que fueron encontradas sin vida. Su pecado fue haberlas visto.
No quedó ninguna declaración por escrito del condenadoOchenta y tres días de martirio
Menos de un mes después del crimen se celebró el juicio contra George. El proceso se desarrolló sin las más mínimas garantías para el acusado. El abogado defensor no tenía ni idea de asesinatos, en realidad, era un cobrador de impuestos que en ese momento estaba en plena campaña para su reelección.
Temiendo, sin duda, la presión social, no hizo ni el más mínimo intento para defender al muchacho, ni siquiera llamó a un solo testigo. El jurado lo compusieron diez hombres blancos (los únicos con capacidad legal entonces).
Las únicas pruebas presentadas fueron los relatos de los agentes sobre la supuesta confesión del niño, que no constaba ni siquiera por escrito.
Nadie encontró sangre, ni ningún rastro del crimen, en la ropa de George. Durante el juicio, los negros de la localidad no pudieron entrar en la sala y mucho menos votar. Tampoco la familia -que tuvo que permanecer lejos por las amenazas de linchamiento- pudo asistir. El juicio duró menos de tres horas, y el jurado tardó menos de 10 minutos en emitir su veredicto: condena a muerte a la silla eléctrica.
Desde Alcolu, George fue enviado a una prisión de adultos hasta su muerte. Aunque algunas peticiones de clemencia fueron dirigidas al gobernador Olin Johnston, este las denegó argumentando la confesión que supuestamente el niño había contado a los agentes.
Pero la familia de George no olvidó: aunque tuvieron que huir de Alcolu, buscaron una justicia que sólo pudo llegar después de muchas décadas. En 2014 el juicio se reabrió, y la jueza de Carolina del Sur, Carmen Tevis Mullen, declaró la inconsistencia del proceso de 1944 y la ilegitimidad de la condena.
Tras la revisión de la documentación original, quedó plenamente demostrado que no había pruebas para la condena; que la defensa no actuó como tal; que la familia no pudo declarar por las amenazas; en resumen, que no existió justicia. Durante este nuevo juicio, la hermana mayor de George, Amie, testificó (algo que no había podido hacer en 1944) que cuando el crimen se había producido, ella se encontraba con su hermano.
Como conclusión, la jueza invalidó el juicio original y dictaminó que había estado lleno de “violaciones fundamentales y constitucionales”. George quedó exonerado de su condena. Algo inútil porque había muerto muchas décadas antes, pero útil para su memoria y la paz de su familia.
Aunque el segundo juicio no estableció la inocencia o culpabilidad de George, también sirvió para que algunos expertos examinaran la única prueba real existente en el caso, que no era sino la viga con la que alguien había matado a las niñas. Las conclusiones eran muy claras: aquel objeto pesaba más de 20 kilos, con lo cual, hubiera sido imposible que el pequeño, que solo pesaba 45, hubiera podido levantarla y golpear con ella fuertemente a las pequeñas.
En 2019, la historia de George Stinney también ha sido narrada en la película 83 Days, del director Andrew Paul Howell, que ha recibido distintos premios en festivales de cine. La justicia y la verdad a veces se empeñan en limpiar las historias empañadas por algunos hombres, y ponerles un honroso punto y final. Afortunadamente, esto ha sucedido en el caso de George. (Con información de las redes sociales y de George Lone Elk)
SU MUERTE, UNA CHAPUCERA MASACRE
El 16 de junio de 1944, tan solo 83 días después del doble crimen de las niñas, otro niño, George Stinney, falleció. El chico fue ajusticiado en la silla eléctrica en la Penitenciaria Estatal de Carolina del Sur en Columbia. Su muerte fue una tortuosa y chapucera masacre: George medía tan solo 1,55 metros y pesaba 40 kilos, por lo que era demasiado pequeño para la silla eléctrica. Le tuvieron que sentar encima de su biblia (la única compañía que había tenido en la cárcel), para poder aplicarle los electrodos.
A la primera descarga de 2.400 voltios, se le cayó el saco con el que habían tapado su cara (también era demasiado grande para él) y los presentes pudieron ver al pequeño llorando, con la boca babeando y los ojos abiertos, en pleno sufrimiento.
El proceso tuvo que pararse (alargando así su agonía) para volver a ponerle la máscara. Hicieron falta dos descargas más para acabar con su vida.