Francisco Pérez Ruiz viaja todos los días al pasado de una de las civilizaciones más grandes de México. Está a cargo del área de investigación de la zona arqueológica de Chichén Itzá y por sus manos pasan piezas recién desenterradas que arrojan luz sobre la forma de vida de la cultura maya, cuyo apogeo y desgracia intrigan a los expertos. Pérez Ruiz trabaja en el campamento arqueológico de este sitio histórico, donde recibe trozos de tesoros como vasijas, tambores, esculturas, incensarios o fragmentos de las enormes construcciones que crearon los mayas y con mucho cuidado y una gran destreza arma las piezas como si se tratara de un complicado rompecabezas. "Intentamos restaurar su estado original o lo más cercano posible", dice el arqueólogo. Una vez que se ha conocido la estampa que cada una de estas joyas representa, viajan a las exhibiciones, principalmente al Gran Museo que las autoridades han abierto en el complejo arqueológico de Chichén Itzá, una monumental obra que reclama el peso que los mayas han tenido en la historia de México.
El campamento arqueológico ha sido construido a un costado de las grandes edificaciones de Chichén Itzá, que deslumbran a decenas de miles de turistas. Es un complejo de edificios cuadrados que funcionan como bodegas donde los arqueólogos trabajan para limpiar y analizar cada una de las piezas que salen de las excavaciones, las más recientes comenzadas en 2022 y terminadas el pasado diciembre, que forman parte de un nuevo proyecto para rescatar zonas arqueológicas cercanas al controvertido Tren Maya, la gran obra de infraestructura del presidente Andrés Manuel López Obrador. En estas bodegas se acumulan pedazos de piedra y cerámica para someterlas a limpieza, clasificación y análisis. "Hacemos el trabajo primario, que consiste en lavado y marcado de las piezas, a las que se le pone un pequeño número de acuerdo al lugar donde fue recolectada", explica Pérez Ruiz.
El arqueólogo Julio César Alonso, responsable del Gran Museo de Chichén Itzá en Yucatán.