Mujeres de la cultura sobre fondo gris oscuro

La fotógrafa María Antonia García de la Vega reúne en el libro ´Pasajeras´ 137 retratos de personalidades femeninas de las artes en España

"Era de obligado cumplimiento hacer este libro". La fotógrafa María Antonia García de la Vega, madrileña de 68 años, sintetiza la razón principal de su nuevo libro, Pasajeras, autoeditado, en el que ha reunido 137 retratos de mujeres de distintos ámbitos de la cultura en España.

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Tocaba hacerlo, dice, porque en el anterior, titulado Ucrónicos, de 2020, recopiló a hombres de diferentes artes, a los que caracterizó inspirándose sobre todo en la pintura renacentista. Así que había que repetir la apuesta, pero con mujeres. Para esta ocasión, de nuevo en blanco y negro ("preferí su austeridad al color, que distrae más", subraya), escogió primero a figuras conocidas, de su entorno, "sobre todo de las artes visuales", pero después amplió el foco a artistas plásticas, escritoras, músicas, galeristas, comisarias, periodistas... "hasta que no tuve más remedio que cortar", explica con una sonrisa en el Ateneo de Madrid, institución de la que preside su sección de Fotografía y en la que presentó el 15 de junio Pasajeras tras cinco años de trabajo.

En esta personal panorámica, que huye de querer representar ningún canon, están las dos principales autoras de la fotografía española actual, Cristina García Rodero e Isabel Muñoz, y con ellas otras colegas, como Isabel Azkarate, María Ángeles Sánchez, Rosa Muñoz, Sofía Moro, Carmenchu Alemán, Ana Palacios, Paula Anta (en un delicado retrato en el que, vestida de negro, sostiene un cardo en su mano), Elena Plaza, Marta Soul, Soledad Córdoba, Rosell Meseguer o Estela de Castro (con su galga, que posó con una mirada intensa).

También hay artistas, como Marisa González y Concha Mayordomo; Rosina Gómez-Baeza (20 años al frente de Arco), la directora de la Galería de las Colecciones Reales, Leticia Ruiz; la directora de PHotoEspaña, María Santoyo; la directora artística de la Casa de Velázquez, Claude Bussac; las comisarias Oliva María Rubio, Lucía Laín y Zara Fernández de Moya; las periodistas Ana Morente y Yolanda Villaluenga; las gestoras culturales Ana Berruguete, Lola Palma y Concha Hernández; la soprano Ángeles Blancas, las galeristas Oliva Arauna, Aurora Vigil-Escalera y Blanca Berlín... En algunos casos, García de la Vega subraya que ha querido "darles visibilidad", en otros es obvio que no hacía falta por su protagonismo en la cultura española.

"Las he retratado en casi todos los casos con objetos que reflejan su personalidad, ya fuera por su trabajo o porque pertenezcan a su intimidad, lo que da un carácter alegórico", señala. Así vemos a las fotografiadas con una flor, un libro, un tocado, una cámara fotográfica, pinceles, instrumentos musicales, o con sus perros. Unos más minimalistas y otros más adornados.

Autodidacta, dedicada a la fotografía desde comienzos de este siglo —empezó a exponer su obra en 2009—, García de la Vega es licenciada en Geografía e Historia y doctora en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid. En su trayectoria se ha especializado en el retrato, un género en el que se mueve "muchas veces por intuición", aunque le ha influido la mirada a la obra de grandes fotógrafos retratistas, desde Julia Margaret Cameron al recientemente fallecido Pierre Gonnord. Su otro campo de atención en la fotografía es el paisaje, como mostró en su libro Memorandum natura.

Para su nueva obra, con una gran calidad de impresión y que cuenta con un prólogo de Estrella de Diego, catedrática de la Universidad Complutense de Madrid, miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y colaboradora de EL PAÍS, García de la Vega ha empleado siempre un fondo neutro, en gris oscuro, y suelo de igual tono. "He querido darles a las retratadas una luz suave, envolvente".

La fotógrafa reconoce que este género "es cosa de dos, si la otra parte no contribuye, no sale bien, por eso les dejaba libertad para que opinaran". "Una sesión de retrato es siempre experimental", continúa, y en ese ambiente, "en el que el fotógrafo y el fotografiado empiezan tensos, era importante que se sintieran a gusto, les ponía música y manejaba todo con delicadeza". Lo que tenía claro es que quería mostrarlas "con dignidad".

Sobre su forma de trabajar, asegura que le gusta "tener un esquema previo", pero luego se deja llevar. Para conseguir el resultado buscado se tomó su tiempo con cada pasajera: sesiones de más de dos horas, sesenta o setenta disparos y probar con los movimientos que hacía cada una, sus gestos, las luces y los objetos. "Ellas venían con sus ropas, pero en algunos casos se las he cambiado por mi atrezo".

La fotógrafa Soledad Córdoba cuenta por teléfono su experiencia: "Me dijo que llevase unos trajes largos de un trabajo previo mío, Trilogía del alma, y algún objeto, como una piedra volcánica, todo ello relacionado con rituales". Para Córdoba, como artista, "también era interesante el proceso previo a la sesión, en el que me explicó su metodología, era enriquecedor". En su caso, cuenta que estuvo relajada porque está acostumbrada a posar, ella misma se fotografía en sus trabajos. "Aunque ser retratada no deja de ser un momento extraño".