El uso de la historia como arma política con la que justificar los discursos que manipulan y resignifican nuestros espacios no es algo nuevo. Para conmemorar una acción, o bien, por olvidarnos de los hechos, el urbanismo muestra "el lado correcto de la historia"... de los gobernantes que los inauguran. En Mentiras monumentales, Robert Bevan —miembro y asesor de la Unesco del Consejo Internacional de los Monumentos y Lugares Históricos— nos sitúa en el marco de estas guerras culturales, insistiendo en que cuando las élites controlan el relato, la sociedad acaba conociendo la historia de forma sesgada.
En la actualidad son muchos los aplausos de la izquierda cuando se propone derrumbar un edificio asociado a épocas que preferimos olvidar. Aquí arranca la tesis del libro: los acontecimientos del pasado forman también parte del presente. "Que la izquierda política haya dejado en manos de los conservadores el estudio de esta clase de asuntos constituye una de las tragedias culturales más importantes de los últimos 50 años". Mentiras monumentales desmigaja casos donde la gestión del patrimonio y el diseño de las ciudades es consecuencia de decisiones políticas, sin prestar atención a la historia. Haciendo hincapié en que esas decisiones son, paradójicamente (porque suelen hacerse en aras de la libertad de expresión), la primera trampa para limitar la libertad para comprender el mundo y tener una sociedad que viva manipulada.
Un ejemplo es Bolzano, ciudad alpina y trilingüe con historia alemana, austriaca e italiana. Allí está la "obra de arte fascista más grande de Europa", un fresco bajorrelieve. Hoy, encima del fresco, en perfecto estado, leemos esta cita de Hannah Arendt en alemán, en italiano y en ladino, el idioma local: "Nadie tiene derecho a obedecer". Un guiño crítico al lema fascista también grabado en el fresco: "Creer, obedecer, combatir". Sus letras, nos explica Bevan, siguen visibles debajo de las nuevas. El monumento fue preservado, pero su significado cambió. "Un lugar de honor problemático se ha convertido en uno de reflexión consciente. Proporciona lecciones objetivas sobre cómo se puede actualizar la historia sin borrarla y dentro de un marco para retener y explicar dónde prima la buena fe".
¿Ocultar o exponer? Lo segundo abre mentes, mientras que lo primero las perjudica. Así, la arquitectura debería quedar inmune a la posverdad, ya que "ningún estilo arquitectónico cuenta intrínsecamente con una connotación política", y, concluye Bevan, "debemos ser capaces de confiar en el mundo tangible que nos rodea y en que el cambio se produce a través de las personas, no de las cosas".