A principios de los años sesenta, Joaquín Salvador Lavado (Mendoza, 1932-2020) tenía ya un nombre en el humor gráfico firmando como Quino sus colaboraciones en famosas revistas argentinas como Tía Vicenta o Rico Tipo, que habían producido ya ediciones recopiladas con suficiente éxito como para atraer la atención de la prensa. Pero su primer acercamiento a este medio no sería con su reconocido humor gráfico, sino gracias al encargo en 1963 de una serie publicitaria de cómic para una empresa de electrodomésticos: la tira sería protagonizada por una familia de clase media con dos hijos, que compartirían la inicial de su nombre con la de la marca comercial, Mansfield. Las ocho tiras de prueba, en las que se incluía a una niña llamada Mafalda, quedarían casi inéditas, salvo algunas publicadas en el suplemento Gregorio.
Sin embargo, Quino no abandonó la idea y el 29 de septiembre de 1964 Mafalda vería la luz en las páginas del magazine político Primera Plana. Acompañada en esta primera aparición por su padre, del que nunca sabremos su nombre, demostraba ya una personalidad que cuestionaba el universo del adulto desde la ironía mordaz. Con un dibujo sencillo pero universal, que entroncaba tanto con la simplicidad del Carlitos de Schulz como con antecedentes como Nancy, La pequeña Lulú o Mariquita Terremoto, Mafalda deambulaba por los espacios de la infancia con una mirada reflexiva que ponía en aprietos a los adultos, creando una doble lectura, la del público infantil que empatizaba con su humor y rebeldía y la adulta que su denuncia de cuestiones sociales requería.
La serie pasaría posteriormente al diario El Mundo, uno de los más importantes y leídos de Argentina, consiguiendo que en apenas dos años sus lectores y ya fans se contasen por millones. Su éxito provoca que las tiras se exporten a Italia, Francia, España o países tan alejados culturalmente como China o Corea, muestra de que la creación de Quino se había convertido en un icono cultural de una importancia global.
¿Cuál fue la razón del éxito de Mafalda? Desde el principio, esta niña de seis años atrajo a la intelectualidad con su carácter contestatario, natural en un escenario de movimientos contraculturales donde su discurso directo usa el humor como arma para provocar la reflexión, tanto sobre la situación política de su país como problemas universales. El hambre, la violencia o la injusticia llevan de cabeza a la creación de Quino, que ve con tristeza cómo el globo terráqueo está punto de hundirse con toda la humanidad dentro. Una provocación directa que interesó pronto a personalidades como Umberto Eco, que la definió como una "heroína rebelde" y el personaje más importante de los años setenta. Mafalda formulaba las preguntas que el adulto no se atrevía a hacer en voz alta, al tiempo que denunciaba su pasividad y manifestaba su incomprensión del cosmos adulto, en constante interacción con el de la infancia.
Quino solo necesitó de nueve personajes para crear un espejo social a través de todo tipo de simbolismos: la pandilla de Mafalda establece un relato coral que abordará las diferentes cuestiones que interesaban a Quino y subraya la singularidad del personaje. Susanita constituye un reflejo de esa imagen de la mujer anclada en el pasado que solo tiene como aspiración ser madre y esposa en la vida, dirigiéndose al espectador para criticar cualquier avance social que Mafalda anhela. Felipe es un soñador impenitente, que prefiere vivir en ese relato imaginario que lo lleva a convertirse en un héroe de wéstern igual a los que lee en los cómics. Manolito es la imagen viva de un capitalismo salvaje en el que el dinero es la única motivación, mientras que Miguelito representa ese choque entre la ingenuidad del niño y el nihilismo del adulto, sometido a la tensión de decidir qué quiere que sea su futuro. La pequeña Libertad es un espíritu que no puede encadenarse y que desafía con vigor contestatario a la autoridad pese a encontrarse la represión continuamente. Y, por último, Guille, el hermanito de Mafalda, único personaje al que veremos crecer física y mentalmente, desarrolla una personalidad que sigue a su hermana sin renunciar a sus propios ideales, como su pasión por Brigitte Bardot. Un grupo de niños que reflejan la identidad sociocultural de la clase media argentina y que encuentran en Mafalda el diálogo con las transformaciones sociales del momento y ponen en duda los pilares que sustentan la voz oficial y más tradicional.
Frente a los niños, el mundo adulto aparecerá como atónito y desconcertado receptor de sus afilados comentarios y reflexiones, incapaces de responder ante la lógica aplastante de sus planteamientos. Los padres de Mafalda actuarán de representantes de ese estamento adulto: Raquel, la madre, es esa mujer moderna que vio cómo todas sus ilusiones de independencia se frustraron en lo cotidiano, mientras que papá es el reflejo estereotipado del hombre de clase media, que debe llevar el dinero a casa, sueña con un coche y poder ir de vacaciones en verano con su familia, aunque luego sufra con las facturas y las letras de cada mes.
Tras las casi 2.000 tiras que se publicaron hasta 1973, Mafalda desarrolla una personalidad propia, reconocible a través de una serie de temáticas constantes. Enamorada de los Beatles, con odio por la sopa y una deslenguada opinión, clave para retratar la actualidad política del momento, desde las revueltas estudiantiles al ascenso de las dictaduras en Latinoamérica, además de una conciencia pionera en el cómic en temáticas como el género, el pacifismo o la ecología. En las tiras de Quino se defiende el necesario empoderamiento y liberación de la mujer en paralelo a la tercera ola del feminismo y se cuestiona la brutal contaminación del ecosistema como una deuda para el futuro, a la vez que se pone en duda una industrialización desaforada sin sostenibilidad. Mafalda atacó con fuerza las guerras que dejaban sin futuro a esa sociedad que tendría que llegar y que representaban ella y sus amigos: esas tiras en las que mira con pena a un globo terráqueo son tan míticas hoy en día como inquietantemente actuales.
El miedo a la censura marca el final de la serie, que Quino abandona tanto por agotamiento creativo como por las dificultades para la libertad que la situación política del momento auguraba. Pero, pese a que el dibujante ya no dibujaba la serie, Mafalda desbordó a su autor y se convirtió en símbolo de la libertad de expresión y el compromiso de las nuevas generaciones.
Respecto a la edición en España, Lumen comenzó a publicar la serie en plena dictadura franquista, con la obligación de incorporar una visible etiqueta "para lectores adultos" y esquivar la censura, pero que no pudo evitar un arrollador éxito para la editorial de Esther Tusquets. El camino de reediciones continuas se abrió en el país y en todo el mundo durante las seis décadas de existencia de la serie, que no ha parado de conocer ediciones: a las bien conocidas ediciones apaisadas siguieron temáticas,
integrales e incluso inéditas. Sin casi descanso, Mafalda saltó a la televisión y la gran pantalla con series que en algunos casos contaron con artistas tan prestigiosos como el cubano Juan Padrón, aunque nunca llegaron a tener la misma respuesta del público, a la espera de la anunciada serie de Netflix dirigida por el oscarizado Juan José Campanella.
A seis décadas de su nacimiento, leer a Mafalda sigue siendo un acto de provocación intelectual: sus preguntas son todavía actuales y su preocupación por la deriva de la sociedad y el mundo, inquietantemente vigentes, demuestran que la universalidad de su discurso transciende la geografía y el tiempo.