‘Metamorfosis’: la vida es un tráfico secreto de luz

El ensayo de Emanuele Coccia ofrece una cosmovisión radical, antigua y paradójicamente actual: la existencia no es un asunto individual, sino una corriente que se trasmite de cuerpo en cuerpo, de especie en especie

Este es un libro importante. Y excesivo. Un vegetal irregular, imparable, que crece en las sienes del lector. Leerlo resulta agotador (para mí lo ha sido) y, sin embargo, es fundamental hacerlo. Hoy más que nunca. Es un libro indígena, védico, ofrece una cosmovisión radical, antigua, olvidada, que, paradójicamente, tiene más actualidad que nunca. Kafka lo advirtió. La metamorfosis es una idea radicalmente antimoderna, espantosa para nuestra mentalidad, pero que fue natural y sensata en la antigüedad. ¡Cuánto camino recorrido! Lo que este libro sugiere es que esa marcha ha sido en la dirección equivocada. Nos hemos alejado de Ovidio y de Platón, del antiguo Egipto y la India, como quien huye de una pesadilla. Pitágoras hizo de esa idea el eje de su filosofía. No del número, de la metamorfosis, una realidad que desafía el fundamento de todos los números: la identidad.

Tan cierto es que la tierra da vueltas alrededor del sol, como que el sol da vueltas alrededor de la tierra. Todo depende de la elección del lugar de observación. Las revoluciones dejan las cosas como estaban. Simplemente invierten la situación, pero, como sabemos, en el universo no hay arriba ni abajo. La revolución copernicana fue una ilusión. El objetivismo es bíblico: proyecta la idea de un Dios que crea el mundo y lo contempla desde fuera. Un prejuicio que nos lleva a creer que el sistema solar real es el que vemos desde fuera. Y la Tierra, esa canica azul que flota rodante en la inmensidad. La elección del lugar de observación prefigura una geometría el universo. Y la elección es la prerrogativa de lo vivo. La ilusión moderna ha sido supeditar lo vivo a lo geométrico. El mundo al revés.

Pero la filosofía, y la propia física (ya sea relativista o cuántica), nos han ofrecido una escapatoria. La geometría, o cualquier otro modelo teórico, se encuentra supeditada al ejercicio de la libertad, es decir, a la condición de viviente. El viviente ha de elegir qué medir y cómo medir. O mejor, qué observar. Pues el hecho de observar no implica la necesidad de una medición (tan perentoria para los mecanismos y las máquinas). La bilogía, que quiso ser más materialista que la física, se descarrió arrastrada por ésta, y no ha sabido dar el giro que dio aquella, al menos por ahora.

Coccia deja caer proposiciones salvajes. La vida no es un asunto individual. Es una corriente que se trasmite de cuerpo en cuerpo, de especie en especie. Somos esa vida que comparte el cuerpo con otra, que la prolonga. No hemos extraído todas las consecuencias de la evolución. Nuestra vida comienza mucho antes del nacimiento y se termina, si es que lo hace, mucho después de la muerte. No hay oposición entre lo vivo y lo inerte. Todo viviente está en continuidad no sólo con lo no viviente, sino que también es su prolongación, su metamorfosis y su expresión más extrema. La vida es siempre la reencarnación de lo no viviente. Del carbono sintetizado en las estrellas. Descartes fue el hacedor de esa discontinuidad, que ahora se borra. Coccia nos devuelve al mediterráneo pagano. Sostiene que todo está lleno de vida y libertad (no sólo el hombre), que el universo y la vida son indistinguibles. Platón decía, en un pasaje del Timeo, que los seres se transforman unos en otros según ganan en inteligencia o estupidez. Uno puede convertirse en ángel, pero también en piedra. Todo dependerá del ejercicio de su libertad. La dureza mineral como destino último de cierras cabezonerías, de obsesiones telúricas, de sueños oscuros. Allí también está la vida, más lenta, más obtusa. Todos somos Gregor Samsa.


El alimento

Vivir es, entre otras cosas, comer. El alimento es una categoría filosófica ninguneada por el pensamiento europeo. Comer es fundir la vida de otros seres con nuestro cuerpo. Nos comemos unos a otros y juntos crecemos (Pánikkar). Ahora somos comedores, pero seremos banquete para otros vivientes. Es un error ver en el acto de comer sólo una forma de sacrificio y violencia. Aparentemente uno de los seres desaparece engullido por el otro. Pero lo que no vemos es que el pollo deviene humano, el humano gusano, el gusano paloma. Cada vez que ingerimos un ser vivo, sea animal o vegetal, somos a la vez el lugar, el sujeto y el objeto de la metamorfosis. Cuando se trata de la vida, cualquier puritanismo es falaz. “La nutrición es un encuentro multiespecies. Al comerse unos a otros, las diferentes especies producen un mundo hecho de la misma carne, unitario e interdependiente.” La nutrición es el acto político más radical que existe. La política de Gaia no es sino la construcción cotidiana de una carne común interespecies. El mundo no es habitáculo, es el reservorio de toda nuestra carne pasada y futura. El destino de todo viviente es pasar a formar parte del cuerpo de otra especie. No sólo la identidad es imposible, también la propiedad. Los seres vivos jamás podrán ser encerrados en una lógica doméstica o de la propiedad. “No poseemos nada: sobre todo no poseemos nuestro cuerpo y nuestra identidad. Nadie está jamás en su casa, nadie está en su propio cuerpo”. No dejamos de cambiar de casa y de ocupar la vida y el cuerpo de otros. No dejamos de devenir casa para otros. Heidegger se equivocaba. Hoy y ayer se encierra el cadáver en una caja sellada, otros lo embalsaman o le construyen una pirámide. Algunos tecnobillonarios intentan sustraer su cuerpo a esa reciprocidad radical. No sólo son unos ilusos que viven una pseudoexistencia, son también unos ignorantes, hacen de la personalidad un fetiche. No sólo no han comprendido la esencia de la vida, sino que la traicionan, como si la muerte fuera un acontecimiento absoluto. Queriendo preservar su vida, rinden culto a la muerte.

