Vicente Undurraga trasnocha desde que tiene memoria y tiene memoria desde que trasnocha. "De noche se recuerda", dice, "se está y se imagina simultánea e intensamente, como si se diera el milagro de habitar pasado y presente y futuro a la vez, no anulándolos sino anudándolos, integrándolos o más bien trenzándolos, sin que el uno suponga la suspensión del otro, sin que imaginar suponga pausar el recordar ni el recordar un detener el simple y maravilloso estar porque se está en el pasado y se está en el futuro y se recuerda e imagina el presente como en una fiesta".
Que la noche es, para el autor, un ámbito de posibilidades se pone de manifiesto en los verbos —todos en infinitivo, deliberadamente— que escoge para narrar lo que —en cierto modo— es una autobiografía: trasnochar, creer, temer, confiar, recaer, tocar, regar, quemar, caminar, abdicar, envidiar, decidir. "Revisitar verbos clave, activarlos o desactivarlos con una renovada y ardiente consciencia de la finitud que nos acecha", escribe, tal vez sea "una forma de atizar, de buscarle el lado al mundo y llevar adelante una vida que no se paralice ante tanta hostilidad y rigidez, que no sucumba".
Undurraga (Viña del Mar, 1981) es ensayista y un editor de excepción, responsable de antologías fundamentales de la obra de Eunice Odio, Vicente Huidobro, José Lezama Lima, Elvira Hernández y Nicanor Parra. Quizás sea a su entusiasmo por hacer un uso razonado de la noche la causa de que lo haya leído básicamente todo —de Lucrecio a Rebecca Solnit, pasando por "raros" como la peruana Blanca Varela, el nicaragüense Carlos Martínez Rivas y el chileno Alfonso Alcalde— y de que su libro tenga un aire nocturno, como el de una conversación a media voz que tiende en varios pasajes al poema en prosa y recuerda parcialmente a los escolios de Nicolás Gómez Dávila. También, que reír ocupe un lugar central entre sus preocupaciones. Undurraga sabe reírse de sí mismo, como cuando habla de la vez en que se hundió en un pozo en la calle Ricardo Lyon o reproduce uno de sus poemas juveniles, dedicado a unos populares caramelos chilenos que le gustan especialmente. El autor huye de los que Alcalde llamó "huevones a la vela" y se mueve con habilidad entre la profundidad y la ligereza. Pero el texto más importante de su libro es el dedicado a morir, en el que las preguntas infantiles y las pérdidas personales se mezclan con las lecturas, la curiosidad y la convicción de que mucho de los muertos queda en nosotros y no se extingue del todo, en especial si opinamos, como Sherman Alexie, que "cuando se trata de la muerte, sabemos que la risa y el llanto son casi lo mismo".