MONUMENTO NACIONAL DE IRONWOOD FOREST, Arizona
Luego de atarse polainas antiserpientes y de bajar la cabeza para pedir la protección de Dios, Óscar Andrade partió hacia el desierto al amanecer de un domingo reciente en busca de un migrante hondureño.
Su familia dijo que había desaparecido a fines de julio, “entre los dos cerros donde están las mochilas”.
Este pastor pentecostal de Tucson se abrió camino entre la maleza durante tras horas, bajo temperaturas de más de 37 grados Celsius (100 Fahrenheit), evitando un puma, dos serpientes de cascabel y al menos un escorpión antes de tomarse un breve descanso para llamar a la tía de otro individuo desaparecido.
Andrade creía haber encontrado el cráneo del hombre el día previo.
“Hermanita, mucha fuerza”, le dijo Andrade, mientras ella repetía incrédula que un “guía” le había dicho que había dejado al joven con lastimaduras en los pies, pero vivo. “A veces no lo entendemos, pero hay un propósito por el que Dios lo permitió. Cualquier cosa, aquí estamos”, expresó el pastor.
En la cuarta salida en busca del individuo de 25 años, del estado mexicano de Guerrero, el pastor y sus Capellanes del Desierto, el nombre de su grupo de rescate y recuperación de migrantes, habían encontrado la identificación del hombre en una billetera, a 12 metros (40 pies) de unos restos óseos. El cuerpo había sido consumido por animales y un sol abrasador en la vecina Reserva Tohono O’odham.
Desde marzo, Andrade recibió más de 400 llamadas de personas de México y América Central cuyos parientes --enfermos, heridos o agotados-- fueron dejados atrás por coyotes en la frontera entre México y Estados Unidos.
Expertos forenses calculan que el 80% de los cadáveres que hay en el desierto nunca son encontrados, identificados o recuperados. Los que sí son hallados, pasan a ser parte de una creciente lista de víctimas, como los 53 migrantes encontrados muertos en un camión abandonado en San Antonio (Texas) y otros nueve que fueron arrastrados por la corriente del río Bravo (Grande en Estados Unidos). Estas estadísticas indican que se vive una de las temporadas de cruces ilegales más letales en la siempre peligrosa frontera mexicano-estadounidense.
- Un muro que separa a México y EE.UU. se interrumpe abruptamente en sector remoto de la frontera (centro, parte inferior de la foto).
Con frecuencia, la causa no se puede determinar. A veces se dice que la persona falleció por las condiciones “ambientales”, sobre todo insolación y deshidratación, según el doctor Greg Hess, jefe de la oficina de forenses del condado de Pima.
Su oficina recibió los cadáveres de 30 migrantes hallados tan solo en julio, la mitad de ellos fallecidos hacía menos de tres semanas, de acuerdo con Mike Kreyche, de Humane Borders. Esa agrupación trabaja con el forense para coordinar mejor sus operaciones. Su misión es dejar agua en las rutas más usadas.
Al ritmo actual, se podría igualar o superar en el 2022 las muertes de los dos últimos años, en que hubo un aumento del 50% en los decesos respecto a la década previa. Desde el otoño pasado (cuarto trimestre), la Patrulla Fronteriza detuvo migrantes que cruzaron la frontera ilegalmente 1,8 millones de veces, una cifra extraordinariamente alta. El año previo la Patrulla registró 557 muertes, la cifra más alta desde que empezó a llevar esa cuenta, en 1998.
Dado que los cadáveres se descomponen muy rápidamente bajo el intenso calor del desierto, si no son hallados en 24 horas, su identificación puede requerir análisis de ADN que son costosos y toman tiempo, indicó Hess.
“El desierto tapa bien sus crímenes”, comentó Mirza Monterroso, forense que dirige un programa de migrantes desaparecidos en el Centro Colibrí, organización de Tucson que colabora con la oficina del forense.
Su banco de datos tiene los nombres de 4.000 migrantes desaparecidos --1.300 tan solo en el Pima County-- de 14 países y 43 estados norteamericanos. Ella ayuda a coordinar los análisis de ADN, que cuestan más de 1.100 dólares por persona, a precio descontado.