La muerte es algo mucho más banal y cotidiano. La fiesta de la trasmigración hace de la naturaleza un carnaval. La escritura genética es un mapa de reencarnaciones. Todo lo que vive lleva en sí la necesidad de cambiar de piel y de rostro. Cada ser vivo es el planeta de algún otro. Nacer significa establecerse en la vida de otro cuerpo. Coccia se revuelve contra Descartes. “El espacio jamás podrá ser pura extensión, jamás se presenta como algo dado. No hay espacio. Solo hay viaje, Sólo hay vida.”

Cada ser vivo es un arca de Noé. Estas arcas atraviesan la historia del planeta y del cosmos, trasportando elementos prehistóricos e hipermodernos. No preexisten al mundo, sino que lo encarnan y lo producen. El recién nacido, el último en abrir los ojos, está hecho de una materia que habitaba el planeta antes de la aparición e las primeras formas de vida. Su aparición cambiará para siempre la historia del cosmos. Llevamos en nosotros lo infancia del universo. En el corazón de toda vida hay una materia mineral. Es Gaia la que respira en nosotros. Cada respiración de un nuevo se incorpora al cuerpo común que es el universo.

 

La obsesión por la casa

No nos libramos de la obsesión por un lugar donde no estemos en peligro. Tampoco de las fronteras nítidas: interior y exterior, de las leyes de la propiedad y la pulcritud. La metamorfosis va contra la idea misma de casa. “Los seres jamás tienen hogar. Los lugares jamás serán casa de un único propietario”. Rara vez la población vegetal de un país pertenece por entero a este. Con las lenguas pasa igual. Lo que hoy es palabra aceptada fue antaño neologismo, préstamo. “Instalarse en un lugar significa transformarlo: la casa no es más que la cicatriz. Toda habitación es una doble invasión, invadimos el espacio y ese espacio nos invade. De ahí que los seres y las especies no se limiten a habitar Gaia, sino que la llevan en su vientre. La transportan allá donde van. “No habitan este o aquel territorio, son suelo que no cesa de cambiar de geografía y de textura”.

Todo espacio habitable debe ser un espacio respirable. Los dioses respiran el éter, nosotros el aire. El espacio alimenta nuestros pulmones, hace posible el soplo de la vida. Pero el aire es un subproducto de la vida vegetal, es consecuencia de su metabolismo. El mundo es más una entidad vegetal que zoológica. Las plantas crean el rostro de nuestro mundo, de cada ser vivo. “Si la mente es un asunto de átomos, tejidos y moléculas, entonces está en todas partes, en toda especie viviente. La biología es una fenomenología de la mente cósmica. Y la razón se expresa mediante formas no humanas, que a su vez heredamos e interiorizamos.” Coccia lanza en este punto su afirmación más audaz (que compartimos). “Esta es la gran mentira de la neurobiología: el intelecto no es un órgano, sino que siempre existe fuera del cuerpo de todo individuo viviente”. La mente como medio ambiente. La idea es muy budista. Para el budismo no hay espacios al margen de los seres, sino que es la mente de los seres la que crea los espacios, los diferentes ámbitos de la existencia, ya sean infiernos o paraísos. Un buen espacio no es una buena arquitectura, sino un buen paisaje mental, creado por sus habitantes. No se trata de cimientos o estructuras. Donde hay buen ambiente, ahí hay un buen lugar donde habitar.

 

El comercio de la luz

Para constatar que la inteligencia está fuera basta con observar un prado. “Con la flor, la planta hace del insecto un genetista, un criador de ganado, un agricultor: le confía a otra especie, que pertenece a otro reino, la tarea de tomar decisión sobre el destino genético y biológico de su propia especie. Le confía la tarea de dirigir la metamorfosis de su especie.” La flor transfiere la mente vegetal a la mente animal de la abeja. Cada especie decide la suerte de otras. Otra idea muy budista. El mundo deviene una entidad relacional, un “origen condicionado”, el mundo es una relación de cultivo recíproco (karu?a). Cada ecosistema es el compromiso de las especies que lo habitan. Todo está cultivado, no hay animales salvajes. Coccia es aquí un discípulo de Latour. Invierte la relación entre cultura y naturaleza: “cualquier especie puede encarnar la naturaleza para nosotros, y viceversa.” Esa relación interespecies podemos llamarla “mente”. Y no es algo natural sino artístico, un asunto en cierto sentido “técnico”. “La elección de los insectos, según qué flor debe acoplarse con qué otra, no se funda en un cálculo racional, sino en el gusto: la clave es cuánto azúcar contiene una flor”. Ese gusto es tanto el sensible como el artístico. La sensibilidad de una especie decide la suerte de las demás especies. La evolución como desfile de modas o como sucesión de paisajes artísticos, como una historia del arte.

Lo que llamamos mente es la evolución interespecies. Cada especie es a la vez artista y comisario de otras especies. Peces, plantas, pollos y bacteria son mentes para sí y para otras especies. Toman decisiones, modifican el ambiente. Al reconocer en la planta un rasgo humano estamos reconociendo en nosotros un rasgo no humano. El mundo traza su destino en función de las relaciones entre la sensibilidad y la inteligencia de infinitas formas de vida. La evolución interespecies es la mente del mundo. Y se trata más de una colaboración artística que de una competición.