¿Quiénes fueron las ‘mujeres espontáneas’?

El historiador Ángel Arcay recibe un premio por su estudio sobre la peculiar figura legal a la que se acogían las mujeres embarazadas fuera del matrimonio en los siglos XVIII y XIX

A María Lorena Villadóniga le cambió la vida un día de 1788 en su casa, en Meroi (A Coruña). Durante una peregrinación al santuario de San Andrés de Teixido alguien llamó a su puerta. Esta es su declaración ante notario: “Un sujeto haciéndose transitante en romería al nominado santo me pidió y en efecto le di posada, y en aquella misma noche me solicitó a actos torpes en que movida de la fragilidad humana condescendí sin preguntarle por su vecindad, estado y palabra de casamiento, de cuyos excesos carnales quedé y me hallo encinta próxima al parto”.

Esta declaración de Villadóniga la convirtió en una mujer espontánea. Se trata de una figura legal de los siglos XVIII y XIX a la que se acogían las gallegas embarazadas al margen del matrimonio. Hace unos meses el historiador Ángel Arcay entró en el archivo notarial de A Coruña para otra investigación y dio con ellas. “Apareció el expediente de una espontánea. Continué buscando y al día siguiente tenía 70, todas de zonas cercanas a Ferrol. Pensé que era normal, por la cantidad de marineros y militares que allí vivían”. Siguió tirando del hilo y encontró 555 espontáneas en solo dos comarcas entre 1750 y 1825. Su trabajo le valió el premio de la Asociación de Estudios Históricos Hume.

La definición de “espontanía” conllevaba una inculpación voluntaria de la mujer para obtener un salvoconducto que le evitase problemas, a cambio de comprometerse a cuidar de la criatura. Debía ir al notario con un fiador que la avalara. La práctica servía como herramienta de control por parte de las autoridades: “Puede sorprendernos, al verlo con ojos de hoy, la liberación de estas mujeres rurales de entonces, pero también era una forma de vigilar a las solteras y viudas embarazadas y de controlar abortos e infanticidios”. Aunque en Francia existía una declaración parecida, “en España, que se sepa, la figura solo existía en Galicia”, donde además “el índice de hijos ilegítimos era el más elevado de toda la Península”, señala el historiador.

En los expedientes las mujeres repiten fórmulas como estas para justificar sus relaciones: “Movida de la fragilidad humana”, “sugerida de los halagos y comunicaciones”, “estimulada por los ruegos, ofertas y persuasiones”, “habiendo recibido promesa de casamiento”. Las declaraciones dan otros detalles, por ejemplo, si hubo “cuatro o cinco cópulas” o si la relación fue entre criada y amo. En numerosas ocasiones, se afirma que hubo una violación. La costurera Clara Díaz, de San Xoán de Filgueira, denunció “el trato ilícito y cópula carnal con un mozo que ignora su nombre, apellido y vecindad, demandando de la fuerza de ruegos, estímulos y aún amenazas que este le hizo, de cuyo exceso resultó hacerse encinta”. O Rosa Lamas: “Yendo a visitar a su hermana y como en el monte do Chao da Esfarrapa me cogiere la noche, tropecé con un hombre que no conocí, quien me solicitó actos torpes y aunque no quise condescender, no obstante por fuerza y con amenazas logró tener cópula carnal conmigo, por no haber concurrido gente que me socorriese a las voces que he dado”. El estudio de Arcay, junto a otros anteriores como el de la historiadora Ana Romero Masiá, abre el camino para un vaciado documental que permita trazar un mapa de las mujeres espontáneas en Galicia.