Dos palabras persiguen a Nebrija: el término “imperio” y su propio apellido. Afortunadamente para él, no fue consciente en vida de ninguno de esos dos conflictos que aún perduran. Se habría enfadado mucho.
En el prólogo de su gramática castellana, presentada ante Isabel la Católica en agosto de 1492, deslizó una frase que decía: “Siempre fue la lengua compañera del imperio”. Todavía hoy se acude a ese pasaje para retratar el supuesto nacionalismo lingüístico del castellano como idioma genéticamente imperial y aniquilador de otras culturas. Sin embargo, Nebrija no se refería ahí a la lengua castellana, sino al latín. España no era entonces imperio alguno, ni Colón había dado aún en llegar al Nuevo Mundo, ni “imperio” significaba lo que hoy, sino “mando y señorío”, según recoge el diccionario de Sebastián de Covarrubias en 1611. Él está pensando más bien en los imperios del conocimiento como el de Alejandro o el de Augusto, y por eso escribe a continuación que con el imperio viene la paz, “creadora de todas las buenas artes”.
La otra rémora que lo persigue tiene que ver con el apellido que desde hace un par de siglos le asignamos: Nebrija (de lo que ahora se tratará).
Al abrigo del V centenario de la muerte del lexicógrafo el 2 de julio de 1522, han aparecido diversas obras en su homenaje que se añaden a otras publicadas con anterioridad y reavivadas ahora (véase la bibliografía adjunta). Todas ellas, aunque de distinta erudición y diferente enfoque, permiten repasar aquí, en un viaje transversal por sus páginas, los hitos de la vida del sabio sevillano.
Lebrija o Nebrija
El gramático —y poeta ocasional, y astrónomo, y sabio…— se llamaba Antonio Martínez de Cala. Nació en 1444 en una familia de clase media, y murió a los 78 años. En sus primeros cursos de estudiante en Salamanca él mismo se añadió por delante el nombre Elio, al sentirse heredero (por su propia y arbitraria voluntad) de los caballeros romanos llamados Elio que se casaron con andaluzas y de los emperadores procedentes de la provincia Bética (Elio Adriano, Elio Trajano), que habría visto reflejados de niño en lápidas y mármoles que se exhumaron en sus campos, según explican los trabajos biográficos de Pedro Martín Baños, Juan Gil y José Antonio Millán.
El amor por su localidad sevillana natal le inclinó a añadir “de Lebrija” a su nombre de pila (escrito entonces en castellano Lebrixa; pero en latín, Nebrissa y también Nabrissa). Así que él se autodenominó Elio Antonio de Lebrixa (Aelius Antonius Nebrissensis en la lengua de Roma, tenida entonces como signo de modernidad y cultura). Sin embargo, el topónimo castellano y el exónimo latino se cruzarían mucho tiempo después; algo así como si ahora dijéramos “Londron”. Y en esa pugna acabó ganando el nombre “Nebrija”, sobre todo desde mediados de la pasada centuria. De hecho, la calle donde nació, antes “calle de los Mesones”, se nombra desde 1860 como “calle de Antonio de Nebrija”… ¡en Lebrija!
Su éxito comercial le permitió influir para que las imprentas dejaran de usar la letra gótica
Juan Bautista Muñoz hablaba de Antonio de “Lebrija” el 11 de julio de 1796, cuando leyó su elogio del gramático sevillano ante la Junta Pública de la Real Academia de la Historia. Entonces no se había emborronado aún el apellido.
El latinista y académico Juan Gil reivindica hoy en día la recuperación del antropónimo de origen y evitar así el “infausto” nombre actual. Eva Díaz usa “Nebrija” en su novela histórica, aunque lo considere a la vez “una traición al espíritu del humanista”, según explica en las notas finales. Pero el biógrafo Martín Baños razona que el apellido actual de Nebrija “está ya tan arraigado que resultaría poco práctico proponer su erradicación”.
Gramática
Sí. Se le recuerda por eso: “Nebrija fue el autor de la primera gramática castellana”. Pero nunca la vio reimpresa en vida. Francisco Rico escribe que tanto Isabel la Católica como el sevillano sabían que se trataba de un capricho, un lujo. Millán entiende a su vez que el autor la concebía además como un paso intermedio para acceder a la gramática del latín. La misión vital para la reina y para él seguía siendo la lengua de la antigua Roma.
No obstante, su texto y su estructura influirían claramente en las futuras gramáticas de otras lenguas vulgares europeas: el italiano (1516), el francés (1530), el alemán (1534), el portugués (1536) y el inglés (1586).
En esa obra (que viajaría a América para ayudar en la enseñanza del castellano) Nebrija se muestra innovador. Habla de tiempos verbales como “el venidero” (futuro: “hará”), “el más que acabado” (pluscuamperfecto: “había hecho”) o “el casi acabado” (imperfecto: “hacía”). Y se muestra siempre didáctico: “Adjectivo se llama porque siempre se arrima al sustantivo, como si le quisiéssemos llamar arrimado”. Y los verbos son transitivos “si passan en otra cosa”. Es una gramática que piensa en el lector, no en los demás gramáticos.
Echaba pestes por el mal latín que había utilizado el cura encargado de bautizar a su primer hijo, Marcelo
Otros grandes hitos de Nebrija los constituyen el diccionario latino-español de 1492 (28.000 entradas) y el español-latino de 1494 (22.500, que ya incluye el primer americanismo del castellano: “canoa”). Años después se imprimirán ambos conjuntamente.
Pero no eran el uno espejo del otro, “cada uno está pensado desde su lengua”, precisa José Antonio Millán.
La Inquisición
Nebrija hubo de vivir el episodio más peligroso de su carrera el 26 enero de 1507 al enfrentarse en juicio a la Santa Inquisición, acusado de falsear la Biblia y de “saber más de lo que conviene”, en expresión que reconstruye Agustín Comotto.
El cardenal Cisneros le había propuesto implicarse en la edición de la Biblia políglota (un mismo texto que hiciera coherentes y mostrase en paralelo las versiones en latín, hebreo, griego y arameo), lo que el lebrijano acepta entusiasmado en 1499.
La Biblia que se manejaba entonces (llamada Vulgata, o “divulgada”, vuelta por san Jerónimo en el siglo IV desde el hebreo y el griego a un latín más manejable) había pasado por muchos copistas a lo largo de 10 siglos, y acumulaba errores lingüísticos, deducibles si se lograba compararlos con los textos originales.
Nebrija lo descubre, y defiende una traducción latina más fiel, pero con ello ofende a quienes creen que eso supone enmendarle la plana al Espíritu Santo, supuesto inspirador del texto de san Jerónimo y persona divina a la que no se consideraba sujeta a las normas gramaticales, como recoge Juan Gil.
Lecturas
• Nebrija de Agustín Comotto.
• El sueño del gramático de Eva Díaz.
• El sabio y el hombre de Juan Gil.
• La pasión de saber de Pedro Martín Baños.
• Nebrija o el rastro de la verdad de José Antonio Millán.
• Elogio de don Antonio de Lebrija de Juan Bautista Muñoz.
• Gramática sobre la lengua castellana de Antonio de Nebrija.
• Lección y herencia de Elio Antonio de Nebrija de Francisco Rico.