Cuenta la Biblia en el Antiguo Testamento (Números, 21, 4-9) que Yahvé mandó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y que la enroscara en un asta. Cuando los presentes eran mordidos y miraban a la criatura, Yahvé los sanaba. La interpretación más recurrente es que la salvación se encuentra en el miedo a Dios, pero también que existe el riesgo de que, para imponer su poder y verdad, "hombres de distintos nombres y con distintas ideas se encaramen al trono del asta".
La novela Los años de bronce (Armaenia, 2024; traducción de L. Fernanda Garrido y T. Pištelek) se cimienta sobre este pasaje, donde el designio de las personas parece escrito por otros (aunque nunca sea del todo exactamente así): las fuerzas inescrutables nos convierten en motas de polvo llevadas por la corriente, pero siempre, al menos, existe la voluntad de sobrevivir. El propio autor, Slobodan Šnajder, afamado dramaturgo croata, volvió a la prosa con esta novela, porque, cuenta: "El teatro, como arte caro y subvencionado, depende mucho más del Estado que las publicaciones. Y el nuevo Estado es hostil hacia los valores y fenómenos, actitudes, etc., que yo defendí y sobre los que escribí".
La obra empieza como los inicios de una saga familiar, con la figura de Georg Kempf, antepasado del protagonista, Ðuka Kempf, perteneciente a los llamados volksdeutsche, alemanes étnicos que se repartían fuera del territorio administrativo del país y que terminaron en buena parte en la región de Eslavonia. Esta comunidad sirvió de línea militar en tiempos de María Teresa I de Austria (1717-1780) para fijar la frontera en los territorios arrebatados al Imperio otomano, junto con croatas, judíos, serbios, valacos, ucranianos..., todos pobres de solemnidad, campesinos que buscaban un porvenir en las tierras negras y fértiles del sudeste europeo.
A partir del surgimiento del Tercer Reich, estos alemanes vuelven a la palestra del nacionalismo patrio en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, "aunque apenas habían oído del golpe de Estado de Hitler". Se apela a ellos como embajadores y ejecutores de la política nacional: la razia antisemita. Las circunstancias les obligan a identificarse como alemanes. Unos se suman a la cruzada como soldados de la 7ª División de Montaña SS Waffen Prinz Eugen, otros de la Wehrmacht, pero otros terminan en las filas partisanas y otros, al margen de los bandos enfrentados, son un magma incrédulo, desubicado, incluso aprensivo, que solo procura sortear la guerra como puede, sin agarrar las armas ni llevar el uniforme con entereza. Pero Šnajder es concluyente: "La guerra como tal une a la humanidad en el mal mucho más que cualquier bien".
¿Qué queda de los llamados suabos (por la región alemana de Suabia) de Croacia? Para Šnajder, una parte merecía el castigo propio de haber participado en hechos deleznables: "Pero la expulsión de los volksdeutsche fue una de las mayores estupideces del régimen comunista de 1945; la industrialización estaba en boca de todos, el país estaba arruinado. Leí en un estudio que, en vísperas de la Segunda guerra, solo uno de cada cinco croatas tenía su propia cama. El volksdeutsche alemán podría ayudar en esa industrialización. Pero fueron expulsados en acciones que tenían rasgos genocidas". Los años de bronce destila un recuerdo a los "alemanes malos", aquellos que cometieron desacato contra las autoridades nazis, los que se resistieron a la deshumanización de la población judía o, incluso, aquellos que permanecieron en Yugoslavia afrontando la suspicacia de sus conciudadanos cuando arreció la venganza comunista. En realidad, este pensamiento forma parte de la biografía del propio autor: "Mi desconfianza hacia quienes nos obligan a balar juntos en el corral de la identidad nacional es permanente y fundamental: desde la primera palabra que escribí, hasta estos testamentos en forma de novela".