La serie sobre Pablo Escobar ha conseguido satisfacer una vieja demanda de los latinoamericanos: estar unidos
‘Narcos’ y el espíritu panamericano
La serie sobre Pablo Escobar ha conseguido satisfacer una vieja demanda de los latinoamericanos: estar unidos
Cuando Netflix en su afán de conquistar suscriptores en América Latina decidió producir Narcos —la serie de la que todo el mundo está hablando—, no imaginaba que atendería una vieja demanda de los latinoamericanos: estar unidos. Para el programa, Netflix escogió, no en vano, a Pablo Escobar, colombiano célebre y el mayor mafioso de la región que dirigía el omnipotente cártel de Medellín que fue abatido en 1993, y así los productores dieron en la diana de un cáncer regional: la fundación de la industria del narcotráfico en América Latina, promovida por una locura criminal y también por la política de Estados Unidos de combatir la oferta de drogas olvidándose de su demanda. Una enfermedad que sigue activa en nuestros días: los traficantes siguen siendo perseguidos, mientras los usuarios son ignorados.Netflix hizo lo obvio, que además nadie se había atrevido a hacer hasta ahora: una superproducción latinoamericana de cabo a rabo. La serie está encabezada por la producción ejecutiva de José Padilha —cineasta reconocido en el mercado audiovisual mundial tras del éxito generalizado de Tropa de élite y de sus películas hechas en Hollywood, como Robocop— que dirigió dos de los 10 episodios de la primera temporada. En el papel principal, cuenta con Wagner Moura, otro talento brasileño reconocido fuera del país por su papel en la misma Tropa de élite, actuando en español, en un acto de valentía y de calidad artística que pocos actores se atreverían a enfrentar.Alrededor de Moura hay un reparto formado por colombianos (en su mayoría), mexicanos, argentinos, chilenos que encarnan narcotraficantes, policías, políticos y demás víctimas y victimarios de este conflicto. Un origen panamericano que se repite en el equipo técnico, combinando, por ejemplo, con guionistas estadunidenses (Chris Brancato, Carlo Bernard y Doug Miro), con un director colombiano (Andrés Baiz), un mexicano (Guillermo Navarro) y otro brasileño (Fernando Coimbra, del excelente largometraje El lobo detrás de la puerta), además de Padilha. La producción, original de la empresa, es una perfecta Babel pero esta vez es latinoamericana.Además, la serie es entretenida. Bien hecha desde el guión hasta la edición, Narcos inyecta acción en las venas del espectador, sin olvidar las altas dosis de drama que están a cargo de Colombia. No es absurdo darse cuenta, a pesar de estar delante de un producto de entretenimiento, de que es una historia que hace a mucha gente llorar en frente a su televisión, tableta o computadora. Son pujantes y ultrajantes la matanza, las esperanzas cortadas de raíz y la búsqueda ciega de un país por una posibilidad de futuro en medio del caos violento. Violencia que se traduce en miles de vidas descartadas como si fueran basura, en los ataques de guerrilleros al Palacio de Justicia de Bogotá o contra un avión comercial rumbo a Cali que explotó en el aire para derrumbar a un candidato presidencial. En un sistema de recompensas para matar a policías, al que adhirió todo ciudadano pobre dispuesto a romper la última barrera ética a cambio de dinero. Todo esto, según cuenta la historia, promovido por el cártel de Pablo Escobar.¿Quién era al fin y al cabo este tipo? Un líder, sin duda, tanto por su carrera meteórica y millonaria en la industria narcótica, que él mismo fundó, como por las acciones que promovió para tapar la sangría de gente miserable a la que ayudaba con casas populares y fajos de billetes, pero a quienes también usaba para cometer crímenes. Un asesino frío y tan egocéntrico que no se contentaba con el poder del tráfico y soñaba despierto en ser presidente del país que (paradójicamente) amaba.Muchas personas —hispanos, especialmente colombianos, y brasileños también— torcieron la nariz con el acento de Wagner Moura al hablar el español de Medellín, pero lo que el actor entrega, más que por los diálogos, es la verdad un antihéroe altamente reflexivo. El espectador ve quién es Pablo Escobar al sentir las punzadas que él mismo siente en el estómago: durante los largos segundos en que reacciona, en silencio aunque colérico, en su guerra personal para adentrarse en la política colombiana, o con las sonrisas y breves comentarios bien humorados cuando saborea alguna victoria. Sin hablar del hecho de que la Babel de Narcos incluye —además del acento de Moura, superado (por el espectador o tal vez por el propio actor) allá por el tercer episodio— los varios acentos del reparto extranjero, al que le costó trabajo generalizado actuar en paisa.Quien nació en Colombia sabe exactamente lo que significa la expresión dolor de patria. Es apartarse de ella lo suficiente para percibir la desgracia nacional, dejando de lado la rutina diaria que acostumbra a todos a todo, incluso al absurdo de la violencia. Para poder ver a Narcos y sentir algo parecido, hay que ser colombiano o conocer a Colombia más de cerca —para entonces mirarla con distancia. ¿Quién era capaz de hacer eso, siendo brasileño, mexicano, argentino... antes de Narcos? Poquísimos. Porque, para las masas, es principalmente la prensa, con sus titulares, la que se ha encargado de contarnos que son nuestros vecinos. Aún sin ser ingenuos creyendo que detrás de todo existe una buena intención, no hay dudas al decir que gracias a una historia como esta, que promueve un star system latino sin excluir a Brasil de la fórmula, estamos un poco más unidos. El dolor de patria colombiana puede ser, finalmente, más latinoamericano.