Una novela rural clásica donde la Música es la narradora

El escritor barcelonés Miqui Otero: sale de su ciudad en un libro que desovilla una clásica y verosímil historia de abusos de poder, prejuicios de género y clase, esperanzas y frustraciones

Estamos acostumbrados a identificar a Miqui Otero (Barcelona, 1980) con la gran tradición de la novela sobre su ciudad, reinterpretada en clave generacional. Orquesta supone un giro curioso, puesto que se desplaza a otras latitudes (Galicia, pero, en cierto modo, España entera) y escoge una voz narrativa realmente sugerente para vertebrar una especie de plano secuencia a lo Berlanga, con personajes entrando y saliendo de foco, cruzándose y acumulándose a lo largo de una noche de verbena de pueblo.

Esa voz es, agárrense, la Música que toca esa orquesta del título; aunque, en una suerte de montaje paralelo, los pasajes que ella narra se combinan con otros en los que distintos personajes van manteniendo conversaciones con un escritor llamado Miguel (un tipo de 42 años que vive en una ciudad grande, al que le gustaría escribir “bailando” y que, ahora que lo pienso, recuerda sospechosamente al propio autor…), desovillando una clásica y verosímil historia de abusos de poder rural, prejuicios de género y clase, esperanzas y frustraciones de un linaje, un municipio, un país.

Aunque esta estructura se percibe ejecutada con tiralíneas demasiado evidentes, la habilidad de Otero se las ingenia, mal que bien (luego volveremos a ello) para lograr la impresión polifónica deseada desde el principio. O, mejor dicho, desde los principios, porque Orquesta da la sensación de arrancar varias veces: primero, con la descripción deliberadamente kitsch de un amanecer de verano tras la fiesta patronal; luego, con la puesta de largo de esa Música que nos cuenta el cuento; finalmente, con la presentación del personaje del Conde, figura moribunda que representa el viejo régimen con su legado en el presente y quien nos recuerda (con, tal vez, excesiva explicitud) que, en los buenos libros, como Memorias de ultratumba, “el difunto que se vela es todo un mundo”. A partir de ahí, la novela se entrega a un ritmo constante, puntuado por referencias pop (porque, claro, la orquesta toca y toca, y tanto le da la Carrá que Rosalía, la posguerra que la Movida, los abuelos que los nietos…) y galleguismos en cursiva algo predecibles.

“No existe otro momento del año en que se represente la gran comedia de la vida”, enfatiza la Música en un pasaje de la novela, y mientras registro esta cita me tienta, no sé si por segunda o tercera vez, achacarle una excesiva obviedad, y me temo que no es casual: en efecto, tengo la sensación de que Orquesta resulta demasiado obvia en sus intenciones y en el modo de estructurarlas, que confiesa demasiadas veces sus propósitos y borra demasiado poco las huellas de su plan estructural. Por ser fieles a su mejor idea (es decir, la de una sociedad como convergencia de múltiples instrumentos), digamos que la banda no llega a sonar como tal, sino como un encuentro de voces, recursos e imaginarios reconocibles, incluso admirables, pero, ay, que no llegan a injertarse del todo los unos en los otros.

Esto no impide, ya lo he dicho antes, que la sensación de verosimilitud y honestidad se sostenga sin decaer (igual que la de ambición). Ocurre, en todo caso, que el cambio de escala y parámetros que el autor afronta con Orquesta se va cobrando su particular cuota de imprecisiones. Por lo demás, el estilo de Otero sigue aquí, con esa peculiar forma de ternura popular que siempre lo ha caracterizado desde su debut con Hilo musical (2010), ahora en transición a una perspectiva cada vez más adulta, a una melancolía más sedimentada que empieza a olerse la llegada de ese momento en que “el recuerdo vaya disfrazándose de deseo”. Por cierto: “Todo le recuerda a él (y por eso escribe)”, leemos a cuenta del personaje-escritor-Miguel, pero, a decir verdad, Orquesta parece el libro de Otero con mayor vocación de desbordar la propia experiencia biográfica del autor, el de horizontes más extensos. Y, en el futuro, ese es un camino al que apetece prestar atención.