En 2021, The New York Times tuvo a bien definir con una palabra precisa y contundente el sentimiento coral vivido por aquel entonces: estábamos languideciendo. La sensación podría definirse como aquel que anda arrastrando los pies, sin un rumbo fijo y con toneladas de apatía. Este año, el diccionario Oxford ha escogido como palabra del 2022 ‘modo goblin’, pero hay otra que también resuena de forma latente en la sociedad actual –sin ser ChatGPT, Twitter o cryptobro–: el stresslaxing. El concepto hace referencia al estrés que produce intentar relajarse porque no se está trabajando en aquello que estresa. Es, además de un potencial trabalenguas, la imposibilidad del disfrute y de la calma completa, la inquietud que producen las ganas de tachar casillas de stresslaxing en una lista infinita de quehaceres.
El stresslaxing ocupa una parte pequeña, pero significativa en nuestro día a día. Se manifiesta en la conversación con una amiga a la que has dejado de escuchar hace un rato, en la anticipación mental de la siguiente tarea cuando aún no has dado el último sorbo de café o en el capítulo de The Office al que no fuiste capaz de prestar atención porque estabas pensando en todo lo que queda por hacer. Es un pez que se muerde la cola, no poder salir de la rueda hipnótica del trabajo, la lucha constante entre ser productivo o dedicarte un rato para ti, ya sea estando en el sofá, dando un paseo o contemplando el blanco tiza de la pared.
A pesar de que la palabra logró su propia entrada en el Urban Dictionary, el diccionario en inglés más reconocido de la esfera digital y urbana, en agosto de 2020, el concepto no es nuevo. Según un estudio realizado por la Asociación Estadounidense de Psicología, hace casi 40 años, entre el 30% y el 50% de las personas acaban por sufrir stresslaxing cuando quieren relajarse. La psicóloga Ingrid Pistono afirma que el fenómeno, sin ser actual, se ha visto intensificado hoy en día. “En redes sociales se recomiendan cosas como despertarte a las cinco de la mañana para ser más productivo, entrenar como si fueses profesional, cocinar como un chef y ser un padre o madre perfectos. Con tanto que hacer y tanta presión, ¿quién tiene tiempo para pensar en relajarse?”, se pregunta.
Así, la escala de grises se diluye en una cuestión que parece de extremos: ¿produzco o me relajo? En ocasiones, no hay punto medio: o nuestro día a día es una sucesión de tareas encadenadas o relajarse es sinónimo de hastío. Mireia Marín se dedica a la comunicación de moda y describe el stresslaxing como un runrún en la cabeza que no le deja desconectar, pero que tampoco le permite estar presente. “Cuando estoy con alguien, estoy más pendiente de pensar en mis cosas que de estar con esa persona. Quiero que pase rápido el tiempo para poder hacer todo lo que tengo pendiente”, cuenta. Sin embargo, cuando procura tomarse un día de descanso, se aburre con facilidad. Ante esto, la psicóloga Ingrid Pistono reflexiona: “Vivimos en una sociedad que premia el ser altamente productivo y, en paralelo, bombardeamos con las ventajas de practicar el mindfulness y vivir de forma plena cada momento. Creemos que relajarnos es perder el tiempo y nosotros lo que queremos es ganarlo”.
La ansiedad por relajación no afecta a todo el mundo por igual. Las personas que trabajan más horas de las que estipula su jornada laboral, que hacen bandera del multitasking o marcan líneas difusas entre el hogar y el trabajo son más propensas a sufrirlo. Cristina Rabre es gestora de proyectos en una startup de traducción y teletrabaja desde casa. Su función está ligada a fechas de entrega ajustadas y, a pesar de que su labor conforma una pequeña parte de todo el proceso de trabajo, el stresslaxing forma parte de su rutina diaria. “Se cuela hasta cuando estoy tomando algo con mis amigos, haciendo yoga o de vacaciones”, explica. Los momentos en los que más siente que le sucede es cuando procura conciliar el sueño. “Intento relajarme, sobre todo por las noches, cerrando los ojos, controlando la respiración y evitando pensar en aquello que me causa estrés, pero solo puedo pensar en todas las cosas que tengo que hacer el día siguiente y que no he hecho”, afirma. La cántabra reconoce que, a pesar de lograr escapar de esos pensamientos, su cuerpo no lo hace: “Tengo la mandíbula tensada, el ceño fruncido o los hombros contraídos”.
