Sofía Kovalevskaya (de soltera Korbin-Kukóvskaya), nacida en 1850 en Moscú, es una de las grandes matemáticas de la historia. Sin embargo, no es tan conocido su papel revolucionario y literario, que desarrolló con intensidad en su corta vida.
Pocos científicos podrán incluir en sus biografías el haber participado en la Comuna de París de 1871. Además de esto, Kovalevskaya intervino en las corrientes políticas y feministas progresistas del nihilismo ruso de finales del siglo XIX y escribió también varias obras no matemáticas; entre ellas, unas memorias, Una infancia rusa, dos obras de teatro (en colaboración con la duquesa Anne Charlotte Edgren-Leffler) y una novela parcialmente autobiográfica, Una nihilista (1890).
Este último texto fue escrito un año antes de su muerte en Estocolmo, donde había encontrado refugio y trabajo con la ayuda del matemático Gösta Mittag-Leffler.
La novela comienza cuando la narradora tiene 22 años y se muda a San Petersburgo tras su estancia en una pequeña ciudad universitaria de Alemania, donde había ido a realizar sus estudios de matemáticas. Este hecho coincide con la vuelta de Sofía, en 1874, desde Berlín, donde llegó tras pasar por Heidelberg, siguiendo el consejo de Hermann von Helmholtz y Leo Königsberger. Dado que la Universidad de Berlín no admitía mujeres, el matemático Karl Weierstrass le dio clases de forma privada.
Junto a él realizó sus investigaciones sobre ecuaciones en derivadas parciales, probando lo que ahora se conoce como Teorema de Cauchy-Kowalevski. Este es un resultado excepcional dentro de la teoría de ecuaciones diferenciales. Por una parte, es el único resultado sobre existencia y unicidad de soluciones que se aplica a ecuaciones diferenciales de cualquier tipo. Por otra parte, sin embargo, solo sirve para un tipo muy concreto y restrictivo de soluciones, llamadas analíticas, lo cual limita la utilidad práctica del teorema.
Este y otros resultados le valieron su título de doctora (bajo la supervisión por Weierstrass) por la Universidad de Gotinga, donde sí se podía doctorar una mujer; aunque, la tesis fue juzgada in absentia ya que no se le permitió realizar el examen oral.
Tras visitar Inglaterra, volvió a San Petersburgo y luego a Moscú. En Rusia, a pesar de las recomendaciones de Weierstrass, no consiguió ningún empleo universitario, pero se integró en los ambientes literarios de la ciudad. En el libro, es en estos círculos intelectuales de San Petersburgo en los que aparece Vera, descendiente de una importante familia de la nobleza agraria rusa venida a menos. Vera se interesa por las ideas políticas de los nihilistas a través de su profesor y también amante, detenido y encarcelado por la policía del zar por sus ideas liberales.
Según cuenta Ann Hibner Koblitz en Science, Women and Revolution in Russia, “Para los primeros nihilistas, la ciencia era prácticamente sinónimo de verdad, progreso y radicalismo; por lo tanto, la búsqueda de una carrera científica no se consideraba en absoluto un obstáculo para el activismo social. De hecho, se veía como un impulso positivo para las fuerzas progresistas, un golpe activo contra el atraso”.
Este fue seguramente el caso de Sofía, aunque en el libro presenta, a través de Vera, una imagen menos favorecedora de los matemáticos (y es la única mención en la novela a esta disciplina). “Y en cuanto a los sentimientos de Vera hacia mí, ella me prefería entre todos sus conocidos, y al mismo tiempo no lograba comprender por qué me entregaba de lleno a la matemática. Le parecía que un matemático era alguien así como un ser raro que se ocupaba de resolver acertijos expresados en cifras y a quién se le podía perdonar su obsesión porque se trataba de un ser muy inocente y al mismo tiempo era difícil no despreciarlo por su debilidad”.
Precisamente, para poder entregares de lleno a su carrera investigadora, Sofía tuvo que trasladarse a Estocolmo, donde Mittag-Leffer consiguió para ella un puesto permanente en la universidad. En Suecia, Sofía desarrolló un intenso trabajo como investigadora llegando a ser editora de la prestigiosa revista Acta Mathematica. Entre otros descubrimientos, describió el movimiento de lo que se conoce como la peonza de Kovalevskaya, un nuevo ejemplo de cuerpo rígido rotando en presencia de la gravedad, cuya dinámica es integrable. Su trabajo mejoró, 100 años después, los modelos anteriores de Leonhard Euler y Joseph-Louis Lagrange. Sofía murió en Estocolmo, víctima de una gripe complicada con una neumonía, el 10 de febrero de 1891.