Esta primera novela de Mariantuá Correa (Barranquilla, 1992), escritora y abogada colombiana que vive desde 2021 en Barcelona, puede servirse en dos menús diferentes en tu restaurante/librería favorita. Uno, como una novela de género policial abollado, magnéticamente perezosa y oscura y, otro, como novela existencialista de personajes marcados por la suerte —la buena y la mala siempre son la peor— igualmente abollado, literario y sombrío. Elija el lector cualquiera de los dos menús acertará.
El aroma ligeramente bolañesco de esta novela habla de la desaparición de una chica, Soledad, trabajadora de una clínica de depilación —Ciudad Láser—. Hay una detective, Gisell Horn, al borde del retiro que no quiere que Soledad sea un número más de mujer desaparecida, de cadáver no encontrado. Nos encontramos con un ejemplo estupendo de cómo el género —cualquiera, no solo, pero en este caso el negro— solo se trata de un marco y de un imaginario que el lector capta de inmediato, pero como ahorro narrativo que permite el desborde de dicho marco y el uso de estructuras narrativas que eluden lo lineal y desenlaces convencionales. Pero para eso ha de haber una autora con una poética determinada como es el presente caso.
- La trama es sencilla y está explicada con claridad, utilizando distintos planos y pulsando la tecla del rewind y del fast forward, para engancharnos a las muchas telas de araña que Correa dispone a lo largo de la novela. Esa trama inteligente y verosímil es una excusa para hablar de la violencia, de la marginalidad, del clasismo y del machismo, de la voracidad de las emociones y la ponzoña de todas ellas si éstas chapotean en la pobreza y el presente inmediato como único futuro de sus protagonistas.
La culpa de las buenas sensaciones que deja la lectura de ´Ciudad Láser´ es la prosa cuidada y personal, literaria sin ensimismamiento
Mucha de la culpa de las buenas sensaciones que deja la lectura de Ciudad Láser es la prosa cuidada y personal, literaria sin ensimismamiento, al servicio de lo que se explica. Los distintos personajes, las relaciones —complejas y, a menudo, solo pespunteadas— entre ellos, los cambios temporales y de voz, así como escenas que funcionan como álbumes de fotos no esenciales, pero que no retrasan —la referencia a Blue Velvet, la fiesta drogota, el acceso al deep web— muestran una voz con personalidad y dominio de su escritura. La referencia lynchiana no es superficial porque el viaje al infierno de la protagonista, Soledad, es muy semejante al del personaje de Jeffrey Beaumont, tan atraído como repelido por lo sórdido y morboso, por la fascinación del que mira desde dentro de un armario o un móvil. Pureza ensuciada por el detritus. No se puede pedir mucho más a un debut.