Durante el primer año de estudios en la Escuela de Arte de Ultrecht, Viviane Sassen (Ámsterdam, 1972) recibió el encargo de idear una campaña publicitaria para una marca ficticia. La llamó Phosphor. El concepto de una fuente que irradia luz desde su interior siempre ha resultado sumamente atractivo para esta artista, de ahí que una de sus primeras experiencias creativas fotográficas fuera proyectar la palabra escrita sobre el cuerpo de una de sus compañeras. El cuerpo como superficie escultórica donde los colores y las luces y las sombras se entrelazan para dar forma a sorprendentes y poéticos significados, ha permanecido como una constante a lo largo de la fecunda trayectoria de la artista. Un recorrido marcado tanto por la huella de su mundo interior como por la imprevisibilidad de un determinante talante experimental, en el cual la fotografía se combina con el collage, el vídeo y la pintura.
PHOSPHOR: Art & Fashion 1990-2023 reúne en la Maison Européenne de la Photographie, en París, más de 200 piezas de la autora, una de las voces más elocuentes y personales de la fotografía contemporánea, capaz de equilibrar su obra comercial con la personal a la hora de cultivar la imaginación y abordar cuestiones universales. Un formidable despliegue expositivo que envuelve al visitante en una atmósfera tan recargada como íntima y enigmática que incluye algunas de las series más representativas de la artista —entre ellas Umbra, Lexicon, Flamboya y Roxane—, así como material inédito y piezas que abarcan una mezcla de medios.
Sassen pasó parte de su infancia en Kenia, donde su padre trabajaba como médico. Una etapa de su vida que marcaría de forma indeleble su manera de mirar al mundo y que ella misma describe como un periodo de "pensamiento mágico", haciendo referencia a la visión fantástica, simbólica y egocéntrica desarrolla por los niños que más tarde será remplazada por el pensamiento lógico.
La exposición comienza con una serie de imágenes producidas en Kenia y en Sudáfrica, entre 2004 y 2014, donde resuenan las emociones y sensaciones de aquel tiempo en forma de luces, sombras y colores, y las figuras con frecuencia se presentan como fantasmas o sombras de ellas mismas, silueteadas por la fuerte luz del continente africano. "Siempre me ha interesado el cuerpo como un objeto escultórico", asegura la artista durante una conversación telefónica, "con un fin no solamente estético y formal, sino también como un vehículo para comunicar emociones prescindiendo del rostro. Independientemente de su condición o raza, trato a los sujetos de la misma forma", matiza Sassen, tal vez refutando las palabras del fotógrafo y escritor Stanley Wolukau-Wanambwa, autor de una crítica en la que reprochaba a la fotógrafa utilizar el cuerpo negro como un objeto más entre los manejables elementos, "en una serie de retratos quizás mejor entendidos como naturalezas muertas". Sin embargo, es precisamente la despersonalización, que no la cosificación, de esos rostros oscurecidos por las sombras y de esos cuerpos que posan en rebuscadas posturas, lo que los universaliza. "Siempre he esperado que esas sombras funcionen como un espejo donde la gente pueda reflejarse y mirar sus propias ideas preconcebidas sobre los otros", advertía la autora en una entrevista en 2015.
"Durante los años ochenta y los noventa, la fotografía que veíamos de África era en su mayoría documental", añade la artista. "Cuando en 2001 regresé a los lugares de mi infancia, me di cuenta de que podía escenificar mis fotografías. Que uno no está obligado a hacer un reportaje o a documentar para mostrar lo que es África".
Así, Sassen se dispuso a ofrecer ese giro poético a la estereotipada imagen favorecida por los fotógrafos europeos a través de un distintivo lenguaje visual, tan contemplativo como irreal.
La obra de Sassen parece equilibrarse en conceptos antagónicos: la luz y la sombra, lo ordinario y lo extraño, el orden y el caos, la vida y la muerte.
Contrarios que el adiestrado ojo de la artista va registrando de forma casi intuitiva. En definitiva, una alusión de las contradicciones de la existencia.
En ocasiones, la incorporación de la performance así como de textos abre nuevas sendas a la fotógrafa. Como es el caso de la evocadora coreografía de sombras que presenta Hurtling (2014) un vídeo donde David Petro, un joven sordo de nacimiento, interpreta un poema de Maria Barnas mediante el idioma de los signos.
"A veces siento que mis propias imágenes pueden funcionar como palabras que forman frases y conllevan nuevos significados dependiendo de cómo se combinen. Una imagen puede adquirir múltiples interpretaciones en distintos contextos", destaca la fotógrafa. "De igual forma, a veces incorporo en una pieza voces diferentes y simultaneas a la fotografía, voces, que no necesariamente aluden al mismo tema".