Más que una patología aislada, el stresslaxing es un fenómeno social, como lo fueron la languidez que describía The New York Times –y que más tarde se tornó en florecimiento–, o el ‘modo goblin’ que nos convierte en leprechauns humanoides despreocupados y vagos.
Solo hace falta echar un vistazo a la cantidad de búsquedas en Google de las palabras stress (4,3 mil millones) y relax (1,5 mil millones), que componen el término, o indagar en la multitud de foros de Reddit que abordan el tema para tomar el pulso de las cuestiones sociales que preocupan en Internet. Es en el espectro digital donde más humor se hace sobre esto. El usuario @ramalauw explica en un tiktok que, con el stresslaxing, relajarse se ha convertido en una tarea más en su lista de quehaceres. Con voz de teleoperador, describe una batería cosas que vienen por defecto cuando se padece stresslaxing: procrastinación crónica, ansiedad paralizante y un burnout constante. Todo con una sonrisa muy simpática en la boca y, lo mejor, completamente gratuito. Así, ¿quién no querría ser productivo hasta la extenuación?
Marina Enrich tiene una visión diferente del asunto. La centennial trabaja en las redes sociales del medio La Wikly y reconoce que es muy complicado relajarse cuando su trabajo consiste en nutrir de contenido plataformas como Instagram o TikTok. “Siempre hay algo que puedes hacer, subir, comentar o compartir”, afirma. Ser una persona curiosa y encontrar el descanso en las propias plataformas sociales tampoco lo facilita: “Todo resulta una fuente de inspiración y pensamos en relacionarlo con nuestro trabajo (¡hola, capitalismo!)”. Aun así, la joven comenta que optar por relajarse puede significar no pensar en el trabajo y no hacerlo puede repercutir en no sacar partido de inputs interesantes. ¿Qué pasa frente a eso? Depende de las prioridades de cada persona. “¿Qué quiero yo? Ser feliz. ¿Qué me hace feliz? Honestamente, estar orgullosa de mi trabajo”, reflexiona. Marina recalca que encuentra momentos donde relajarse sin estresarse, aunque apunta que suceden en contadas ocasiones y sabiendo que ese tiempo de descanso tiene una duración concreta.
La gestión del propio trabajo también repercute en el grado de stresslaxing. Para Saioa Lucas, fisioterapeuta autónoma, es muy complicado descansar sin sentir culpa, porque la búsqueda de trabajo y de nuevos pacientes depende de sí misma. A veces, incluso, la ansiedad por relajación la incapacita y hace que disminuya su vida social. “Los viernes me encanta ir a bailar bachata. Últimamente no he ido porque pienso que el día después me tendré que levantar para trabajar. En vez de aprovechar el momento de desconexión, dejo de ir e intento el día siguiente hacer más cosas”, explica. Algo similar le sucede a Norman Benet, productor de videojuegos, quien reconoce que se siente mal por descansar un rato al mediodía o echar una cerveza entre semana. Después, procura recordar que levantar un proyecto propio como es la productora de videojuegos Gatera Studio tiene más de maratón que de sprint. “Trato de evadirme y de pensar que no todo es negocio, también hay ocio”, afirma.
La sociedad actual intenta navegar entre la necesidad de ser productivo, la de refrescar el correo electrónico cada dos minutos y la inercia que empuja a abrir las aplicaciones compulsivamente y cerrarlas tras 20 segundos de scroll. Somos seres inquietos buscando la estimulación constante: de un mensaje de texto, de una agenda bulliciosa o de ocho cursos online. Así, la parada para repostar queda relegada a un segundo plano y el estar en casa se convierte más en un castigo que en una suerte. “Se nos está olvidando cómo aburrirnos y el poder del aburrimiento para pensar y reflexionar”, afirma la psicóloga Teresa Mingo. Ese olvido nos priva de muchas cosas, entre ellas, estar más conectados con nosotros mismos.
¿Cómo podemos volver a la esencia de la vida contemplativa? Para Ingrid Pistono, la clave está en dejar de normalizar el no tener tiempo e ir derrapando por la vida, coger otro ritmo –más consciente y gratificante– e introducir en la rutina aquello que cada persona sabe que le sienta bien. Una de las entrevistadas para este artículo compartía: “La exigencia es un perrito, o lo paseas tú o te pasea él”. Lo mismo sucede con la perfección o el deseo de éxito. A veces, el primer paso es tan mínimo como dejar de correr cuando se pierde el metro, prestar más atención al relato de las vacaciones de quien se tiene enfrente o replantearse si la producción constante da sentido a nuestras vidas. Aunque nos digan, desde chiquititos, que sí.